En comunidad

Una vocación que vence al tiempo

Dr. Leonardo Guzmán, ex Ministro de Educación y Cultura de Uruguay

         Las seis décadas de SEMANARIO HEBREO merecen conmemoración y felicitaciones. Sesenta años es un número que merece plácemes; y si se agrega que los cumple el semanario más antiguo que se publica hoy en la República, la mirada se vuelve a la singularidad del tesón que le ha dado vida –un tesón hecho de  inteligencia, voluntad y vocación entregados por el padre y la hija que han sostenido la aventura periodística contra viento, marea, distancia y crisis. Y todo eso merece más que un festejo, porque constituye un ejemplo nacional de espíritu alzándose a punta de convicciones por encima de las dificultades. 

         José Jerozolimsky encarnaba el ánimo periodístico desde los tiempos iniciales de La Voz de Sión en el Uruguay en CX 46 Radio América. Uno lo escuchaba como parte del menú de entrecasa en la bella época en que recorríamos el dial y encontrábamos sorpresas, en vez de, como ocurre ahora, quedar programados en una botonera o depender de la busca hecha por un selector electrónico que excluye a las señales débiles. 

         En el Uruguay, la onda larga –que todavía no se llamaba AM- estaba poblada por programas de colectividades. A diferencia del régimen peronista que prohibía los idiomas extranjeros en la radio, el Uruguay les entregaba espacio y con ello nos abría las mentes hacia el liberalismo de espíritu. Había francés por radio, hora cultural helénica, programa en alemán, audición armenia... En ese contexto, sonaba natural la alternancia de español e idish que Jero lanzaba al aire con voz desbordada de entusiasmo.

         Entusiasmo, de veras. Y en el sentido profundo de su etimología griega, inspiración, fuego interior de los dioses adentro, autenticidad, era lo que básicamente transmitía la voz de José en su contacto diario con el oyente. 

         Vibraba con el sueño de Theodor Herzl hecho realidad. Sentía como propio el diálogo que, en El Violinista en el Tejado, a cada rato emprendía Tevye con Dios para defender las tradiciones que él, José, aprendió de niño en las esquinas de Villa Muñoz, cuya escuela pública siempre veneró. El mismo entusiasmo que le imprimió al SEMANARIO HEBREO. El mismo entusiasmo que contagiaba personalmente y que supo seguir derramando también cuando sus fuerzas físicas empezaron a flaquear, antes de devolver el cuerpo al barro y rendir el alma al Eterno, en los términos del verdadero religioso que era en su esencia. 

         Con Jerozolimsky dialogamos muchas veces. En sus últimos años nos frecuentábamos en la esquina de San José y Convención: él a una cuadra de la Redacción, yo a media cuadra del Estudio. Evocábamos los tiempos de la dictadura, en que fuimos recíprocamente solidarios cada vez que nos citaban a Maldonado y Paraguay. Pero más que eso, oteábamos el horizonte y nos angustiábamos por la caída de los principios y el debilitamiento de las democracias que ya se insinuaba a finales de los 90 y principios de este siglo.  Lo recuerdo proclamando que si al manicomio lo manejan los locos, adentro vamos a estar los cuerdos. 

         En SEMANARIO HEBREO hay que saludar un modelo de periodismo de convicciones y prédica. Sus 60 años los vivió a contramano del predominio de una industria de la comunicación donde muchos se empeñan en aparecer sólo como imparciales y neutros, y para conseguirlo disimulan lo más que pueden sus preferencias. Por cierto que a la hora de transmitir hechos, debe presidir la mayor objetividad posible; pero eso no basta para expresarse el periodista como el ser humano completo que debe ser y tampoco puede colmar el ánimo de los lectores u oyentes, que en su calidad de personas no pueden dejar jamás la misión primordial de valorar dialogando y dialogar valorando.

         Por todo ello, el periodismo que dice abiertamente desde qué trinchera escribe y que sostiene sus convicciones polemizando respetuosamente con quienes no las comparten, merece el más alto respeto no sólo por la dignidad de quienes lo asumen sino porque en tiempos de desorientación, pensar -y ayudar a que los demás piensen  en voz alta- es un imperativo de la libertad.     

