Mundo Judío

Polémica entrevista a George Steiner

Publicamos esta nota en vista del reciente fallecimiento de este intelectual de fusta. 

Fuente: tumeser.com

Nota del editor: George Steiner es generalmente considerado como uno de los pensadores judíos más importantes del siglo XX. Ha enseñado en las universidades de Oxford, Cambridge, Harvard y Yale, entre otras, y entre sus libros están el clásico de la crítica, “Tolstói o Dostoievski”, “La muerte de la tragedia” y “En el castillo de Barba Azul: aproximación a un nuevo concepto de cultura”.

“A long Saturday” (Un largo sábado), un libro de conversaciones que Steiner mantuvo con la periodista francesa Laure Adler, está siendo publicado este mes por la University Of Chicago Press. Escribiendo para The Washington Post en 1984, Robert Alter declaró: “Nadie que esté escribiendo sobre literatura puede igualarlo como erudito y políglota, y pocos pueden igualar el entusiasmo y la elocuencia de sus escritos”.

La siguiente conversación entre Adler y Steiner ha sido extraída de ese libro.

Laure Adler: La cuestión judía, con la que ha estado obsesionado durante toda su vida, va mucho más allá de la existencia de Israel, el establecimiento de un pueblo en un estado-nación, ¿no es verdad?

George Steiner: Ésa es una pregunta crucial. Siento un gran desprecio por los sionistas de escritorio, que practican el sionismo sin siquiera querer poner el pie allí. La única vez que tuve el inmenso privilegio de conocer a BenGurion (muy brevemente), me dijo: “Sólo hay una cosa que es importante: envíame a tus hijos”.

Cosa que usted no hizo.

Cosa que yo no hice. Y soy fundamentalmente antisionista. Permítame explicarle, inclusosi, como temo fuertemente, todo lo que vaya a decir ahora pueda ser mal comprendido, mal interpretado. Durante varios miles de años, aproximadamente desde la época de la caída del Primer Templo en Jerusalem, los judíos no tenían los medios para maltratar, o torturar, o expropiar a nadie ni a nada en el mundo. Para mí, fue la mayor aristocracia que jamás haya existido. Cuando me presentan a un duque inglés, me digo a mí mismo: “La más alta nobleza es haber pertenecido a un pueblo que nunca ha humillado a otro pueblo”. O torturado a otro. Pero hoy en día, Israel debe – necesariamente (subrayo esta palabra y la repetiría 20 veces si pudiera), necesariamente, inevitablemente, ineludiblemente – matar y torturar para sobrevivir; Israel debe comportarse como el resto de la así llamada humanidad normal.

Bueno, soy un snob ético confirmado, soy completamente arrogante desde el punto de vista ético: convirtiéndose en un pueblo como los demás, los israelíes han perdido la nobleza que yo les había atribuido. Israel es una nación entre naciones, armada hasta los dientes. Y cuando miro desde lo alto de un muro a la larga fila de trabajadores palestinos que tratan de llegar a sus trabajos cotidianos, de pie bajo un calor abrasador, no puedo evitar ver la humillación de esos seres humanos en esa fila y me digo “Es un precio demasiado alto”. A lo que Israel responde: “¡Cállate, tonto! ¡Ven aquí! ¡Vive con nosotros! ¡Comparte nuestro peligro! Somos el único país que le dará la bienvenida a tus hijos si tienen que huir. Entonces, ¿qué derecho tienes para ser tan moralmente superior?”

Y no tengo respuesta. Para poder responder, tendría que estar allí, en la esquina de la calle, dando mi absurda perorata, viviendo los riesgos cotidianos allí. Como no lo hago, sólo puedo explicar lo que percibo como la misión del judío: ser el invitado de la humanidad. Y, de forma aún más paradójica (lo que pone la marca de Caín en mi frente), lo que me convenció fue algo que dijo Heidegger: “Somos invitados de la vida”. Fue a Heidegger a quien se le ocurrió esa extraordinaria expresión: ni usted ni yo podríamos elegir el lugar de nuestro nacimiento, las circunstancias, la época histórica a la que pertenecemos, un impedimento o una salud perfecta. Estamos “geworfen”, para usar la palabra alemana, “lanzados” a la vida. Y en mi opinión, quien es lanzado a la vida tiene un deber para con esa vida, una obligación de comportarse como un invitado. ¿Qué debe hacer un invitado? Debe vivir entre la gente, dondequiera que esté. Y un buen invitado, un invitado digno, deja el lugar en donde se ha quedado un poco más limpio, un poco más hermoso, un poco más interesante de lo que lo encontró. Y si tiene que irse, hace su equipaje y se va.

