En comunidad

Recordando a papá, 17 años después

Hoy 31 de julio hace exactamente 17 años que  falleció papá, José Jerozolimski, de bendita memoria. Y lo recuerdo aquí públicamente no sólo porque mucha gente lo quería y lo tiene aún presente por el ser humano que era y por el papel comunitario que jugó, sino porque él fue el fundador del Semanario Hebreo. Y sin él, que creó la tribuna impresa clave en la comunidad, que ya ha cumplido 60 años, esto probablemente no existiría. Y lo hizo en épocas con menos facilidades técnicas y herramientas tecnológicas que las que existen hoy y hacen todo más ágil.

Por eso le hago nuevamente, otro año más, un homenaje público.

Pero como imaginarán, lo que yo más extraño no es al gran periodista. No  es al analista que defendía a Israel con pasión. No es al  uruguayo enamorado del país que lo acogió cuando llegó de niño de su Polonia natal. Todo eso quedó en mí para siempre. Pero yo extraño a papá.

Es que no es meramente cuestión de títulos sino de valores.

Papá era un ser humano fuera de lo común. Como dijo mi hermano Ariel cuando le dimos sepultura: lo traicionó el cuerpo, pero el alma-jamás.

Murió a los 76 años, con mucho aún para dar y mucho por cierto para disfrutar en los dos mundos que más le importaban: la familia y su trabajo. Y esto último incluye muchas pasiones: su lucha por el esclarecimiento de la causa justa de Israel por vivir en paz y seguridad, su defensa de la democracia , de la libertad de cultos, su abrazo a todo lo relacionado a la amistad entre Uruguay e Israel, su condena terminante al terrorismo y al uso del nombre de D´s para matar.Y al traducir todo esto en términos más concretos y menos altisonantes, podemos recordar cómo le alegraba ver niños en los parques jugando en Israel, cómo le emocionaban los actos comunitarios, cómo le apasionaba conseguir una buena entrevista, cómo le emocionaba escuchar el himno nacional, cómo le gustaba ver juntas las banderas de Uruguay e Israel, cómo lo hacía feliz ver a la familia reunida y compartir fiestas judías también con amigos no judíos, explicándoles el significado de cada símbolo.

Poco tiempo después de fallecer papá, soñé con él. Yo estaba caminando por 18 de Julio y de repente lo veía a lo lejos. Corrí feliz hacia él, que me abría los brazos, pero en lugar de recibir un abrazo, pasé a través de él. Es que ya no estaba en realidad . Estaba-y estará siempre- en mi corazón, no en el mundo real. Y al darme vuelta desesperada,en el sueño, en efecto ya no estaba. Me desperté empapada de sudor y llanto. Creo que desde entonces, muy pocas veces volví a soñar con él.

Pero papá está siempre. Es imponente cuán grande es el lugar que ocupa una ausencia. Veo a mis hijos crecer, con esa naturalidad que da la vida, y siempre pienso “si papá los viera…”. Miro a mi nietito adorado-su bisnieto- y ruego que papá lo esté viendo desde la morada de los Justos en la que seguro descansa.

Papá conoció a 5 de sus 7 nietos, pero él está en todos ellos.

Y estuvo también hasta último momento en el corazón de sus hermanos, su hermana mayor Sara (z”l)  y su hermano menor César (z”l), ya fallecidos-y aún nos parece mentira que así sea. Lo único bueno de que se haya ido antes que ellos, es que no sufrió viéndolos morir. Era tal el amor que se profesaban esos hermanos, que no sé cómo papá lo habría resistido.

Cuando él falleció, le dijimos a Aloni, nuestro hijo menor, que en aquel momento tenía 6 años, que su Zeide está en el cielo, cuidándolo a él y cuidándonos a todos. Recuerdo aquella noche que salimos de la casa de mamá en Jerusalem y de repente Aloni miró al cielo, levantó la mano y gritó entusiasmado: “¡El Zeide! ¡Ahí está el Zeide!”. Se veía una estrella brillante que titilaba, como si enviara señales. Esa estrella estaba ahí en el cielo claro. Y está también hoy, por siempre, en nuestra memoria y nuestro corazón.

Ana Jerozolimski
(31 Julio 2021 , 09:45)

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