Cultura

Mis lecturas de julio

Este mes leí seis libros muy distintos entre sí, pero todos con algo en común: me dejaron pensando. Algunos me encantaron, otros me decepcionaron un poco, pero todos me llevaron a lugares nuevos. Hay autobiografía, novela poética, sátira política, historias duras, búsquedas personales y hasta una lectura que ya no me convence, pero igual sigo (aunque sea para quejarme). Acá va el repaso, con todo lo que me hicieron sentir.

Una casa propia – Deborah Levy

Llegué a Deborah Levy por un post en Instagram. Sí, así de simple. Una escritora inglesa, de 59 años, que sueña con una casa junto al mar. Me hizo clic de inmediato. Y cuando empecé el libro, no hubo vuelta atrás: me fascinó. Ya decidí que voy a leer todo lo que haya escrito esta mujer.

Me enganchó especialmente su recorrido lector: menciona a Leonora Carrington, esa genia surrealista de La trompetilla acústica, que es una fiesta de locura mágica. Muchos de los autores que nombra no los leí todavía, pero ya los anoté. Me quedan dos libros más de su autobiografía y pienso devorarlos.

Cuando terminé Una casa propia sentí algo raro, como si me faltara algo en mi vida.  Es de esas escritoras que te resultan cercanas, reales, con las que querés irte a tomar un café y hablar de la vida. Tiene una forma muy única de contar lo que vive, siempre atravesada por lo que lee. En este libro, como en los otros de su trilogía autobiográfica, aparecen lecturas-faro: Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Elena Ferrante, Gertrude Stein, Marguerite Duras… Levy dialoga con todas ellas. Las invoca. Les hace lugar. Y en ese diálogo se arma el mapa de su propia vida.

Me quedaron grabadas especialmente dos figuras: Georgia O’Keefe y Leonora Carrington. De la primera toma la imagen de una casa tranquila, con un granado y una chimenea oval, donde poder vivir, escribir y respirar a su ritmo. De la segunda, la lección de que se puede tener una vida creativa e intensa hasta el final. La trompetilla acústica tiene una protagonista de 92 años. ¿Casualidad? No. Carrington le marca el camino.

En un momento Levy escribe: “Yo también buscaba una casa donde vivir y trabajar y crearme un mundo a mi ritmo”. Y es que de eso se trata este libro. No es solo una casa: es un deseo de libertad, de identidad, de espacio propio.

Hay una frase que ella rescata de Carrington y que me parece un mantra para subrayar en negrita: “Nadie puede hacerte feliz, tenés que ocuparte vos”. Boom. Toda la trilogía autobiográfica de Levy gira en torno a eso: cambiar, adaptarse, registrar lo que vamos aprendiendo. Yo no la leí aún. Habla de dejar de esperar que algo venga desde afuera. Empezar a habitarse desde adentro.

Lo que más me atrae de su forma de escribir es cómo mezcla ensayo, memoria, feminismo, literatura, política. Todo fluye con una naturalidad tremenda. Como si escribir fuera simplemente pensar con el cuerpo. Y leerla, una forma de reconocerse.

El libro está armado por capítulos que siguen ciudades, viajes, experiencias. Cada uno con su ritmo, su tono. Pero todos con esa búsqueda en común: ¿hay un lugar donde realmente podamos quedarnos? ¿Uno que esté alineado con lo que somos? ¿O llevamos esa casa adentro, aunque no la hayamos encontrado afuera todavía?

Me emocionó su manera de mirar el mundo, su humor suave, su sensibilidad crítica. Y me dio ganas de escribir más. De leer más. De pensarme a través de las lecturas.

Así que sí: Una casa propia fue mi lectura favorita del mes. De esas que no solo te gustan, sino que se te quedan dentro como una nueva habitación donde vivir un rato.

