Por Rabino Eliezer Shemtov
Tu Bishevat, o el 15 de Shevat, es el Rosh Hashaná de los Árboles.
De acuerdo a nuestras tradiciones, es en el 15 del mes de Shevat que los árboles empiezan a nutrirse de las nuevas aguas. Empieza un nuevo ciclo de crecimiento para los árboles.
¿Qué tiene que ver esta fecha con nosotros, los seres humanos?
En primer lugar, es la fecha de corte que marca el cambio de ciclo para calcular los diezmos que se deben separar de las frutas en la Tierra de Israel.
“El hombre es un árbol del campo.”
Cuando la Torá nos habla de las leyes concernientes a la guerra, nos dice que cuando sitiamos una ciudad no debemos destruir los árboles frutales, “porque el hombre es un árbol del campo” [1].
La explicación sencilla es que si el sitio llegase a extenderse, los mismos soldados podrán necesitar alimentarse de los árboles que están destruyendo. Así que más vale no destruirlos.
Nuestros sabios señalan que también hay paralelismos entre la vida del árbol y la del hombre. Veamos algunos.
Crecimiento constante
El árbol tiene la particularidad que mientras vive crece. Al talar un árbol, se puede saber su edad contando la cantidad de círculos que tiene. Esto se debe al hecho que cada año crece, dejando su marca.
Del mismo modo, la vida del hombre debe ser sinónimo de crecimiento. Uno nunca debe conformarse con sus logros espirituales.
Raíces, tronco, frutas
El árbol se compone de raíces que lo sostienen y nutren, el tronco (con sus ramas y hojas) y (las frutas que contienen) las semillas para su reproducción.
Las raíces representan la fe que es el sostén del hombre. Las raíces, enterradas en la tierra, no tienen el “glamour” que tiene el resto del árbol, pero de ellas depende la existencia, crecimiento y productividad del árbol. Del mismo modo, la fe está profundamente arraigada, no se ve y quizás no brille como el intelecto y las emociones, pero de ella depende la salud y función de ambas. La fortaleza del árbol depende más de las raíces que de los demás aspectos.
El objetivo principal es producir frutas que tengan semillas de las cuales propagar y perpetuar la especie. Del mismo modo, la tarea principal es engendrar y educar una generación que sepa perpetuar nuestra cadena milenaria.
Siete frutas especiales.
Entre todas las frutas hay siete que están especialmente destacadas y por las cuales la Tierra de Israel es alabada. Son: El trigo, la cebada, la uva, el higo, la granada, la aceituna y el dátil[2]. Fueron de estas siete especies que se traía anualmente los Bikurim o primicias al Templo de Jerusalem.
¿Qué tienen de especial?
Hay muchas explicaciones. He aquí una de las explicaciones que el Rebe da al respecto:
Las siete especies representan las siete facetas principales de nuestra vida y misión en la tierra.
Trigo:
El trigo es la alimentación humana básica. La tarea principal del hombre es nutrir y desarrollar el potencial humano que tiene.
Cebada:
La cebada representa la alimentación animal. Cada uno de nosotros poseemos dos almas, una Divina y la otra, animal. La cebada representa la necesidad de ocuparse de nuestros instintos animales, dominando y canalizándolos para bien.
Uva:
La uva, de la cual se produce el vino, representa la alegría. No alcanza con hacer lo que uno debe sin motivación; hace falta servir a D-os con alegría. Con alegría se puede superar todas las barreras, como se explica extensamente en el Tania[3]. El vino también representa “revelación”, como dice el Talmud: “Al entrar el vino, sale el secreto”[4]. La alegría ayuda a revelar los potenciales ocultos.
Higo:
Hay varias opiniones en cuanto a cual fue el Árbol de Conocimiento del cual comieron Adán y Eva. Una opinión dice que fue el higo[5], ya que la Torá nos cuenta que al verse desnudos se hicieron delantales de hojas de higo. Las enseñanzas jasídicas explican que lo que le motivó a Adán a comer del árbol fue el deseo de conocer cada faceta de la Creación – incluyendo el pecado – personalmente, más allá de un conocimiento teórico. El higo, en su aplicación positiva, implica la importancia de no sólo cumplir con los preceptos, sino también conocerlos íntimamente.
Granada:
La granada está llena de semillas. Cada semilla está separada del resto por medio de una pulpa y una membrana que separa un sector de los demás. “Hasta los más vacíos del pueblo están llenos de buenas acciones como la granada está llena de semillas,” dicen nuestros sabios[6]. Uno puede estar “lleno” de buenas acciones y aun así ser considerado “vacío”, por la desconexión que hay entre el actor y las acciones. Es la antítesis del “higo”. La granada tiene, no obstante, una connotación y aplicación positiva. Uno debe hacer el bien más allá de su nivel, aunque parezca incoherente e hipócrita, separada de su realidad, como la semilla de la granada.
Aceituna:
La aceituna representa el esfuerzo. Hay potenciales y facetas nuestras, que solamente salen a luz por medio del esfuerzo y la presión. Dijeron nuestros sabios[7]: “Si alguien te dice ‘me esforcé y no encontré,’ no lo creas; si te dice ‘no me esforcé y encontré,’ no lo creas; si te dice ‘me esforcé y encontré,’ créelo.”
Dátil:
El dátil con su dulzura representa la tranquilidad. Si bien hay facetas humanas que se manifiestan por medio de la presión, hay también facetas que se expresan cuando uno tiene tranquilidad y armonía interior. Hay datileras que producen sus frutos recién después de setenta años. Representan los frutos que uno cosecha recién después de haber refinado sus siete emociones con sus diez subcomponentes (= 70).
Menú espíritual
La Torá es la alimentación del alma y se compara con dichas siete frutas. El trigo y la cebada representan la alimentación espiritual básica, el Pshat (literal). Higos, dátiles y granadas, que son fuente de placer, representan los niveles de Rémez (insinuación) y Drush (homilética). Uvas y aceitunas producen vino y aceite que representan las dimensiones esotéricas de la Torá, Kabalá y jasidismo, que a su vez alimentan, activan y revelan el subconsciente y la esencia del alma, respectivamente.
Tu Bishvat se celebra comiendo frutas, especialmente de las siete frutas mencionadas.
En el Año Nuevo de los árboles, nos volvemos a contactar con el “árbol” interior, no sólo en el sentido ecológico, sino en el sentido espiritual y cósmico.
[1] Deuteronomio, 20:19
[2] Deut., 8:8
[3] Cap. 26 en adelante
[4] Talmud, Sanhedrin 38a
[5] Talmud, Berajot, 40a
[6] Talmud, Eiruvin 19a
[7] Talmud, Meguilá, 6b