No he visitado ni vivido en ningún lugar del mundo que no haya sido fascinante, cuyo idioma no haya valido la pena aprender, cuya cultura no valga la pena comprender, donde uno no pueda intentar hacer algo interesante. El mundo es increíblemente rico. Si la gente no aprende a ser un invitado el uno del otro, nos destruiremos a nosotros mismos, tendremos guerras religiosas, terribles guerras raciales. Malraux vio venir esto con una claridad impresionante. En la Diáspora, creo que la tarea del judío es aprender a ser un invitado de otros hombres y mujeres. Israel no es la única solución posible. Si lo que ni siquiera uno se atreve a considerar llegara a suceder, si lo inimaginable llegara a ocurrir, si Israel desapareciera, el judaísmo sobreviviría; es mucho más que Israel.

En “Lenguaje y silencio: ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano”, usted escribió: “El Estado de Israel es, en cierto sentido, un triste milagro”. ¿Diría lo mismo hoy en día?

Puede ser peligroso (y lo digo en serio) decir eso, pero sí, todavía puedo decirlo: el judaísmo va mucho más allá de Israel. Los 500 años en España fueron uno de los períodos más importantes de la cultura judía. Los 500 años en Salónica fueron un período de inmensa gloria espiritual e intelectual. Los judíos estadounidenses dominan una gran parte de las ciencias y la economía del planeta. Por no hablar de su importancia en los medios de comunicación, la literatura, etcétera.

Imaginemos que Israel desaparece -quizás algo peligroso para decir, algo espantoso de imaginar desde cualquier punto de vista-, ¿podría la Diáspora sobrevivir psicológicamente un shock así? No lo sé. El horror de ese pensamiento es inconcebible. Pero nuestro cerebro está destinado a pensar lo impensable. Ésta es mi tarea cotidiana como docente y pensador; para eso Dios me puso en el mundo. No tengo la menor duda de que el judaísmo sobreviviría. La menor duda. Ni sobre el hecho de que la misteriosa continuidad de lo que yo llamo los invitados de la vida seguiría. Pero es algo espantoso de pensar.

Adoptar, como usted lo hace, la actitud del judío errante, ¿significa eso cuestionar la existencia de Israel?

No, no la cuestiono. Fue el milagro necesario para la supervivencia de una parte del pueblo judío, pero no me atrevo a creer que sea la única opción, como acabo de decir. Y considero el hecho de ser errante, de vagar de un lado a otro, como un destino maravilloso. Vagar entre las personas es visitarlas.

¿Se define a sí mismo como un judío, como un pensador judío?

No. Un judío europeo, si usted quiere. Un estudiante; me gusta considerarme un estudiante. Tengo maestros.

Entre los maestros que ha tenido y que aún tiene, uno ha sido especialmente importante para usted: GershomScholem. Decidió abandonar Europa y trasladarse a Palestina para establecer allí una universidad.

Él se fue para allí en un momento en que era muy peligroso. Vivió durante las guerras allí, experimentó lo que se suponía sería la extinción de Israel en las primeras guerras árabes-israelíes. Pero para Scholem, por su parte, era algo muy diferente. Su incapacidad para persuadir a otros a abandonar Europa le causó verdadero sufrimiento. Ese fue también el caso de Walter Benjamin, cuyo hermano fue asesinado en un campo de concentración mientras Benjamin les estaba diciendo a todos los que conocía: “¡Vámonos! ¡Vámonos!” Pero no se fueron. Él era como Cassandra. Es terrible ser Cassandra.

Usted ha enseñado en todo el mundo; ha tenido un gran número de estudiantes que a su vez se han convertido en profesores en todo el mundo – enBeijing, Los Ángeles, Cambridge, Ginebra. ¿No se ha preguntado si algún día podría irse a vivir en Israel, convertirse en un ciudadano israelí?

