La historia de Lydia Honig Brenners, sobreviviente de la Shoá.
Lydia nos recibe en su departamento en Rishon Letzion, cerca de Tel Aviv, con una amplia sonrisa y gran calidez. Podría parecer una vecina común, sin ninguna historia especial ni nada que llame la atención, salvo su larga trenza, poco común a su edad, casi 85 años en el momento que la entrevistamos.Hoy ya 87.
Hasta que empieza a contar. No llora. No pierde la calma. Tampoco recuerda que haya temido morir en aquellos años cuando siendo ella una niña la guerra llegó a su ciudad natal en Yugoslavia. Pero la imaginamos en aquellos 21 escondites en cuatro años, la imaginamos a las orillas del Danubio donde fueron asesinados 3 mil judíos de su ciudad y entendemos qué lógico es, como nos cuenta, que viva con miedo. De todo. Miedo exagerado. Dice que no sabe por qué. Su alma, sin embargo, seguramente recuerda la razón.
SU VIDA
(Resumen de Yad Vashem)
Lydia Suzana-Zsuzsa Hӧnig (luego Brenners, de casada), nació en 1932 en Novi Sad, Yugoslavia (actualmente Serbia) en el seno de una familia judía educada y pudiente. El padre, Sigmund-Zelig, nacido en Budapest, era farmacéutico y dueño de una firma de químicos y cosméticos, y la madre, Olga (de soltera Vajda), había nacido en Novi Sad y trabajaba en la empresa familiar. La hija mayor, Vera, nació en 1925. Lydia y su hermana asistían a la escuela judía local, que estaba situada cerca de la sinagoga. Lydia también concurría a clases de ballet y era una bailarina talentosa que practicaba su arte en público.
En 1941 Novi Sad fue anexada a Hungría. En enero de 1942 se decretó un toque de queda y policías y soldados húngaros irrumpieron en las viviendas de los residentes, mataron a 1.300 personas, incluidos 800 judíos y arrojaron los cuerpos en el Danubio. Durante el ataque el padre de Lydia fue llevado de un centro de reunión situado en el Centro Deportivo a la prisión, junto con otros hombres. Lydia, su madre y su hermana, fueron transportadas en camiones a los baños situados en la orilla del Danubio; allí oyeron disparos. Cuando el tiroteo amainó las tres fueron conducidas al Centro Deportivo y luego se les permitió regresar a su casa. También el padre fue liberado y regresó a su hogar. Esa misma noche la familia decidió escapar de Novi Sad y buscar refugio entre los parientes de Sigmund en Budapest.
Después de llegar a Budapest Lydia fue enviada a una escuela interna judía. Un empleado de la fábrica de Novi Sad consiguió enviarles algún dinero y pertenencias. Sigmund adquirió documentos falsos para la familia y rentó un apartamento en la ciudad. En el verano de 1942 Lydia dejó el internado y volvió a reunirse con su familia. Esta se mudó de apartamento varias veces y Lydia trabajó como costurera y luego como nodriza en una casa cristiana.
Después de la ocupación alemana de Hungría los Hӧnig se mudaron al sótano de un edificio, en el que vivieron hasta el fin de la guerra. Durante todo ese tiempo siguieron estando en contacto con sus familiares que vivían en el gueto de Budapest.
Después de la liberación Sigmund, Olga, y las hijas Vera y Lydia regresaron a Novi Sad. En 1948 emigraron a Israel.
Este es un resumen de la entrevista que nos concedió.
P: Lydia, usted logró sobrevivir la Shoá y lo que tuvo que pasar, seguramente lo lleva consigo siempre. No precisa fechas oficiales para recordar. ¿Cree que de todos modos es importante que haya una fecha recordatoria, como este día internacional de recuerdo?
R: Sí, creo que es muy importante.Hay mucha gente que no pudo contar todo lo que recordaba, durante muchos años. Yo misma estuve ocupada en mi vida diaria , lidiando con las dificultades que suponía ser una nueva inmigrante. Cada uno con sus razones. Pero es bueno que se recuerde, que se cuente lo que ocurrió.
P: Para su familia, la historia de la Shoa fue una secuencia de huídas y búsqueda de escondites para salvarse.
R: Así es. Mi padre siempre sabía cuándo huir y adónde. Nos daba instrucciones claras al respecto y hacíamos lo que él decía. Es difícil saber cómo las cosas influyen en uno. Recuerdo que en aquellos años, yo no sentía que tenía una niñez miserable, aunque vivíamos muy bien, perdimos absolutamente todo y tuvimos que refugiarnos para sobrevivir. Pero por algún lado todo sale...yo sé por ejemplo que a mis tres hijos, a los que amo y siempre amé mucho, hasta hace muy pocos años, nunca les dije que los quiero. Es que no recuerdo que mis padres me lo hayan dicho a mí. Yo sentía que estaban todo el tiempo ocupados buscando cómo salvarnos y dónde escondernos.
