En comunidad

Un recuerdo de mi primera nota en Semanario Hebreo

Por Ionatan Was, columnista en Semanario Hebreo

Aprovecho esta ocasión tan especial para repasar la historia personal, en esta larga singladura que fue y sigue siendo mi paso por el Semanario Hebreo. Para mí existen dos Semanarios: uno antes del 6 de agosto de 2015, y otro muy distinto después de esa fecha. Y no es que uno se pare en el centro del universo, pero es que es así.

            Mi llegada al diario se dio a través de un tío, y también por medio del muy conocido Rubén Fridmann. De modo que luego de unos breves contactos con Ana —vía mail, claro, y atravesando un océano y un continente de distancia— me preparé para la prueba de fuego: la primera nota. La cual demoró unas semanas, sí que se hizo desear, pero finalmente llegó al primer jueves de agosto, un día que hubo paro en Uruguay.

A Ana le había comentado que mi vínculo con la comunidad (y sus eventos) no era muy fluido, ni mucho menos. Es más: hasta esa fecha, mediados de 2015, veía al Semanario Hebreo como algo impropio, un poco lejano. Lo asociaba a mi bisabuelo, un comunista terco que consumía toda la prensa judía que pudiera abarcar (y en esos años había de todo: radios, diarios, televisión, en español y en yiddish). También lo asociaba a mis abuelos maternos, en cuya casa siempre veía el Semanario Hebreo. Pero lo agarraba más bien poco; apenas para leer la columna deportiva de Rubén, o sino en alguna ocasión especial, como cuando Uruguay fue a jugar un repechaje mundialista a Jordania, y evidentemente se le dio amplia cobertura. En definitiva, me parecía desde siempre que el Semanario era cosa de otras generaciones, claro que anteriores a la mía.

            Empero, en las semanas previas al primer artículo, tuve que empezar a leerlo: casi a la fuerza. Leía de la primera a la última página, unas veces alguna nota entera, y otras los destacados, los copetes y las fotos. Poco a poco me fui dando cuenta que el Semanario podía ser tan interesante como leer El País, El Observador o Búsqueda. Que no había que ser ‘veterano’ para leer el Semanario, sino todo lo contrario; estaba pensado para todas las edades que mostraran inquietud por la lectura, por la actualidad judía e israelí, y por historias de vida.

            Con todo, en los días previos al primer desafío, fines de julio de 2015, seguía en un dédalo de incertidumbre. ¿Qué publicar? ¿Con qué tema podré llamar la atención del lector, siendo un redactor primerizo? Obviamente que no podía ser muy atrevido en el lenguaje, ni en los modos, ni en la narrativa; más bien ser conservador, no generar polémica, ni llamar demasiado la atención. Por suerte por esos días estaba el Festival de Cine Judío, a cuya apertura me habían invitado (y si no, iba igual). ¡Era la salvación! Algo seguro con que empezar, con lo cual era imposible fracasar. De modo que llevé una libretita para anotar cada detalle, además de una birome, la cual perdí en alguna parte; por suerte, una amiga de la familia, Chivi, me prestó una, y la cosa se enderezó.

A la semana siguiente, en un kiosco de 18, me fijé si había salido algo. Y ahí estaba la nota: ocupaba media carilla, y se titulaba Pincelazos de cine judío. Todavía la tengo en la carpeta de enviados. (Y el Cine Judío, que tanto extrañamos este año, desde entonces pasó a ser una cita obligada de cada invierno.) Algunos parientes leyeron la crónica y me la comentaron; otros, en cambio, se enterarían algunas semanas después.

            Y luego de esto, ya nada sería igual. Primero porque el tenor y la amplitud de las notas fue creciendo más y más (desde relatos o cuentos hasta entrevistas, opinión, eventos comunitarios, crónicas de viaje o alguna semblanza); al no tener un tema específico que abordar, más de una vez tuve que ingeniármelas para sacar temas de la galera, siempre con el cuidado de no repetir de internet ni de, como se suele decir, ‘copiar y pegar’ (aunque alguna vez esto haya pasado). Siempre con la intención de ponerle el sello de uno, una especie de marca. Siempre con la mirada y el oído atento, las 24 horas de los siete días, por cualquier tema que pudiera surgir, porque la inspiración llama una sola vez. Y siempre también, debo confesarlo, con el miedo crónico de pensar si en verdad al lector le está gustando lo que uno pone en la hoja (miedo que me sigue inquietando hasta hoy, y posiblemente siempre lo hará).

            Y la segunda razón por la que ya nada fue igual, es por lo que decía al principio, y es que desde aquel 6 de agosto de 2015, el Semanario Hebreo pasó a ser parte de la lectura obligatoria de cada semana.

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