Primero, está el hecho de mi notable pereza. Estudié hebreo hasta mi bar mitzvá, y luego me dediqué al latín y al griego. Abandoné el hebreo. Inexcusable. Podría haberlo retomado más adelante. Pereza. Además, soy ferozmente antinacionalista. Respeto totalmente lo que es Israel, pero no es para mí. Se necesita una Diáspora para equilibrar las cosas. Y también me negué a considerarlo porque me sentía orgulloso atal grado, a un grado casi absurdo, de ser apátrida. Orgulloso. De eso es lo que he estado orgulloso de toda mi vida. Vivir en varios idiomas, vivir en el mayor número posible de culturas, y aborrecer el chovinismo, el nacionalismo que ha sido el principio rector en Israel durante mucho tiempo y sigue siendo dominante.

Y, sin embargo, ha viajado varias veces a Israel para dar charlas.

Cinco veces.

Pero nunca se sintió tentado.

Oh, sí, en Jerusalem, sí, porque es una ciudad trascendentalmente hermosa. Pero esa es una mala razón.

Pero, aun así, ¿no cuestiona la existencia del Estado de Israel?

Ahora es demasiado tarde.

Y al mismo tiempo, usted condena la política en particular dirigida por el gobierno israelí contra los palestinos.

Sí. Aunque entiendo las razones para ella. Una vez más, decir que [Benjamin] Netanyahu está equivocado es fácil cuando estás en cómodamente instalado en Cambridge. Deberías decirlo cuando estás allí. Y mientras no estés allí, completamente inmerso en vivir allí, creo que es mejor mantenerte callado. De todos modos, ahora que estoy tan cerca del final, de mi final, ya no estoy tan seguro acerca de mudarme a Israel. Hay momentos en los que me gustaría ir. Momentos en que me pregunto si debería haber ido.

Todavía puede.

No, ya no. Ni mi edad ni mi salud lo permitirían. Y no me necesitan allí. De todos modos, soy persona non grata allí.

¿Por qué?

Por las cosas que he dicho durante toda mi vida. El simple hecho, por ejemplo, de que haya afirmado que la supervivencia del judaísmo va más allá de la supervivencia de Israel, es el peor tipo de traición, es inadmisible, y lo entiendo.

Pero lo que más me fascina es el misterio de la excelencia intelectual judía. No soy un hipócrita: en las ciencias, el porcentaje de premios Nobel judíos es impresionante. Hay áreas en las que hay casi un monopolio judío. Tomemos la creación de la moderna novela estadounidense por Philip Roth, Joseph Heller, Saul Bellow y tantos otros. Las ciencias, las matemáticas, los medios de prensa también; Pravda era dirigida por judíos.

¿Es eso el fruto de la terrible presión del peligro? ¿Es el peligro el padre de la invención y la creación? Me atrevo a creer que eso es cierto, muy a menudo. El judaísmo es la única religión, la única en el planeta, que tiene una oración especial para las familias cuyos hijos son eruditos. Eso me llena de gran alegría y enorme orgullo. Ahora tengo (y no creo en los milagros) un hijo que es el decano de una muy buena universidad en Nueva York, una hija que dirige el departamento de estudios antiguos en Columbia, un yerno que enseña literatura antigua en Princeton. Ese era mi sueño. ¿Acaso los judíos tenemos algún tipo de don para la vida de la mente, para el pensamiento abstracto? Parecemos destinados a amar el conocimiento, el pensamiento, las artes. Todos los hombres y mujeres comparten esto en cierta medida, lo sé, pero este pueblo, tan pequeño en número, tan pero tan pequeño, que ha estado a punto de desaparecer varias veces a lo largo de la historia, y sin embargo, sobrevive, en resumen, este pueblo, tan odiado, tan temido, tan perseguido, todavía está aquí. Nadie puede explicar por qué. Los chistes antisemitas a menudo contienen algo de verdad. Hegel dijo esto: “Dios llega, y en su mano derecha sostiene los textos sagrados de la revelación y la promesa del cielo; en su mano izquierda, el periódico berlinés, Die Berliner Gazette. El judío elige el periódico”. El chiste antisemita de Hegel contiene una profunda verdad: los judíos son apasionados por el ductus, la corriente interna de la historia y el tiempo. Y tal vez no fue casualidad que Karl Marx, Sigmund Freud y Einstein (con la importante excepción de Darwin, por supuesto) nacieron todos en el mismo siglo.

