En mayo leí de todo un poco: novelas cortas, cuentos y libros ilustrados que me emocionaron, me incomodaron y me hicieron pensar. Como siempre, empecé muchos más libros de los que terminé, pero algunos me marcaron tanto que quiero compartirlos con vos.
En este post vas a encontrar reseñas personales de:
Una familia moderna, de Helga Flatland: una novela sobre vínculos, mandatos familiares y lo que nunca se dice.
Desastres naturales, de Tamara Silva Bernaschina: cuentos uruguayos potentes, salvajes y quirúrgicos.
El buen mal, de Samanta Schweblin: seis relatos intensos que transforman lo cotidiano en algo inquietante.
Bien tarde en el día, de Claire Keegan: minimalismo emocional y silencios que dicen más que mil palabras.
Budín en el cielo, de María Luque: una novela ilustrada, tierna y luminosa, protagonizada por mujeres jubiladas.
Si te gustan las historias breves, íntimas, con personajes de carne y hueso y una escritura que atraviesa, seguí leyendo.
Mis lecturas de abril fueron un mix total, sin ningún patrón que seguir. Como siempre, arranqué un montón de libros y terminé menos de los que me gustaría. Hay varios que quedaron a medias, sin tiempo ni ganas para cerrarles la tapa. Algunos seguro pronto pasarán a la lista de leídos. Otros… quién sabe. “Pronto” es una palabra que para mí tiene un peso raro, personal. Cuando mi padre decía “pronto” era sinónimo de “lo que probablemente no sucedía”. Igual, yo voy a ponerme las pilas y tratar de terminar esos libros.
Una familia moderna de Helga Flatland
Una familia moderna de Helga Flatland es de esos libros que una empieza y no puede soltar. Lo abrí por curiosidad y me lo devoré. Es la historia de una separación —dos padres que, después de cuarenta años juntos, deciden decir basta— pero lo que más importa no es el hecho en sí, sino cómo lo reciben los hijos, ya adultos.
Lo que más me impresionó es cómo Flatland logra algo rarísimo: que lo que pasa en una familia noruega, con hijos que trabajan en el ámbito académico, sanitario o artístico, en un contexto tan distinto al nuestro, nos resuene como si habláramos de nuestros propios vínculos.
La novela alterna las voces de los tres hermanos y cada uno arrastra lo suyo: mandatos, inseguridades, necesidad de validación, silencios que duelen más que cualquier pelea. Entre ellos hay amor, sí, pero también celos, roles fijos y mucho no dicho.
Me quedé pensando en eso: cuánto influye la familia que tenemos en la forma en que construimos nuestras parejas, en cómo criamos a nuestros hijos, en el lugar que creemos ocupar en el mundo.
No hay escenas grandilocuentes ni catarsis explosivas. Hay conversaciones incómodas, pequeñas heridas, verdades que tardan en salir.
Noruega está lejos, sí. Pero el afecto que falta, la necesidad de que alguien nos vea como somos sin juzgarnos, eso... eso está cerca. Acá nomás.
Muy recomendado, si te gustan las historias íntimas, bien escritas y con personajes que se sienten de carne y hueso.
Desastres naturales de Tamara Silva Bernaschina
Esta escritora nació en Minas en el año 2000. Sí, ¡2000! Es muy joven y escribe tan bien, tan pero tan bien, que asusta. Este es su primer libro y también el primero que leo de ella, pero no pienso quedarme ahí.
Me sorprendió su forma de escribir: frases cortas, quirúrgicas, que te atraviesan. Casi como si en otra vida hubiera sido cirujana. Se nota que creció entre Aiguá y Minas: la naturaleza, los animales, lo salvaje, todo eso está muy presente en sus cuentos. Y no desde la mirada del citadino que observa desde lejos, sino desde la vivencia. Desde adentro.
Los títulos ya son una joya: Todo lo que se revienta cabe en una mano, Desastres naturales, Noche mágica, Ciudad de Buenos Aires. Y las frases... mamita. Anoté esta que no me la olvido más:
“Buenos Aires es un círculo del infierno, lleno de almas tristes y apuradas, condenadas a mirar las nubes.”
Leí por ahí que el futuro de la literatura uruguaya está en buenas manos. Y sí: esta autora lo confirma. Tiene algo de Schweblin, sí, pero con un diferencial bien propio, bien potente.
Ya anoté sus otros dos libros: Temporada de ballenas y Larva. Me los quiero devorar.
Súper recomendado.
El buen mal de Samanta Schweblin
El buen mal de Samanta Schweblin no se lee: se atraviesa. Un golpe da paso a otro, y cuando todavía estás con el cuerpo temblando por el primero, llega el siguiente. No hay respiro. Son seis cuentos, pero más que cuentos, son patadas en la panza.
Schweblin pone la bomba al principio —como ella misma dice— y lo que estalla no es solo la trama, es la percepción que tenemos de lo real. No hay fantasmas ni ciencia ficción, pero sí hay algo que se corre, algo que se desajusta, y de pronto lo cotidiano se vuelve raro, extraño, inquietante.
