Janet Rudman

Janet Rudman

Me gusta leer y escribir. Encontré en la lectura y la escritura una forma de canalizar mi esencia. Leo con la misma pasión con la que tomo café. Me gusta escribir sobre historias mínimas. He trabajado en varios proyectos editoriales uruguayos que construían identidad judía: Kesher, TuMeser, Jai y ahora formo parte del staff de SemanariohebreoJai.

Columna de opinión

Las camas ajenas

 Por alguna razón, no me gustan las camas ajenas. Y sin embargo, acá estoy en la cama de Luis. No sé bien que hago acá, siento ganas de vomitar. Ayer me pasé con el vino blanco. Luis hizo una reunión de amigos, no sé si llamarlos así, algunos no saben qué quiere decir esa palabra. Hablaron pestes de una amiga mía  de la secundaria y yo me callé la boca. Porque no tengo fuerzas para discutir. Luis fue mi primer novio de la facultad. Me quiso, ni mucho ni poco, lo suficiente para llamarlo cuando estoy sola.  Estoy un poco mareada, voy a la cocina y tomo un vaso de agua. Busco el café con desesperación y no lo encuentro. Una casa sin café es como una casa sin alma.  El sol pega fuerte en la ventana de la cocina y me falta el aire.  ¿Por qué no puse la alarma del celu a las cinco de la mañana y me fui en taxi?  Con lo que me gusta dormir en mi cama. ¿Qué hago en casa y cama ajena? Estoy sudada y tengo olor a Luis. Ahí aparece, con medialunas y dos cafés de Starbucks. Volvemos a la cama acompañados con café y medialunas. Seguro quiere un rapidito. Yo quiero estar sola en casa.

Cuando me separé de Ernesto regalé mi cama,  simbolizaba el fracaso del matrimonio para toda la vida. Desapareció de mi vida como de Uruguay. Se fue a vivir a Baltimore, a quién se le ocurre ir a esa ciudad. Nunca más supe de él. Lo quise con esa entrega total de todo o nada de la juventud. Me metió los cuernos con Mariela, una chica de nuestro grupo de la  facultad. No lo perdoné, me juró que ella no significaba nada. Quería una oportunidad y empezar de nuevo. No pude. Me lo recriminé muchos años. Nos llevábamos tan bien. La convivencia era armoniosa. No roncaba y era muy pulcro. Cómo limpiaba el baño, y lavaba los platos a consciencia.  Se acordaba de todos mis cumpleaños y no existía facebook. Y se llevaba tan bien con mi mamá.  

Después, con Daniel, en la repartija de bienes, se la enchufé a él. Yo me quedé con la heladera, la cocina, la cafetera y con el sofá de cuero, regalo de su madre. Me compré el mejor somier que encontré y las sábanas de no sé cuantos hilos que me vendieron en Arredo. Cómo si las sábanas cambiaran algo. Con cada ruptura, se rompía algo dentro de mí. No me gusta cambiar de hombre ni de cama. La vida tiene sus propios caminos y me obligó. También dejé mi cama cuando me fui a vivir a Madrid por dos años. Alquilé apartamento amoblado. Tenía una cama doble media berreta, la más barata de Ikea. Ahí hubo desfile de visitas. Emmanuel, era el nombre de un compañero francés, rubio, alto y torpe.  Le gustaba saltar en la cama, como si fuera un niño. Un día la rompió. La  propietaria del apartamento se enfureció conmigo y yo compré una nueva y despaché al francés. Compré una cama de color blanco, con una repisa para libros. Después del francés, dormí sola hasta que volví a Montevideo. Marcaba territorio como si fuera un perro. Si salía con alguien, le decía que no podía quedarse. Cuando venían amigos de Uruguay les tiraba un colchón inflable en el living con muchos almohadones y frazadas. Vino mi hermana con la que compartí cama con mucho placer y los chicos durmieron en el living. Les encantó visitar a la titi a Madrid. Ponían cara de Reyes Magos cuando yo les decía que el living era un campamento charrúa,  ellos eran  los caciques y los muñecos que eran sus indios.

Janet Rudman
(22 de Noviembre de 2021 a las 15:38)

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