A menudo usted se refiere a aquellos rabinos en los campos de concentración que continuaron orando a Dios: ¿Usted cree que oraron porque pensaron que el campo era la antesala de la casa de Dios?

No puedo responder a eso. Pero puedo contarle acerca de los que fueron llamados “libros vivos”. Otros prisioneros, otras víctimas, fueron a consultarlos porque aquellos hombres conocían miles de páginas -incluyendo la Torá, el Talmud- casi totalmente de memoria. Ser un “libro vivo” cuyas hojas uno podía pasar como si estuviera pasando a través del alma humana no es nada insignificante. Es, de hecho, un gran honor.

Usted es bastante duro con los judíos estadounidenses. En “Lenguaje y silencio”, usted dice: “En los Estados Unidos, los padres se quedan esperando a sus hijos por la noche, pero es para asegurarse de que el coche esté de vuelta en el garaje, no porque haya una multitud hostil allí afuera”.

Pero eso no es una crítica. Lo digo con gratitud infinita. Mis hijos y nietos están allí. Y quiero que estén allí porque en este momento en el tiempo, para los judíos en los Estados Unidos, la escalera mecánica de la historia está ascendiendo. Hay un impulso extraordinario. Pero también un gran riesgo: la asimilación. Lentamente, a través de los matrimonios mixtos, incluso a través de la tolerancia, los judíos están desapareciendo gradualmente de los Estados Unidos. No los judíos ortodoxos, que afirman su supervivencia, una supervivencia agresiva y supersticiosa, y que no se asimilan. Pero los judíos estadounidenses, los judíos no creyentes y no practicantes, como yo, corren peligro de desaparecer lentamente.

En cualquier caso, cuando llegué a los Estados Unidos, todavía había cuotas en Harvard, Yale y Princeton. Si usted me hubiera dicho que en unos cuantos años los presidentes de todas esas universidades serían judíos y que los judíos ocuparían cátedras de literatura, de las que antes eran excluidos formalmente, no le habría creído. Había un elitismo prevaleciente que hacía que los judíos comprendieran que eran foráneos. Tal pensamiento ya no existe. La última vez que tuve el privilegio de asistir a una sesión de los miembros permanentes del Instituto de Pensamiento Avanzado en Princeton, tenía que ver con el reemplazo de un brillante matemático, un lógico de renombre mundial. Se sugirieron varios nombres. Oppenheimer golpeó la mesa con su pipa – algoque hacía cuando ya había tenido suficiente, cuando se estaba impacientando – ydijo: “Caballeros, les pido, por razones de buena política, que traten de sugerir un nombre que no sea judío”. Pero no había ninguno a ese nivel de eminencia global. Hoy pienso que habría algunos japoneses, y mañana habrá indios (incluyendo mujeres, quisiera destacar). En los últimos años, en todas las universidades que he visitado, las cosas han estado cambiando mucho: el estudiante judío ya no es necesariamente el primero o el segundo en su clase; ahora es el estudiante chino o indio quien ocupa el lugar más destacado en las disciplinas tradicionales como la lógica pura, las matemáticas, la física teórica, etc.

Para usted, ser judío significa pertenecer al Pueblo del Libro y tener el deseo de estudiar. No significa pertenecer a una raza; es un deseo de aprender.

No entiendo nada acerca de este asunto de raza; es un mal chiste. Ser judío es pertenecer a esa tradición multimilenaria de respeto por la vida de la mente, de infinito respeto por el Libro, por el texto, y significa decirse a uno mismo que su equipaje siempre debe estar pronto, que siempre tiene que estar listo para irse. Sin quejarse, sin gritar sobre la injusticia cósmica. No, en realidad es un gran privilegio. No se olvide (la gente lo olvida todo el tiempo): en griego antiguo la palabra para “invitado” es la misma que la palabra para “extranjero”: xenos. Y si usted me pidiera que definiera nuestra condición trágica, es que la palabra “xenofobia” sobrevive, y es de uso común, todo el mundo la entiende; pero la palabra “xenofilia” ha desaparecido. Así es como defino la crisis de nuestra condición.