P: Y se salvaron los cuatro ¿verdad? Sus padres, su hermana mayor y usted.
R: Así es. Mi hermana era siete años mayor que yo. Yo tenía 10 años cuando la guerra llegó a nosotros, en 1942. Nos salvamos los cuatro, pero estuvimos separados en parte durante los años de la guerra. Mi padre consiguió a mi hermana papeles con los que podía pasar por no judía. Fue cuando mi padre todavía tenía dinero y pudimos huir a Hungría, él compró esos papeles. Y nos pudimos reunir con mi hermana recién cuando terminó la guerra. Para nosotros, fue una huida constante, 21 escondites en cuatro años, en Budapest. En sótanos, todo tipo de lugares. Recuerdo un lugar en el que no osábamos ni abrir la ventana. Un tiempo también estuvimos en un ghetto y hubo un lapso en una especie de hogar protector, donde tuvimos que ponernos la estrella amarilla.
P: No sé si cabe plantearlo así pero lo intentaré....¿cree que su vivencia de Shoá fue muy diferente de la que tuvieron quienes estuvieron en campos de concentración?
R: Yo también me lo planteo a veces. A mí me queda solamente una amiga con la que me mantengo más que nada en contacto por teléfono porque ella ya no se puede mover. Estuvo en Auschwitz y sé todo lo que ella pasó allí. Ella conoce al detalle mi historia. Ambas sabemos que vivimos experiencias muy duras. Ella , en Auschwitz, y yo con otro tipo de dificultades. Recuerdo el hambre, el miedo, la preocupación de que mis padres no tengan qué comer. Yo era la encargada de tratar de salir a buscar comida. Mi padre no podía porque si los nazis lo veían en la calle y le hacían bajar los pantalones, verían enseguida que era judío.
P: ¿Recuerda qué pensaba usted cuando, siendo una niña de 10 años, la guerra llegó a su casa? ¿Se preguntaba qué pasará?
R: No, no recuerdo que me lo planteara. Empezó muy súbitamente, así lo recuerdo. Un día, la niñera que vivía con nosotros en aquellos tiempos en los que aún estábamos en muy buena posición económica, volvió un día , era el 21 de enero de 1942, y dijo que en todas las esquinas hay carteles en los que dice que no se puede salir a la calle y que hay que bajar las persianas.
Nos quedamos en casa. Al día siguiente, el 22 de enero, temprano a la mañana, tocaron a la puerta tres policías húngaros y leyeron los nombres de nosotros cuatro, o sea mis padres, mi hermana y yo. Dijeron “tenemos que llevarlos con nosotros”. No dijeron adónde ni nada más. La niñera preguntó si ella también tenía que ir y le contestaron “no, usted no es judía, así que no está en la lista”. Recuerdo ese momento como si lo estuviera viviendo ahora. Y conté al respecto al prestar testimonio en el juicio de Sandor Kepiro, que era oficial húngaro nazi, se había escapado y volvió a Hungría. El Dr. Efraim Zuroff , dedicado desde hace años a seguir las pistas de los nazis, se dirigió a mí porque había leído mi testimonio, y me preguntó si yo estaba dispuesta a salir de testigo en el juicio de Kepiro .
Lydia, de niña, antes de la guerra.
P: ¿Cuál era la importancia de su testimonio en ese caso?
R: Kepiro había dicho en el tribunal en Hungría que lo que pasó allí no había sido algo organizado sino producto de la iniciativa de algunas personas a modo individual. Pero yo afirmé que sí era algo organizado porque habían llegado con listas con nombres detallados. Nos sacaron de casa , cuando afuera la temperatura era de 25 grados bajo cero, sin darnos siquiera la oportunidad de vestirnos mejor. Y a la entrada del teatro en el que juntaban a los judíos, también había una lista. A mi padre lo mandaron por separado con otros 6 ó 7 judíos que luego entendí eran figuras muy conocidas en la comunidad, y a mi madre, mi hermana y a mí al teatro, que ya estaba casi repleto. Y conté todo en el juicio a Kapiro, pero en forma anónima, tal cual había pedido de antemano, ya que temía lo que podían hacer antisemitas que estaban levantando cabeza en Europa.
EL DANUBIO HELADO
P: Lydia , en aquellos años ¿temía morir?
R: No, pero soy consciente de que podría haber muerto. Recuerdo en especial lo que ocurrió cuando nos llevaron a todos a la orilla del Danubio, que en húngaro llamábamos Duna.A ese mismo lugar habíamos ido el verano anterior y tantos otros veranos, de vacaciones, a pasarla bien....pero ahí estábamos en una situación muy diferente, todos los judíos de la ciudad juntos en el lugar, con la prohibición de hablar. Padres e hijos, en fila...y la fila se iba acortando. Adelante nuestro había unas diez personas. Miré a mi madre y creo que ella entendió lo que estaba pasando. Ella oyó disparos.En el momento yo no entendí lo que era, pero luego nos contaron.Disparaban a la gente ....