Hay llamadas por teléfono, animales domésticos, accidentes que no terminan de ser eso. Hay miedos y traiciones chiquitas que se filtran hasta el hueso. Hay escenas mínimas donde la norma se interrumpe y aparece la grieta: ese momento en que todo se da vuelta y los personajes quedan atrapados ahí, en medio del derrumbe.
Difícil hablar de una autora enorme sin quedarme corta. Pero necesito decir que dos cuentos me dejaron muda: “El ojo en la garganta” y “La mujer de Atlántida”. Este último me tocó una fibra muy uruguaya. Me imaginé a gente de mi generación veraneando en Atlántida, andando de acá para allá con su barra, sin adultos, con esa mezcla de libertad y agradecimiento por haber tenido una infancia ajena a historias como esa.
Schweblin escribió los seis cuentos a la vez, y se nota: hay una atmósfera común, una densidad emocional que los une. Dice que no puede escribir hasta que no entiende cuál es la emoción final, esa que lo justifica todo. Y en este libro, esa emoción nos desarma.
Por supuesto que lo recomiendo. Pero lean El buen mal como se come un helado muy rico y muy chiquito: despacito, porque cuando se termina, se siente el vacío.
Bien tarde en el día de Claire Keegan
Me puedo declarar oficialmente fan de Claire Keegan. Hay algo en su manera de escribir que me tiene completamente atrapada: frases breves, silencios cargados, personajes que no se explican sino que se muestran en lo que hacen, en lo que callan. Es minimalismo con profundidad. Precisión con alma.
Este librito —Bien tarde en el día— me lo recomendó una chica en un taller que di en Adaggio. Nunca había escuchado hablar de él ni de ella. Ahora quiero leer todo lo que escribió.
Es una novela breve, pero no por eso menor. Al contrario: dice muchísimo en unas pocas páginas. Una historia simple, sí, pero con personajes que se te quedan adentro. Y con una pregunta de fondo que no es nada fácil de contestar: ¿qué tiene que tener una pareja para que funcione para los dos?
La historia transcurre entre Dublín y un pueblito de campo, pero lo que importa no es el escenario, sino lo que pasa entre los protagonistas. O mejor dicho: lo que no pasa. Porque Keegan hace arte con lo no dicho. Ahí donde otros gritan, ella susurra. Y ese susurro cala hondo.
No me generó el mismo desasosiego que Atlántida, pero me dejó pensando. Y mucho.
Keegan logra algo muy difícil: mostrar con delicadeza cómo una relación puede desmoronarse sin grandes escenas, sin golpes bajos. Solo con pequeños gestos, frases sueltas, incomodidades cotidianas.
Si te gustan los libros que se leen en una tarde y te acompañan por días, este es para vos.
Sutil, honesto, punzante. Lo recomiendo con ganas.
Ya leí Tres Luces, Cosas Pequeñas como esa y Antártida. Me faltan algunos. Me declaro #TeamKeegan.
Budín en el cielo de Maria Luque
Budín en el cielo, de María Luque, es un mimo. Un abrazo calentito. Un budín recién horneado con una tacita de té o de café para mí.
¿Vieron cuando dicen “necesito leer algo que me saque de este mundo, pero sin angustiarme”? Bueno, este libro hace eso. Te lleva a otro lugar, pero no para escaparte, sino para reconectar con algo más suave, más tierno, más humano.
La autora es María Luque, rosarina, ilustradora, y esta es su primera novela. Sí, tiene dibujitos. Y sí, eso la hace aún más hermosa. Pero lo más hermoso de todo es el corazón del libro: dos mujeres grandes, jubiladas, que viven la vejez con cariño, con humor, con plantas, con pájaros… y con budines.
Rosa entiende a los pájaros mejor que a las personas. Tiene plantas que cuida con amor (y que a quienes no tenemos mano verde nos dan un poco de envidia), y una vecina —Norma— a la que le cocina cosas ricas y a la que cuida como se cuidan las personas que se quieren bien.
No tienen hijos, no tienen pareja, pero tienen algo mucho más importante: compañía, historias, recuerdos, ganas de seguir.
Y lo mejor: ¡Rosa vive una aventura! Porque sí, las jubiladas también tienen derechos.
Budín en el cielo es un libro que se lee como se va a terapia: sin saber bien de qué se va a hablar… pero salís con una revelación. Y con la sensación de que en este mundo —tan adultocentrista, tan a las corridas, tan lleno de exigencias absurdas— lo único que necesitás a veces es eso: un tecito, un cafécito, un balcón, alguien que te escuche, y un poquito de ternura.
Que se publiquen más libros sobre gente grande. Que nos cuenten otras formas de vivir, de amar, de acompañar.
Léelo. Disfrutalo. Regalalo. O usalo de excusa para cocinar algo rico y sentarte a leer en paz.