Usted relee la historia de las raíces del antisemitismo de una manera muy original, de una manera bastante sorprendente o incluso, para algunos especialistas, arrogante. Usted explica que el repentino aumento del antisemitismo no fue porque los judíos crucificaron a Jesús, sino porque el hecho de que los judíos dieran a luz a Dios,hizo que los cristianos sintieran celos de ellos, celos hasta el extremo de la locura y el asesinato.

El judaísmo ha hecho que la humanidad sea su rehén en tres casos, de la manera más atormentadora. Primero, con la Ley Mosaica. El monoteísmo es la cosa menos natural del mundo. Cuando los antiguos griegos dicen que hay 10.000 dioses, es algo natural, lógico, encantador; habitan el mundo con belleza, reconciliación. El judío responde: “¡Inimaginable! No puedes tener una imagen de Dios, no puedes tener una concepción de él que no sea ética, moral. Es un Dios todopoderoso; se vengará hasta la tercera generación, etc.” La Ley Mosaica, la moral del monoteísmo, es terrible: ese fue el primer acto de chantaje.

La segunda instancia: el cristianismo. Está Jesús, el judío, que ordena a la gente: “Darás todo lo que tienes a los pobres. Te sacrificarás por los demás. El altruismo no es una virtud, es el deber mismo de la humanidad. Vivirás humildemente”. Éste es un mensaje fundamentalmente judaico: el Sermón de la Montaña está compuesto de citas, usted sabe, de Isaías, Jeremías y Amós.

Y la tercera vez tenemos a Marx, que proclama: “Si tienes una buena casa, con tres habitaciones vacías, y hay gente a tu alrededor que no tiene casa, eres un cerdo de lo peor”. No hay defensa posible para el egoísmo humano, la avaricia, la lujuria por el dinero, el éxito. ¿Qué dijo el revolucionario Saint-Just? La felicidad es una idea nueva en Europa. ¿Qué dijo Marx? Justicia, una idea nueva en Europa. Basta de estas terribles desigualdades. Los mendigos están aumentando en las aceras de nuestras capitales, en París y en Londres.

Tres veces, los judíos han exigido, “Conviértete en una persona. Hazte humano.” Es aterrador. Y luego, como un dato adicional, viene Freud y nos quita nuestros sueños. Ni siquiera nos deja soñar en paz. En cuanto a los grandes profetas, Isaías se declaró a sí mismo como aquél que nos despierta en la noche, aquél cuyos gritos despertarán la ciudad. Jeremías suplica: “¡Despierta! ¡Deja de dormir!” Pero privarnos de nuestro sueño pequeñoburgués es algo realmente malvado. Dormir bien es el lujo de la burguesía, de las clases medias. Las personas que pasan hambre nunca disfrutan de un buen sueño. Y Freud viene y se lleva incluso eso.

No, en realidad, cuando Hitler declaró en sus Conversaciones de Sobremesa (“Tischgespräche”) que “el judío inventó la conciencia”, tenía razón. Totalmente. En realidad, fue una declaración de gran profundidad de ese hombre malvado. Cuando Solzhenitsyn, a quien considero un gran hombre, aunque detestable, dice que “el virus del comunismo, del bolchevismo, es totalmente judío y ha infectado a la santa Virgen de Kazán y a la teocracia rusa”, resulta que es algo absolutamente correcto desde una perspectiva histórica. Podemos estar orgullosos de esto, o podemos deplorarlo.

Pero el antisemitismo es una especie de grito humano: “¡Déjame en paz!” Es un grito contra la molestia moral que representa el judaísmo. Y no creo que pueda eliminarse. La crisis en el Medio Oriente es cada vez más grave. Por un lado, hay una izquierda antisemita en los así llamados países liberales y, por otro, están los bautistas, los neoconservadores de tendencias más fascistas en los Estados Unidos – hay50 millones de ellos en el sureste de los EE.UU. – queenviaban dinero y armas a Sharon cuando fue primer ministro: “¡Sí! ¡Bravo! Tienes que alejar al infiel del País Nazareno”. Sí, llaman a Israel el País Nazareno. Son absurdos crueles y sádicos, alianzas asquerosas.

