En comunidad

Periodismo entre Corona y Pesaj

Una nota para hacer sonreir, basada en la dura realidad

Al imparable ritmo de trabajo de los últimos tiempos, con este invento del Zoom por el que tengo absolutamente todos los días ruedas de prensa que nunca me quiero perder (culpa mía, claro está),  se agregó de cara a  Pesaj el desafío principal: la sopa con Kneidlaj.

Siempre son el éxito del Seder. ¿Y si no hay Seder familiar multitudinario como siempre? El tema, no era sólo alcanzar a prepararlos, sino mi plan secreto: lograr llevarles a mis hijos mayores: a Gadi y  Stella en Ramat Gan y a Mijali en Tel Aviv.

Ya se había anunciado que el martes a las 16.00 comenzaba el cierre total, por el cual estaría prohibido salir de la localidad en la que uno vive. Todos los accesos a las carreteras interurbanas iban a estar cerrados. Si bien con carné de prensa tengo permitido movilizarme adonde lo desee, me pareció mejor volver a tiempo para no tener que recordarle al policía de turno que yo tengo permiso.

El lunes de noche ya tenía las cajas con sopa y kneidalaj prontas. Para Gadi y Stella agregué otra con pescado al horno. Era para sentir que los acerco al Seder en casa y para darles la alegría, no porque necesitaran mi comida ya que Gadi tiene pasta de chef. A Mijal no le entusiasma el pescado, así que para ella marchó una caja con buñuelitos (al horno) de boniato y lentejas que le encantan.

Ya había planeado salir temprano. Disfrutaba de solo imaginar la alegría cuando les dijera: “Estoy afuera ¿podés salir?”. Y ahí se agregó una nueva misión, gracias a la incansable labor del Jerusalem Press Center que vive organizando webinars  para periodistas con gente interesante. “Mañana martes a las 12.00, están invitados a entrar con este link al webinar con el ex Primer Ministro Ehud Barak”. ¿Barak? Lo único que me faltaba. ¡No me puedo perder a Barak! ¿Pero y los kneidlaj?  Sencillo: saldré antes de lo planeado.

El martes de mañana temprano salí sin problemas a  Tel Aviv y para mi sorpresa no me topé con ninguna barrera policial, aunque son numerosas estos días.

Foto: Ariel Jerozolimski
Foto: Ariel Jerozolimski

 

No fue fácil no abrazar a mis hijos. Y menos aún, no entrar a ver a mi nietito. Pero no habría sido posible verlo de lejos sin correr a abrazarlo. Habría pensado que su abuela enloqueció y ya no lo quiere besar.

La expresión de los rostros de Gadi y mi nuera Stella, y luego de Mijal, bien valían el viaje especial a Tel Aviv. Hacerlos sentir lo que siempre saben, que son el centro de nuestras vidas, vale todo.

En el camino de regreso, cuando estaba por salir hacia el Castel para llegar directamente a casa en moshav Ora, pegadito a Jerusalem, empezó la trancadera. Una barrera policial comenzaba a marcar presencia, aunque faltaban unas horas para el cierre total, cuyo lógico objetivo era impedir que la gente se movilice a otras ciudades para festejar  con la familia amplia la noche de Pesaj.

Foto: Ariel Jerozolimski
Foto: Ariel Jerozolimski

 

Me pareció que sonaría ridículo contarle al policía sobre la sopa con kneidlaj, aunque con ello no había violado ninguna prohibición. Opté por decir que estoy en camino a casa, después de una entrevista en Tel Aviv. En el parabrisas de mi coche tengo el autoadhesivo de la Foreign Press Association de este año.Y en mi monedero, el carné de prensa, así que estaba armada para cualquier eventualidad.

Al llegar a casa, vi que alcanzaría a ir al supermercado cercano, antes de  conectarme con Ehud Barak…o sea con el webinar organizado con él. El supermercado se ha convertido en una experiencia antropológica. Máscaras de todo tipo, alguno que parece un buzo en el océano, la cola con distancia entre cada uno-¡al fin los israelíes hacen cola en orden!-, afuera por cierto, porque no pueden entrar muchos de una vez.

 

En el supermercado y en la calle, todo tipo de máscaras improvisadas (Foto: Ariel Jerozolimski)
En el supermercado y en la calle, todo tipo de máscaras improvisadas (Foto: Ariel Jerozolimski)

 

De ahí, a repartir sopa con kneidalaj a mis primos, dos casas separadas. Es parte del mimo familiar.

