Espero que disfruten este texto de escritura creativa de nuestro querido columnista Ianai Silberstein
De niño en el barrio había algunos personajes cuya memoria atesoro: entre ellos, mi compañero de juegos, el Bubo; y La Loca Sara. Al Bubo de noche su madre lo asustaba diciéndole que La Loca Sara espiaba por las rendijas de las persianas; a mí me generaba misterio aquella cortina siempre baja en aquel local siempre cerrado donde habitaba, eso decían, La Loca Sara. ¿Existió? Nunca lo sabré.
Para siempre las cortinas metálicas y las persianas me generan una profunda desazón y soledad. Y siempre recordaré el uso del miedo como herramienta educativa, algo que jamás conocí en mi casa. Como yo, el Bubo creció; yo me mudé y los recuerdos de ese barrio no crecieron más. Transito los barrios mansos de Montevideo y detecto como por instinto persianas bajas y cortinas metálicas que nunca se abren. Qué tesoros esconden.
Ahora que empiezo a ser viejo empiezo a asomarme detrás de los miedos del Bubo y las cortinas metálicas de La Loca Sara.
Para mi padre siempre fue una obsesión abrir y cerrar las persianas de la casa; a cierta altura de su vida las motorizó; y cuando faltaba la empleada asumía esa tarea obsesivamente. Una casa con persianas bajas es un casa vacía. Ahora veo el apartamento de mis padres de lejos y las persianas están siempre bajas; es muy triste.
También me ha tocado bajar una cortina de enrollar para no volver a subirla. Algún niño pasará por la cuadra y al ver la cortina siempre baja se preguntará que Loca Sara quedó encerrada allí. Podría explicarle, pero él lo entenderá en cincuenta años, cuando elabore sus recuerdos; entenderá que allí quedaron encerradas vidas que ya no son. Ahora sólo hay objetos, inertes. Ni siquiera fantasmas hay, muchos menos Locas; acaso uno, cuando se aventura allí, es un fantasma de tiempos pretéritos que se asoma su propio recuerdo.
Nadie debería ser un fantasma de su propia existencia. Nadie debería huir de su propia vida, ni dejarse abandonar como un objeto. Nadie debería callar tanto y tanto tiempo que cuando hable no sepa hacerlo con otro sino consigo mismo.
Cuando era muy joven escribí: “levántate, hay vida detrás de las persianas”. Era una frase hermosa en un poema mediocre. Ahora sé que hay vida detrás de las persianas, por bajas que estén; dentro y fuera. Detrás de las cortinas metálicas no habrá vida, pero por lo menos habrá recuerdos. Que no es poco.