Una vez más, la historia va a ser muy peligrosa. Cada persona vive su vida mientras se sumerge en su mundo interior. Cuando me levanto por la mañana, me cuento esta historia, para que pueda pasar el día: Dios anuncia que está harto de nosotros. En serio. “¡Estoy harto!” En 10 días, la inundación. La verdadera. Esta vez, sin Noé. Eso fue un error. El Santo Padre les dice a los católicos: “Muy bien. Es la voluntad de Dios. Orarán. Se perdonarán los unos a los otros. Reunirán a tus familias y esperarán al fin”. Los protestantes dicen: “Resolverán sus asuntos financieros. Sus asuntos deben estar completamente resueltos. Reunirán a sus familias y orarán”. El rabino dice: “¿Diez días? ¡Pero eso es más que suficiente tiempo para aprender a respirar bajo el agua!” Y cada día esa magnífica historia me da la fuerza yla alegría para vivir mi vida. Y lo creo, profundamente: diez días es, de hecho, mucho tiempo.

¿Qué piensa del aumento casi global del antisemitismo?

Había esperado que al final de mi vida (es decir, ahora) el legado de la Shoá se calmara, que una cierta reconciliación habría ocurrido naturalmente en Europa, pero no ha sido así; hoy las olas de antisemitismo, el odio a los judíos, está creciendo alrededor nuestro en todas partes. Uno no habría pensado que eso fuera posible apenas unos años atrás. En Hungría, Rumania, Polonia, apenas quedan judíos, pero el antisemitismo ha perdurado. Y en mi amada Inglaterra, odio decirlo, los signos, indicios de antisemitismo, están aumentando; hay boicots académicos contra científicos judíos, incluso en Inglaterra. Y se está desarrollando un profundo sentimiento de inquietud ante esto. Y la increíble ironía es que en Ucrania es ahora Putin quien está denunciando el antisemitismo. ¡Es un escenario digno de Kafka! En todas partes, la gran ola está creciendo de nuevo, excepto, tal vez, en los EE.UU. No estoy hablando del revisionismo (que tiene seguidores en Francia); estoy hablando de aquellos que se consideran a sí mismos como de mente abierta, pero que se sienten cada vez más incómodos en presencia de judíos.

¿Cómo describiría la geografía del retorno del antisemitismo?

Está en todas partes. No se puede abrir un periódico sin ver incidentes, ataques contra cementerios judíos, contra sinagogas. Y los movimientos nacionalistas, los movimientos de la derecha que proclaman abiertamente su odio hacia los judíos. Y, por lo tanto, al menos provisionalmente, yo propondría esta hipótesis básica: Existe un odio hacia los judíos dondequiera que ya no haya judíos, incluso donde nunca ha habido judíos. ¿Dónde se imprimen la mayor cantidad de copias de los así llamados “Protocolos de los Ancianos de Sión”? En Japón, donde nunca ha habido judíos. Ahí es donde este folleto infame y muy poderoso se vende por cientos de miles. Y así, uno debe formular la pregunta casi surrealista: ¿Cuáles son las raíces profundas de este rechazo de cualquier reconciliación, esta negativa a olvidar? Olvidamos otros problemas, pero no el problema judío.

Y me gustaría proponer una respuesta preliminar, que ahora, al final de mis días, me convence cada vez más: los judíos han durado demasiado tiempo. Nadie puede decir: “Mi pueblo vivió en tiempos de Temístocles o César”, pero la identidad étnica e histórica de los judíos ha perdurado durante 5.000 años, y eso es mucho tiempo. ¿Por qué tal longevidad? Hay otro pueblo en la Tierra – ysólo uno – quetiene una tradición multimilenaria: los chinos. Y, sin embargo, aquí, obviamente, hay que tener en cuenta el gran número que son. He aquí un hecho bastante escandaloso, y yo uso esa palabra en el sentido griego, Skandalon, que significa enormidad: en este momento hay más judíos en el planeta que antes de la Shoá. Uno no debería tener el derecho de decir tal cosa; es indecente, pero es verdad; hay más judíos viviendo, sobreviviendo, que antes del genocidio más poderoso de la historia humana.

