En comunidad

El fallecimiento de Becky Sabah es una pérdida para la colectividad judía y para todo Uruguay

A lo largo de la vida conocemos a todo tipo de gente, quienes pasan desapercibidos, quienes dejan impronta, quienes marcan para siempre. Becky Sabah (z”l) era una de esas personas ante la que uno no podía quedar indiferente, porque era imposible no notar su luz. La muy triste noticia de su prematuro fallecimiento-por edad y por lo mucho que tenía aún para dar al mundo- inspira ante todo un profundo pesar. Y al mismo tiempo, cuando tratamos de elegir qué compartir de las horas de conversación con ella que mantuvimos en Uruguay e Israel en distintas oportunidades, no podemos dejar de sonreír.

Su ida es una profunda pérdida para la colectividad judía uruguaya y para el país en general. Fue activa en la concientización acerca de la importancia de la inclusión, compartiendo la experiencia desde la Kehilá con distintas instituciones de la sociedad civil, y hasta participó en repetidas ocasiones en algunas de las marchas por las calles de Montevideo, llegando hasta la explanada de la Intendencia. Recuerdo que años atrás fueron expuestas allí fotos gigantes y ella estaba orgullosa de ver allí a miembros del grupo “Or”.

Puede que en los primeros instantes, al conocerla, uno notara primero su silla de ruedas y los efectos que el poliomelitis que padeció de pequeña dejó en ella. Pero eso duraba sólo unos segundos, porque apenas Becky comenzaba a hablar, uno se enamoraba de su personalidad. Ya me lo habían dicho: “vas a ver, en unos segundos ni verás su silla”. Y así fue.

Becky, de bendita memoria, era una enamorada de la vida. “Vale la pena vivir”, nos dijo en la última entrevista. Y de hecho, lo dijo siempre a todos, con su propio ejemplo.

Era plenamente consciente de sus limitaciones físicas. Y no menos consciente era de su determinación que ellas no arruinarían su vida, que no había razón ninguna para ello. La combinación de su inteligencia y su espíritu-creo que  este último era lo principal- le permitió tener siempre muy claro que los efectos del polio serían un mero detalle que no le impediría tragarse la vida. De jovencita activaba en el Ajcisu, un movimiento juvenil de la colectividad, y gracias a sus ganas y a la dedicación de los padres, no se perdía ni siquiera los campamentos. En la primera entrevista que le hicimos hace muchos años, nos contó también que participó en manifestaciones contra la dictadura. Casi diría que me la imagino. Estudió psicología, se recibió aunque no podía por cierto escribir, y no sólo era una profesional de nivel sino que supo dar a sus conocimientos también un sentido comunitario, cuando fundó el grupo “Or” de la Kehila, la Comunidad Israelita del Uruguay, para jóvenes y adultos judíos uruguayos con distintos tipos de discapacidad. Desde hace mucho el grupo se llama “Jalomí”, que en hebreo significa “mi sueño”, el nombre que se le dio desde que sus miembros, con Becky al frente por cierto, realizó su soñado viaje a Israel que tan felices hizo a todos. Y Becky, la primera que estaba radiante, al igual que el Rabino Moti Maarabi, con quien tanto se querían, que había sido el Gran Rabino de la Kehila precisamente cuando fue creado el grupo “Or” y el taller “Avodati”, que ya radicado en Israel fue al encuentro de todos cuando llegaron a Israel.

Recuerdo su buen humor-ni sé si llamarle “humor negro”-respecto a sí misma. Ya que mencioné al querido Rabino Maarabi, es oportuno compartir algo que Becky me contó una vez, diciendo que era una broma que ella y Moti compartían: decían que son los únicos en la Kehilá que no dan la mano a las mujeres. El Rabino Maarabi, por razones obvias, como rabino ortodoxo, y ella, porque simplemente no podía mover las manos. 

Becky podía mover solamente el cuello. Pero cuando durante muchos años ella organizaba la cena de Shabat familiar en su casa, daba las indicaciones para preparar la comida a una de las chicas que la ayudaba –cuyo rostro recuerdo, pero no su nombre-y era tal su dinamismo y su impronta, que esta chica le decía: “Claro Becky…vos cocinás pero yo me quemo con el horno”.

Eso nos lo contó en la primera entrevista, en su casa en Montevideo. Lo que más recuerdo de ese reportaje  fue lo que me contó sobre los encuentros con alumnos creo que era de 5° año de las escuelas judías uruguayas, a los que contaba y explicaba sobre el grupo singular que se había creado en la Kehila y la importancia que también sus miembros se sientan plenamente parte de la colectividad. La cito ahora no literalmente,  ya que no busqué aún el texto, pero sí plenamente fiel al espíritu de lo que nos dijo. “Una vez, en el segundo encuentro en una de las escuelas, una de las niñas me dijo: ´Becky, hoy te movés mucho más´. Y yo le respondí: ´mi amor, yo no me puedo mover mucho más, pero es hermoso lo que me dijiste porque significa que hoy ya me ves con mucha mayor normalidad´”. De más está decir que todo me lo contaba con una amplia sonrisa. Por un lado, entendía absolutamente a quienes podían al principio sentir que les chocaba su situación, tenía clarísimo que eso no era un tema menor, pero no menos claro tenía que eso no es lo principal. Y así vivió, segura plenamente de todo lo que puede hacer y de lo determinante de las fuerzas que salen de adentro, que nunca pueden ser arruinadas por el envase exterior cuando éste no es el que uno habría querido.

Recordar hoy a Becky, saber que físicamente ya no está, hace un nudo en la garganta. Desde la morada de los Justos en la que seguro descansa, esperamos que sepa que son muchos los uruguayos que le deben estar agradecidos. Por todo lo que hizo y por la forma en que se entregó. Pero no sólo por el cargo formal que ostentó como Directora de la otrora llamada Área de Discapacidad de la Kehilá, sino por lo que irradió, por el mensaje que tantas almas tocó acerca del respeto que cada uno merece. Becky iluminó claramente la importancia de la inclusión, con la que un país, una sociedad, una comunidad, no hace un favor a nadie, sino que simplemente actúa con dignidad.

Bendita sea su memoria.

Ana Jerozolimski
(05 Noviembre 2020 , 15:02)

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