Volví a casa a las 11.50 . Diez minutos después,  tenía a Ehud Barak en la pantalla. Se lo veía bien. Estaba claro que él no había lidiado con ninguna misión de sopa con kneidalaj.

Ehud Barak, en el webinar del Jerusalem Press Club. El de la foto arriba es Uri Dromi, que encabeza el JPC
Ehud Barak, en el webinar del Jerusalem Press Club. El de la foto arriba es Uri Dromi, que encabeza el JPC

 

Y de tarde me llamaron de una oficina oficial,  que me comprometí a no publicar, para preguntarme si el miércoles a las 12 me interesa participar en una entrevista telefónica junto a otros periodistas,  con alguien que tiene cosas muy interesantes para decir, de buenas fuentes, sobre la situación.  No se me habría pasado ni por una neurona decir que no, aunque la contra era no poder  ni citar, ni atribuir. De todos modos, el contenido sería importante.

Lo cuento porque eso era ya en medio de los últimos preparativos antes del toque de queda anunciado para las 15.00 horas.

Pero primero había un webinar con Attila Somfalvi organizado por el Jerusalem Press Center, a las 09.45.  Que me perdone este gran analista israelí. Lo tuve que escuchar en la cocina. O sea, vacié un poco el mármol, aunque mi cocina es diminuta, planté allí el laptop y mientras cocinaba, escuchaba sus críticas a Netanyahu y Gantz, que mejor aquí ni repito. Con delantal y de guantes-no por el Corona sino por mis uñas-, cocinaba atenta a la voz que emanaba de la computadora.

Muchas veces pensé que debería escribir un anecdotario sobre los sitios y las circunstancias en las que he tenido en diferentes momentos que escribir notas. Más que nada, editoriales en día de cierre de la edición impresa del Semanario Hebreo. Una vez, fue sentada en el piso en una misión jesuítica en Paraguay. De todo. Pero esto, escuchar a Atila Somfalvi en webinar mientras cocino, fue muy original.

Rato después, llegó la llamada anunciada para las 12. Pude hacer varias preguntas , y valió la pena. Pero estaba un poco nerviosa mirando el reloj, porque faltaba la última parte del plan de reparto de Kneidalaj, y se acercaba la hora anunciada para el toque de queda.

Apenas corté, volé a la heladera a sacar las otras viandas prontas: una para mamá  y otra para mi hermano y mi cuñada. Un pequeño sustituto de lo que habrían disfrutado en casa si hubiera habido Seder multitudinario como siempre. Hasta tenía intención de ver si encontraba jrein por algún lado, para llevarle a mi primo, ya que su hermana me había dicho que se le había terminado. Agotado hace 3 días. Después, por suerte, resultó que ya había conseguido.

La casa de Ariel y Claudia fue la última parada, siempre mirando el reloj y pensando en el toque de queda. “Si no hay imprevistos, llego bien”, pensé. Al salir de su barrio, la Guiva Tsarfatit en Jerusalem, policías y dos jóvenes soldados, todos con máscara, bloqueaban el camino. “Shalom. Jag sameaj”, nos dijimos al bajar yo la ventanilla. “Estoy en camino de vuelta a casa, en Ora”, dije, y era verdad. “¿Este es el único camino?”, me preguntó el agente, al parecer porque por ahí también podría haber salido a Tel Aviv, lo cual está prohibido. “Es el más corto”, aseguré. “¿Y qué estabas haciendo por acá?”, preguntó el policía. Ahí, no me aguante: “Vine a traer sopa con kneidalaj a mi hermano”. Le capté la sonrisa a través de su máscara. “Jag sameaj”, me contestó.

Lo mejor fue a la noche, gracias al bendito Zoom. Pudimos mitigar la nostalgia con todos esos cuadritos que se fueron sumando a la pantalla, uniendo a las distintas ramas de la familia, de los dos lados, también con parte de la familia en Montevideo. Para que tengan una idea: el anfitrión era mi laptop, ya que yo había reservado el encuentro. En Jerusalem había 7 puntos más, uno en el moshav Matá, 2 en Modiin, uno en Naharia, otro en el kibutz Gaaton, 1 en Ramat Gan, 2 en Tel Aviv y 2 en Uruguay.  

Estábamos separados, pero juntos.

¡Jag Sameaj!

 

 

Ana Jerozolimski
(09 Abril 2020 , 16:20)

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