¿Cómo, como judío, uno sobrevive psíquicamente a la Shoá? ¿Cómo podemos evitar la pregunta crucial planteada poco antes de su muerte por el eminente filósofo judío estadounidense Sidney Hook? La preguntaré otra vez. Si le dijeran que sus hijos no nacidos podrían enfrentar un nuevo Holocausto, un Auschwitz bajo otra forma, la amenaza, una vez más, de esclavitud y destrucción, y si tuviera la opción de convertirlos, en cualquier caso, de dejar el judaísmo, o de no tener hijos, ¿qué elegiría? Esa es la pregunta filosófica que él hizo. Por cierto, otros se han preguntado lo mismo; yo mismo me lo he preguntado. Si supiéramos que lo monstruoso y lo inhumano nos está esperando de nuevo, ¿no haríamos todo lo posible para disfrazar nuestro pasado judío, abandonarlo, irnos al otro lado (lo que es posible en Estados Unidos, probablemente en Gran Bretaña, tal vez en Francia), o simplemente no tendríamos hijos?

¿Dejarlo? ¿Eso significa cambiar su nombre y convertirse a otra religión?

Cambiar tu nombre, tu cultura, tratando de esconderte. En una o dos generaciones, eso podría funcionar. Pero creo que la gran mayoría de los judíos, incluso los absolutamente no creyentes, no practicantes, no elegirían ese camino. Sólo estoy adivinando, no hay estadísticas verificables sobre el asunto. ¿Qué es lo que hace que un judío quiera seguir siendo judío? ¡Dios sabe que es un destino miserable! El misterio de esta supervivencia, el misterio de lo que atrae el odio del no judío, un sentido de lo monstruoso, creo que es porque los judíos han firmado un pacto con la vida.

Permítame explicarlo. Durante miles de años parece haber habido negociaciones entre los judíos y la vida misma, el misterio de la vitalidad humana. Después de pasar 10 años en prisión, a menudo en aislamiento, NatanSharansky (el famoso disidente pro-sionista de la Rusia soviética) fue intercambiado por un espía que había sido encarcelado. El intercambio tuvo lugar en un pequeño puente. ¿Qué hace Sharansky? ¡Atraviesa el puente bailando y gritando insultos a sus guardias rusos! En el campo, en Kolyma, los guardias rusos aparentemente le tenían miedo a Sharansky. Bailó. Bailó como David delante del arca. La danza de un pacto inextinguible con la vitalidad. Eso es sólo una metáfora, tal vez, pero cuando uno se pregunta qué es lo que exaspera a los demás, creo que es el misterio de esa supervivencia, esa negativa a desaparecer.

Estamos tocando un terreno que requiere que uno sea sociobiólogo. “¿Hay algún elemento?”, pregunta Lamarck, un naturalista. “No”, dice Darwin, “no tenemos un rasgo específico”. En estos días estamos empezando a repensar todo lo de Lamarck. ¿Por qué son judíos el 70% de todos los ganadores del Premio Nobel en ciencias? ¿Por qué son judíos el 90% de todos los maestros de ajedrez, ya sea en Argentina o en Moscú? ¿Por qué los judíos se reconocen unos a otros en un nivel que no es sólo el de la reflexión racional?

Hace muchos años, Heidegger dijo: “Cuando eres demasiado estúpido para tener algo para decir, ¡cuenta una historia!” Eso es algo miserable. ¡Así que voy a contar una historia! Hace muchos años, cuando yo era un joven estudiante de doctorado, fui a Kiev. Salí por la tarde a dar un paseo, oí pasos detrás de mí; un hombre comenzó a caminar junto a mí y pronunció la palabra “Yid”. Yo no hablaba ruso, y él no sabía alemán, pero descubrimos que ambos sabíamos un poco de idish. Le dije: “¿No eres judío?”“No, no. Permítame explicarle. Durante los oscuros años de las purgas de Stalin, los extraterrestres podrían haber aterrizado en la aldea vecina y no lo habríamos sabido. ¡No sabíamos nada! ¡Pero los judíos tenían noticias de todo el mundo! Nunca entendimos cómo, pero sabían lo que estaba pasando”. Una verdadera masonería de la comunicación subterránea. Añadió: “Aprendí suficiente idish para al menos poder preguntarles qué estaba pasando en Moscú. Porque lo sabían”.