Todos nuestros fuegos – Karen Codner

Este libro me llegó desde Chile, con dedicatoria incluida, y ya con eso me tenía medio ganada. Pero después lo empecé a leer… y me agarró por completo. Todos nuestros fuegos habla de la pérdida, de la transformación, de esas marcas que te deja la vida y que uno intenta acomodar como puede.

La protagonista se llama Olivia, aunque antes fue Rivka. Vive en Nueva York, lejos de su origen, pero cargando todo lo que vivió desde chiquita. El cambio de nombre no es un detalle menor: es una forma de sobrevivir. Porque a veces no alcanza con seguir adelante —hay que reinventarse.

El fuego en esta novela no es solo literal. Es también metáfora de todo lo que quema, de lo que se pierde, y de lo que queda. Porque incluso después de la hecatombe, hay afectos que siguen ardiendo bajito.

Está escrita con mucha delicadeza. Los paisajes, los interiores, las sensaciones… todo está lleno de detalles chiquitos que hacen que te metas adentro sin darte cuenta. Sí, el ritmo por momentos se siente pausado, pero también es necesario: te pide leer lento, saborear.

Me gustó mucho cómo cruza lo personal con lo histórico. Hay ecos de la Shoá, de tradiciones judías, de un pasado familiar donde las mujeres no podían ni soñar con ir a la universidad. Esa mezcla de lo íntimo con lo colectivo le da una densidad que hace que el libro se te quede pegado.

Una lectura tranquila, reflexiva, que sin hacer ruido te deja pensando sobre la vida misma.

Quebrada – Mariana Travacio

Quebrada es de esos libros que te atraviesan. Una historia mínima en apariencia, pero con un pulso que late fuerte. Me encantó.

La protagonista, Lina, se va sola a buscar el mar. Relicario, su marido, se queda. Dice que no puede irse porque “a los muertos no se los abandona”. Pero cuando se da cuenta de que sin Lina no hay vida posible, carga los féretros en un burro y sale a buscarla. Sí, leíste bien: un tipo que carga a sus muertos para ir detrás de su mujer. Ahí el relato se parte: dos caminos, dos búsquedas, dos ritmos.

La voz narrativa es hermosa, sobria y poética a la vez. Cada personaje tiene una raíz, una historia, una voz propia. Me gustó especialmente Olegaria, la bruja del pueblo. Travacio dice en una entrevista que “cuando se tiene una voz, se tiene un destino”. Y en este libro eso se siente en cada página.

La segunda parte arranca con el hijo de Lina y Relicario. Es un cambio de tono, de mirada. Un pibe huérfano que observa el mundo y se pregunta qué significa pertenecer. Ahí el libro se abre, se hace más hondo. Se expande.

Me conmovió cómo toca temas profundos sin ponerse solemne: la muerte, la maternidad, el deseo de irse de donde no pasa nada. Todo dicho con silencios, con gestos, con escenas mínimas. Es una novela breve, pero te deja pensando. Y eso para mí vale oro.

Escuchar a la autora en el podcast Espiral, de Karen Codner, le sumó un montón. Le puso voz real a su universo. Me encantó conocerla así.

 
El ejército de un solo hombre – Moacyr Scliar

Esta novela es una joyita. Sátira, ternura, delirio y crítica social, todo en uno. Imaginá a un Don Quijote judío, socialista, soñador, aterrizando en Brasil con la idea de fundar una colonia ideal. Así es Meyer Guinzburg, o como él prefiere llamarse: Capitán Birobidján (sí, se pone ese nombre él solo, con toda la épica).

Meyer llega a Brasil con una idea heredada de su padre: “lo tuyo es mío, lo mío es tuyo, no hay propiedad privada”. Quiere fundar un paraíso socialista en medio de la selva. Quiere cambiar el mundo. Pero el mundo, claro, tiene otros planes.

Hay referencias históricas por todos lados: la Revolución Rusa, la Segunda Guerra, Stalingrado, Normandía… pero todo contado con ese humor absurdo y tierno que te hace reír y pensar al mismo tiempo.

