Janet Rudman

Janet Rudman

Me gusta leer y escribir. Encontré en la lectura y la escritura una forma de canalizar mi esencia. Leo con la misma pasión con la que tomo café. Me gusta escribir sobre historias mínimas. He trabajado en varios proyectos editoriales uruguayos que construían identidad judía: Kesher, TuMeser, Jai y ahora formo parte del staff de SemanariohebreoJai.

Columna de opinión

Tenía que ganarte la partida

En aquella vuelta de Punta del Diablo, presentí que el fin de nuestra relación estaba cerca y que yo  lo había estirado como un elástico. Tu malhumor de ese día era porque  yo quise aprovechar la playa antes de volver a Montevideo. Siempre quería un poquito más de todo, ya fuera mimos, playa o dormir más. A vos había algo que no te terminaba de cerrar. Me queda claro que el asunto era tan simple como que no  me querías y  yo tardé mucho  en aceptar que el amor es un asunto de a dos. 

Aún no logro explicarme cómo me banqué conocer a tu familia, a tu madre viuda, y a tu perro Lucas, recién al año de conocerte. Mientras tanto, venías a casa y te instalabas frente al televisor con las picaditas de salame y queso gruyere. Te faltaban las pantuflas y eras el dueño del mejor televisor de la casa. Hiciste el papel de novio a la perfección.

Yo tenía veinticinco años y vos treinta. Yo sí te quería. Me divertía cómo gruñías  cuando había un poquito de tránsito  en Montevideo,  pero nunca entendí los motivos de tus neurosis. Eran tantos y tan diversos. Pescabas un resfrío y por lo menos te tomabas la fiebre cada media hora.  Pedías la ensalada con el aderezo al costado, como Meg Ryan en “Cuando Harry conoció a Sally”, una de mis películas favoritas. No existía la palabra T.O.C., en esa época.  O por lo menos yo no la conocía, en mi casa de chica judía de clase media se comía la ensalada con el aderezo que mi mamá le ponía. Nunca entendí porque ibas a todos los velorios, hasta al  del primo del cuñado de tu abuela. Si no llegabas, ibas a la sinagoga a saludar a la familia, para vos era así, por otra parte, yo creí siempre que se saluda a solo a la gente muy allegada.

Nos gustaba comentar los libros que leíamos y me recitabas por teléfono  poemas de escritores que desconocía. Tenías  una pócima mágica para hacerme reír y gozar por horas. Tenías al lado del teléfono el  libro de poemas de una amiga de tu madre que se había autopublicado. Los poemas eran cursis y vos te divertías burlándote de ella. Le hacías bullying recitando en alguna reunión familiar un poema suyo, y ella se emocionaba, no entendía que no la estabas agasajando como parecía.

Pasaron dos semanas, y nos peleamos por si íbamos o no al cine un sábado a la noche. Vos querías quedarte en el sofá y yo quería salir. Pero ese no era el tema. La discusión fue subiendo de tono y te fuiste dando un portazo. Menos mal que no había nadie en casa. No me llamaste por días. Al cabo de dos semanas fuimos a tomar un café en una confitería,  que cerró hace un par de años.  Era una mezcla de confitería y librería. Yo amaba ir sola, hojear un libro con un café y mirar el mar.  

Ese día fue  inolvidable para mí. Nunca volví. El lugar quedó marcado. Me dijiste que no podíamos seguir así y yo asentí con la cabeza. No dije nada, y vos asumiste que estaba de acuerdo. Se me caían las lágrimas de dolor y de bronca contenida. Porque yo te quería y vos no. Era tan simple como eso. 

Me dijiste que no estabas enamorado de mí. Estaba más claro que el agua. Podría haber dicho algo que me hiciera sentir menos mal.  Pasé el período más siniestro de mi vida, preguntándome por qué te toleré tantas faltas de respeto para que vos te fueras de mi vida, en el  momento que se te cantó.Eras más que el amor de mi vida, eras  el capricho de mi vida. Yo sentía que tenía que ganarte la partida. Veía nuestra relación en términos de un juego  y no me daba cuenta que era mi vida afectiva  lo que realmente importaba

 

Janet Rudman
(26 de Agosto de 2021 a las 19:16)

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