         Cuando nos detenemos en eso, retomamos el diálogo con los fragmentos de permanencias que llevamos dentro, recibidos de la gran fuente de sabiduría –la tradición- recibida de sembradores que hasta sin darse cuenta nos enseñaron mucho. Los tiempos castigaron sus proyectos y hasta eclipsaron su imagen, pero es ley de la vida que el tiempo –que es mucho más que los tiempos- devuelva los ideales a la luz, para cumplir la mayor función que la angustia reclama: ayudarnos en el esfuerzo de diseñar rutas claras para organizarnos ante lo que vendrá. 

         Si, según su lema, el SEMANARIO es “Una ventana abierta al mundo judío", sepamos que hoy el judaísmo –como religión del Antiguo Testamento y como filosofía de los valores y la existencia- es una ventana que se abre para el mundo no judío, necesitado de luz.

         Sufriendo una crisis sanitaria, económica y moral sin precedentes, la humanidad, con el pensamiento debilitado, llora el éxodo de sí misma y sufre el peso de interrogantes muy parecidas a las que atormentaban en el desierto al pueblo judío antes que lo alumbrasen los Mandamientos.  

         El Uruguay ciudadano y laico debe rescatar la esencia de la interpelación personal que contiene el mensaje bíblico, incluyendo hasta a sus derivados antirreligiosos, y debe, desde una revitalización espiritual,  reafirmar los sentimientos normativos que hoy tiene anestesiados cuando no extraviados. 

         Sólo así podrá recuperar a la patria desde el llano que permanece, en vez de esperarlo de los gobiernos que siempre pasan.

         Puesto que tenemos una ejemplar convivencia entre religiosos institucionales, creyentes sueltos, espiritualistas laicos y materialistas ateos, juntémonos a enterarnos de lo que cruje y falta en nuestros cimientos íntimos. Aprendamos a reedificarnos desde la tormenta y el caos. Que ese es el gran mensaje del judaísmo anímico, que trasciende a las contingencias del judaísmo político, llamado siempre a defender la libertad ante las olas de fanatismo que hoy se nos cruzan con la más supina indiferencia.

         Dolorosamente, el Estado de Israel, Europa, Asia y América viven convulsiones y guerras que dan prueba de que tenía razón Alain Finkielkraut cuando diagnosticó: “La barbarie ha terminado por apoderarse de la cultura. A la sombra de esa gran palabra, la intolerancia crece al mismo tiempo que el infantilismo. Cuando no es la identidad cultural de clase la que encierra al individuo en su pertenencia y que, bajo pena de alta traición, le niega el acceso a la duda, a la ironía, a la razón -es decir a todo lo que podría arrancarlo de la matriz colectiva-, lo seduce la industria del placer, creación de la técnica que reduce las obras del espíritu al estado de pacotilla: por lo cual, la vida del pensamiento cede imperceptiblemente su lugar al terrible cara a cara del fanático con el zombi”. 

         Lo que en Francia vio el filósofo hace más de 25 años, lo vive hoy el mundo y lo enfrentamos de múltiples maneras en nuestras latitudes rioplatenses.

         Ante ese cuadro, uno de los imperativos es buscar la orientación no sólo analizando lo que ES sino reorganizando los sentimientos y el pensamiento para edificar lo que DEBE SER.

         Para eso está el Verbo, y su espada laica pero sagrada, el periodismo. Su misión no es sólo transmitir e interpretar lo que piensan otros, sino educar críticamente para ayudar a alumbrar un pensar propio.

         Y como eso es inextinguible, los 60 años de este esfuerzo a doble Jerozolimsky merecen la ternura de los recuerdos y la bravura que requiere servir los ideales de fraternidad y paz que recibimos del pasado y debemos proyectar en el porvenir.

         También para los muchos zombis que se lavan las manos porque creen que se puede vivir sin ideales.   

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  (*) El Dr. Guzmán fue Ministro de Educación y Cultura y Director de “El Día”

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