En comunidad

El camino menos transitado

Ing. Ruperto Long, Presidente del LATU

Siempre me ha fascinado este poema de Robert Frost.

            Dos caminos se bifurcan en el bosque. Una de las sendas parece ser la más cómoda de recorrer, la preferida. Pero el poeta se decide por la otra. Y eso hizo toda la diferencia.

            El camino que une Israel y Uruguay no siempre ha sido el más sencillo de recorrer. Los eslóganes, las frases hechas y -lo que es peor- los prejuicios, por lo general han transitado por otro lado. Y a menudo han pretendido separarnos. Por eso se necesita gente de temple, convicciones firmes y capacidad de realización que se atreva a recorrer el camino menos transitado. Y ese fue el que eligió sesenta años atrás José Jerozolimski, de bendita memoria, cuando fundó el Semanario Hebreo.

            Para escoger ese camino es necesario estar convencido de que, además de los colores de las banderas y una rica historia en común, nos unen las extraordinarias posibilidades de desarrollo conjunto que se nos abren en pleno siglo XXI. Ambos países poseemos características que no son frecuentes y que compartimos: democracias sólidas que destacan en sus respectivas regiones, una apuesta fuerte a la educación, búsqueda de calidad en bienes y servicios.

            Pero también tenemos mucho que aprender. Y, para empezar, los unos de los otros. Uruguay destaca en el contexto latinoamericano por su capacidad de generar empresas tecnológicas innovadoras, varias de las cuales han alcanzado renombre internacional. Pero tiene muchísimo para aprender de Israel y su notable habilidad para generar e impulsar sus startups. De hecho, cuando en el LATU -junto con Universidad ORT y con el apoyo de Enrique Iglesias en el BID- creamos Ingenio, la primera incubadora del Uruguay, tuvimos muy presente la experiencia del Technion de Haifa. Y el sueño de que nuestro país tuviera un Parque Tecnológico, que comenzamos a alumbrar en los primeros años de la década de los noventa y que se ha ido volviendo realidad, tuvo mucho que ver con los días que pasamos junto a Stef Wertheimer recorriendo sus parques -el de Tefen, en Galilea, en primer lugar-, para absorber sus reflexiones y confidencias, como una suerte de protégé, a instancias del entonces presidente Luis Alberto Lacalle. 

            E Israel destaca en todo el Medio Oriente, y en buena medida -junto a otras escasas excepciones- en todo el mundo al oriente de Europa, por la calidad de su democracia. Aún así, Uruguay puede resultar un buen ejemplo a considerar en relación a cómo administrar los disensos y encontrar puntos de equilibrio, incluso en medio de la siempre apasionada lucha política. 

            Las relaciones de Uruguay con el pueblo judío poseen una rica historia. Vale recordar algunos mojones que señalan el camino: el apoyo a la Declaración Balfour, las puertas al menos entreabiertas para la inmigración judía -cuando muchas otras se cerraban-, la lucha en común contra el nazismo (no podemos olvidar que cuando Rommel sitió Bir Hakeim en el Sahara, allí resistieron juntos una brigada judía de Palestina y un grupo de voluntarios uruguayos de la Legión Extranjera francesa), el nacimiento del moderno Estado de Israel en las Naciones Unidas, entre varios otros.

            Por supuesto que esa relación no ha estado exenta de claroscuros. En los comienzos del Holocausto -la noche más oscura de la humanidad-, los diplomáticos uruguayos que tendieron su mano a los perseguidos no siempre fueron reconocidos, sino que incluso en algunos casos resultaron sancionados. Y en tiempos recientes, a pesar de que nadie ignora el dolor que evoca en el pueblo judío el término “genocidio”, hubo quienes no dudaron en aplicarlo para calificar las acciones de Israel en defensa de sus ciudadanos que habitan en las cercanías de Gaza, atacados durante años con cohetes y mediante incursiones a través de túneles. Pero hechos como estos, a los que se suma la permanente presión de lo “políticamente correcto”, no han logrado apartarnos a israelíes y uruguayos del mismo camino. Ambos elegimos -con dignidad y con orgullo-, el menos transitado. 

            Hace dieciséis años, cuando luego del fallecimiento de su padre Ana asumió la conducción del Semanario Hebreo, enfrentó un gran desafío. Seguro que habrá contemplado fotografías de José Jerozolimski, como las que yo vi mientras escribía este artículo. Con tristeza por su pérdida, pero también con admiración. Un hombre capaz de encontrarse con figuras relevantes de la vida política -como Isaac Rabin, Menájem Begin o Wilson Ferreira Aldunate-, y con referentes de la cultura -como Juan Zorrilla de San Martín, Cipe Linkovsky o Shoshana Damari-. Una herencia motivante y provocativa, sin duda, pero también difícil de llevar sobre los hombros. Ana pudo haber elegido el camino del menor esfuerzo. Pero prefirió mantener vivo el legado de su padre. Y para fortuna nuestra, uruguayos e israelíes, lo logró. 

Eligió recorrer el camino menos transitado. Y eso hizo toda la diferencia.

 

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