¿Qué quiere decir con una masonería de la información?

Una masonería de la información, para mí, significa pertenecer a un mundo en el que sabes lo que está pasando, donde no te dejas engañar, donde sabes decir no. Los judíos siempre han podido decirle no al despotismo, a la inhumanidad a su alrededor. Nunca han estado completamente aislados del mundo; para mí, eso es parte de la vitalidad trascendente que negoció un pacto con la historia. Los judíos saben decir: “Vamos a sufrir terriblemente, seremos peregrinos, vagabundos en la Tierra, pero al final no pereceremos”.

¿Qué significa ser judío cuando uno no reconoce a Israel como la encarnación de un destino político, y cuando uno no es un creyente?

Responderé con cierta vergüenza y cierta alegría también: significa sentarse con usted aquí, en esta habitación, en este lugar con todos estos libros, con todos estos discos, practicando varios idiomas todos los días leyéndolos, intentando ser cada mañana alguien que aprende algo nuevo. Para mí, ser judío es seguir siendo un estudiante, ser alguien que aprende. Es rechazar la superstición, lo irracional. Es negarse a recurrir a los astrólogos para descubrir su destino. Es tener una visión intelectual, moral, espiritual; sobre todo, es negarse a humillar o a torturar a otro ser humano; es negarse a permitir que otros sufran por tu existencia.

Pero en todo eso, usted está definiendo las características de la humanidad, no necesariamente el carácter de un pueblo o de una civilización.

Al contrario; el resto del mundo se vuelve cada vez más sádico, cada vez más provinciano, nacionalista, chovinista. En Occidente hoy parece haber tres veces más astrólogos que científicos. La superstición, lo irracional, están ganando una gran cantidad de terreno nuevamente. Vivimos en una sociedad cada vez más kitsch, vulgar y brutal.

¿Y usted piensa que ser judío es una protección contra cosas de ese tipo?

Sí, así es. He aquí un ejemplo algo inquietante, pero que significa mucho para mí. Hasta ahora, no sabemos de ninguna escuela judía donde haya habido un incidente que involucre pedofilia. Esto es muy importante: los judíos consideran que los niños son sagrados. Si al menos este hecho se verifica – perosoy cauteloso, porque hay secretos que ninguno de nosotros conoce. Por el contrario, hay un número creciente de casos de pedofilia en toda la cristiandad. Y no creo que haya habido un maestro judío que haya tocado sexualmente a un niño. ¡Ni un rabino, por el amor de Dios! Mientras que, en Irlanda, para mencionar un país que conozco bien, no hay una sola escuela que haya escapado a esto. Pero también en Gran Bretaña, los casos de pedofilia se multiplican.

Entonces quizás, para mí, ser judío es ser alguien que nunca abusaría de un niño, que nunca torturaría a otra persona. Y alguien que, al leer un libro, lápiz en mano, está convencido de que va a escribir uno mejor. Es esa soberbia arrogancia judía con respecto a las posibilidades de la mente: “¡Lo haré aún mejor!” Si algo de eso es verdad, entonces es una especie de privilegio infinito con respecto a la vida de la mente, que es para mí la gloria de la humanidad. Esto no significa que no haya judíos corruptos (en las altas finanzas, los que se están comprando Londres, gángsters rusos que son en gran parte judíos y están quedándose con la industria del lujo), pero sí significa que los judíos continúan contribuyendo Inmensamente a la gloria de las ciencias, la filosofía y el pensamiento intelectual.

En cuanto a mí, siempre me he definido como un judío, en todas partes, en todas mis escrituras, en mi primer libro, “Tolstoi o Dostoievski”, en “La muerte de la tragedia”, siempre. Como alguien en movimiento, orgulloso de no tener un hogar. Y al final de mi vida, eso es casi todo lo que me queda, lo que me define. Ahora realmente lamento no haber aprendido hebreo. Lo estudié al principio, y luego me enganché con el griego y el latín; eso fue un gran error.

¡Todavía puede retomarlo!

Es un poco tarde.

Nunca es demasiado tarde.

Llega un momento en que es demasiado tarde para muchas cosas.

Contribución de Elías Bluth (¡gracias!)

Traducción: Daniel Rosenthal

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