(Por Ana Ribeiro- Subsecretaria de Educación y Cultura)
No conocí personalmente a José Jerozolimski. Sin embargo, me pasa con él algo similar a lo que me sucede con personajes históricos de los que me separan uno o dos siglos, pero a los cuales me acercan cientos de documentos. Indicios, a través de los cuales procuro una reconstrucción verosímil. Con la salvedad de que respecto al Semanario Hebreo no mediaron documentos, sino una hija, Ana Jerozolimski, que trasnmite a su padre como ella lo porta: en la sangre, en el compromiso de la continuidad, en lealtad absoluta hacia el fin existencial de su progenitor, ese abrir una ventana al mundo judío. Desde el locus uruguayo, pero en sintonía con la globalización, ese fenómeno histórico contemporáneo que convirtió al pueblo judío en pionero de esa forma de ser en unidad, pero vivir en todas partes.
Ana tiene la misma curiosidad, empeño y militante entrega que su progenitor. En rara combinación, transmite posturas firmes frente a los hechos políticos de Uruguay y el mundo, con una enorme capacidad de diálogo y tolerancia, adornada además de simpatía y encanto personal. ¿Cómo dejar de sentir admiración ante la forma en que expresa sus posiciones sobre temas tan candentes como el territorio palestino, el terrorismo o el mundo islámico? Es capaz de sostener que Israel no debe ocupar tierras palestinas, pero que la ONU tiene una postura a priori anti-Israel que la desacredita, sin dejar de sonreír mientras argumenta. Cuando entrevista no tiene más apuro que el manifiesta su entrevistado; se demora en cada palabra, hurga en el fondo de cada pregunta, demostrando sus muchos saberes, pero sin opacar jamás al entrevistado, como sólo los buenos periodistas saben hacerlo.
De José y a través de Ana, cuando uno abre las páginas de ese semanario infaltable cada jueves-ahora cada viernes-, llegan los avatares de una colectividad que arribó a nuestro país con sus exilios a cuesta, constituyendo sus sitios de encuentro, sus sociedades de ayuda mutua, sus fechas a recordar, los ritos a compartir, las recetas ancestrales con que acompañar los rituales, las páginas milenarias a leer entre todos. Luego fueron llegando los éxitos económicos, los hijos con carreras profesionales, los que se destacaban y ocupaban puestos relevantes. Recurrentes, los horrores de la guerra, de los Campos, pero también las ayudas invalorables, los heroísmos anónimos. Historias de muerte, pero sobre todo de vida.
Desde las páginas del Semanario, a la vez que cuentan su comunidad, preservan su memoria y entrevistan a sus hombres y mujeres, también narran aquel Uruguay que, a la vez que los recibía, se construía a sí mismo.
Ana lleva 16 años al frente del legado de su padre (un semanario hebreo- uruguayo ininterrumpido desde 1960 hasta 2004), con la porfía propia de una Jerozolimski. “De tal palo, tal astilla”, dice un sabio refrán.
Larga vida, querida Ana.