Por Fabian Alvarez
Mis ganas de viajar son casi infantiles, desde que comencé a leer a Jules Verne a los 9 o 10 años y parecía que ir al centro de la Tierra o darla vuelta en 89 días o pasar 4 semanas en globo podía ser lo mejor que me podía pasar. El tiempo pasó y las expectativas de un mundo inmenso quedaron aunque por supuesto tamizadas de un poco de realidad.
Conocí con 19 años lugares de Estados Unidos y anterior y posteriormente algunos rincones de los países limítrofes como Argentina y Brasil. Sin embargo nada me preparaba para el viaje a Israel. Las expectativas eran altas porque desde que dedico buena parte de mi vida a enseñar Shoá siento que una parte de lo que enseño se encuentra anclada en este rincon del planeta donde, además surgieron las tres religiones monoteístas del mundo, una de las cuales practiqué durante más de 20 años.
Este viaje, idealmente, lo habría planeado con un itinerario, habría ahorrado dinero para hacer un montón de cosas que quizás no pueda hacer en esta oportunidad, sin embargo se dió porque tenía que darse. Tras un mensaje de que existía la posibilidad de hacer un curso en Israel yo, con la ansiedad que me caracteriza, a pesar de estar en tratamiento, saqué el pasaje sin confirmación de que esas vacantes iban a ser brindadas a uruguayos, de que ese curso realmente me interesaba y sólo sabía que otro compañero que quiero mucho de Proyecto Shoá había postulado y sin dudas viajar con él iba a ser mejor que viajar sólo.
Nada de eso pasó y un mes después me encuentro en Tel Aviv, en una plaza cargando mi telefono celular porque sin Google Maps no llegaré a la casa de la amiga que me hospeda en Raman Gat desde la Universidad de Tel Aviv.
Llegar fue una odisea incluso habiendo hecho únicamente una escala en Madrid. Tomar el tren y después caminar a lo de mi amiga con el jet lag hizo que viajase en un tren de dos pisos nuevo, que me hizo sentir tanto el subdesarrollo de nuestro sistema de transporte, hasta Jerusalén, luego volver hasta la terminal del aeropuerto para finalmente tomar el tren y caminar hasta lo de mi amiga unos kilometros, porque ya no tenía energía para lidiar con el transporte y prefería solo mirar el mapa.
En el interín, tuve que hablar con varios locales y generalmente en inglés la gente te responde y te ayuda, por lo cual saber inglés es algo vital en un país con una lengua tan diferente a todas las que uno podría conocer como es el hebreo, y también en ese interín teniendo yo descargada en el celular una aplicación de citas gay que se llama Grindr, en la cual generalmente en Montevideo solo ocurren encuentros de caracter sexual también ví gente dispuesta a pasear, a conocerte, mucho más acostumbrada a que turistas estén, por redes sociales, viendo como conocer personas locales y así, tener una experiencia más rica de lo que es el país.
En mi segundo día recorrí a pie Tel Aviv, aun temeroso del transporte público, atravesando un hermoso parque que queda camino a la Universidad de Tel Aviv, viendo también el Museo del Pueblo Judío de Beit Hatfutsot entre otros lugares.
Tel Aviv es una ciudad linda para caminar y desde que desperté caminé y recorrí, defendiendome con mi inglés, peleandome con los mapas y disfrutando de una experiencia multisensorial. Para mí durante el día el invierno no es invierno, amanece mucho más temprano que lo que recuerdo que amanece en invierno en Montevideo y si estas horas en Israel son un prolegómeno de lo que se viene, sin dudas este viaje será uno para recordar.