Los personajes son un delirio hermoso: una madre rebelde, un sobrino confuso, una esposa que no compra ninguna utopía, y hasta unos animales —una gallina, un cerdo y una cabra— que parecen parte de una fábula socialista. Todo esto se arma como una crítica amorosa al sistema, a las ideologías, al deseo humano de arreglar lo que no anda.

Y después, claro, el libro se vuelve más hondo. Aparece Freud, aparece el psicoanálisis, aparecen los conflictos internos. Meyer quiere salvar el mundo, pero no sabe ni salvarse a sí mismo.

Es una novela para reírse, para pensar en lo ridículo y hermoso de seguir soñando, incluso cuando todo indica que ya fue. Meyer está loco, sí. Pero es de los locos que uno quisiera tener cerca.

La boda de la asistenta – Freida McFadden

Ya está. No digo más que Freida McFadden es “ideal para pasar el rato”. La sigo leyendo, sí, pero con cero expectativas. Es como esa cita que sabés que va a salir mal, pero igual vas. Un poco por costumbre, un poco por curiosidad.

Todo en este libro es previsible. El suspenso ya no se siente, la sorpresa brilla por su ausencia, y la emoción quedó en otro capítulo (de otra autora). Ya ni siquiera tengo ganas de llegar al final. ¿Para qué, si ya me lo imagino?

No lo recomiendo. A menos que quieras comprobar por vos misma cómo se construye un plot twist sin fuerza. En ese caso, adelante. Pero yo paso.

 
Vista Chinesa – Tatiana Salem Levy

Este fue mi primer encuentro con Tatiana Salem Levy, y me dolió. Literal. Porque Vista Chinesa es de esos libros que te afectan el cuerpo. Habla de una violación, sí, pero lo que más golpea no es la escena en sí, sino todo lo que viene después: la institucionalidad, la soledad, el sistema que no contiene, que no cree, que no escucha.

La protagonista —una mujer de clase media alta, con acceso a abogados, médicos, contención— es atacada en un parque. Pero lo que más la hiere es tener que enfrentarse, una y otra vez, a la misma escena. A contarlo. A explicarlo. A justificar que lo que vivió es real. La revictimización, el silencio que le piden, la sospecha, el desgaste.

El libro está contado en forma de carta íntima a unos hijos que aún no existen. Es una confesión, una memoria. Un intento de nombrar lo innombrable. De dejar registro. Y en ese registro, habla por muchas.

Es breve pero denso. No se puede leer rápido. Hay que hacer pausas, respirar, volver. Porque todo lo que cuenta ya lo intuíamos antes de abrir la primera página. Está en los cuerpos, en las noticias, en los relatos de tantas mujeres.

Lo más brutal es entender que, incluso en un contexto “favorable”, el sistema falla. ¿Y qué pasa con las que no tienen recursos, ni voz, ni red? ¿Con las que viven en pueblos lejanos, con las que nadie quiere oír?

Vista Chinesa no es un libro cómodo. Pero es necesario.

 
Este mes leí de todo: una autobiografía que me abrazó, una novela chilena que se queda flotando en la memoria, una historia mínima que se hace gigante, una sátira socialista encantadora, una decepción disfrazada de thriller y un testimonio que no te deja igual.

Lo que más me gusta de leer así, es que cada libro te lleva a un lugar distinto. Algunos te invitan a pensar (y te quedás ahí, pensando por días). Otros te emocionan, te sacuden, o te hacen reír entre líneas. Y a veces, también pasa que no conectás. Que esperás algo que no llega. Y está bien: la lectura también es eso. Un encuentro. O no.

De este mes me llevo, sobre todo, las ganas de seguir leyendo mujeres que escriben con el cuerpo, con la memoria, con el deseo. Mujeres que hacen vibrar.

Janet Rudman
(29 Julio 2025 , 12:38)

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NOTA DE OPINIÓN - lo aclaramos aquí, ya que por razones técnicas, no la pusimos en la página editorial

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