P: Y caían al río...
R: Al agua helada . Tiraban allí a la gente. Y luego se veía la sangre.Pero de todo nos enteramos después ya que estábamos todavía a cierta distancia del lugar , había una especie de cerco de madera y no se veía lo que ocurría. Mi madre no emitía sonido. Estaba prohibido hablar pero además, estaba como congelada. Luego entendí que sabía lo que estaba pasando. Yo no tenía ni idea. De mi casa estaba acostumbrada a escuchar las instrucciones de mis padres y si me decían no moverme, pues no me movía.
P: ¿Cómo se salvaron de esa muerte segura?
R: Entiendo que llegó un enviado del parlamento húngaro a impedir ese asesinato y volvimos a casa. Pero alcanzaron a asesinar a unos 3 mil judíos de mi ciudad. Por eso, estos días son justamente los días de recuerdo de los judíos del lugar.
P: Y usted podría haber estado entre ellos.
R: En ese momento no entendí que podía haber muerto. Lo capté después. En ese momento tampoco sabía qué eran los disparos. Mucho después, cuando de uno de los escondites yo salía a buscar comida, recuerdo que se oyeron en la calle disparos a lo lejos, y había allí unos jóvenes no judíos. Uno preguntó qué habría sido ese ruido y otro, con una sonrisa de oreja a oreja, respondió: “seguramente agarraron a algún judío y lo mataron”.Así que entendía por qué mis padres no osaban salir ni por un minuto.
P: Y usted no se planteaba interrogantes....
R: No, pero tenía claro que toda mi vida había cambiado. Tenía muchas amigas, bailaba, vivía bien, y de la noche a la mañana, estaba 24 horas con mis padres, huyendo todo el tiempo de un lugar a otro. Lo que sabía era que eso ocurría por algo que habían hecho los alemanes. Pero no demoré mucho en entender que los húngaros no eran mejores.
LA POSGUERRA
P: ¿Recuerda cuándo se sintió sobreviviente?
R: Recién hace algunos años. Llegué a Israel con padres ya mayores, me aboqué al estudio del hebreo, aprendí en tres meses, mi madre ya estaba enferma, empecé a trabajar, estudié...No tuve tiempo.
P: Me parece más lógico pensar que por algún mecanismo emocional, sicológico, no quiso tomar conciencia de cosas que había vivido. No creo que falta de tiempo pueda ser una verdadera explicación.
R: Es muy probable. Me haces pensar...En realidad, creo que mucho antes de poder ponerlo en palabras, actué como una sobreviviente. No soy capaz de tirar comida. Jamás. Y además, siempre tengo miedo. De todo .Vivo con miedo, exagerado , sin motivo.
P: No soy sicóloga, pero estoy segura que “sin motivo” no es la descripción apropiada.
R: Y sé que cada uno tuvo su tragedia. Conozco una mujer, diez años menor que yo, que hasta ahora busca a quien la salvó allí del Danubio....era chiquita...Y mi propio esposo, que perdió a su padre que era un sionista muy conocido en Budapest. Se lo llevaron apenas invadieron Hungría. Después de la guerra, él estaba en la casa con su madre y sus hermanos cuando alguien tocó a la puerta. El fue a abrir. Allí había un hombre sumamente delgado, que él entendió enseguida que había estado en un campo de concentración . Le preguntó “¿eres el hijo de Moshe?”. Mi esposo dijo que sí y el hombre agregó: “no volverá, lo mataron”. Y desapareció. Recién muchos años después, cuando ya nos habíamos casado y yo trabajaba en la Agencia Judía, conocí a Simon Wiesenthal y él nos ayudó a buscar. Ahí vimos que el padre de mi esposo había estado en Buchenwald. Cuando cayó el muro de Berlín, viajamos a Buchenwald y en efecto, estaba en las listas.Durante años lo único que sabíamos era que había muerto.
P: ¿Usted habló con sus hijos y nietos sobre lo que vivió durante la guerra?
R: No, nunca. Creo que siempre sintieron el miedo constante con el que yo vivo, la preocupación exagerada por todo, pero no les conté nada hasta que un día vino alguien de Inglaterra a entrevistarme . Mi hija estaba presente, escuchaba boquiabierta y me dijo “mamá, perdóname, yo no sabía todo esto”.
P: Y si tiene que resumir qué fue lo peor, con todo lo que sabe hoy ...¿qué diría?
R: La historia que ocurrió a las orillas del Danubio, eso fue la Shoa. Y en medio de la tragedia generalizada, recuerdo también un caso puntual, de un hombre religioso, mayor, que pidió por favor a los soldados que lo dejen ir al baño, no lo querían dejar, vino la esposa a pedir que lo acompañe y prometía que volverían...y al rato los vi a ambos en el piso. Les habían disparado. Otra de tantas muertes en laShoa.
P: Gracias Lydia, de corazón, por compartir todo esto conmigo.
R: Gracias a ti por interesarte y venir a verme.