Ruben Kurin

Ruben Kurin

Soy Ruben Kurin, trabajé desde los 14, un día me di cuenta de que tenía más de 60 y pensé que necesitaba un cambio. Siempre me gustó escribir y quise dedicarle más tiempo a temas que me interesaban,  aprendí idiomas, informática, filosofía y  historia, Ahora puedo escribir y expresarme. Soy feliz porque considero que lo que no disfrutamos es tiempo perdido.   

Columna de opinión

Lea elige ser judía

Primera Parte

En mi libro "Mujeres de mi familia", la narradora es Lea, una niña de seis añitos, hija de padre judío y madre gentil,  que elige la religión del papá habiendo nacido en un hogar apartado de todo precepto judaico ignorando ella la historia sobre ese pueblo del que provenía su rama paterna.

Primera parte

Lea, hija de Matilde y Agustín

La única paliza que recibió  Matilde por parte de su padre ocurrió  cuando supo que el  judío Agustín venía a pedirle noviar con ella y no con la hermana mayor, podría con esto, comenzar un psicoanalista la terapia a Lea cuarenta años después. 

Este mismo psicoanalista agregaría en sus notas o grabaciones el agravante de que, cuando esto sucedía esto, la paliza, José no estaba borracho, pudiéndole eso mismo valer de atenuante sino todo lo contrario, el hombre estaba bien sobrio en ese momento. 

El carácter de Matilde (mamá de Lea) que había sido alegre, dicharachero a pesar de las carencias y enseñanzas elementales dentro del núcleo familiar al que cualquier niño tiene derechos. 

¿Ejemplos? alguno que otro te quiero o un chiche baratito como regalo de reyes o quizás alguna ropita de estreno para los domingos. 

La mamá de Lea ni ninguno de sus hermanos supieron del festejo de una mísera torta de cumpleaños hasta que el hermano mayor, cuando empezó a trabajar, comenzó a hacerse cada 27 de octubre, día en que coincidía el cumpleaños con su sobrinita Lea (la judía o rusita como le decían en el pueblo). Él hacía bailes, mucha comida y mucha alegría. 

Este hermano trajo un poco de buena vibra a esta casa y habría que dedicarle un buen tramo en esta historia, pero como el título del libro es Mujeres de mi Familia sigo con Lea y su mamá “la no judía”

Continuando con la historia de la recién nacida Lea nació también un 27 de octubre o sea el mismo día de Pancho que desde hoy su padrino festejaría ambos cumpleaños. Entre tío y sobrina por siempre, tendrían una relación casi paternal.

Lea se transformó en un polo de atracción para esta familia y pasó a ser durante los próximos cinco años, hasta el nacimiento de su hermana, la protagonista.

Todo lo contrario, pasó con su muy joven mamá Matilde (“la goy”) quien cambió su alegría de vivir aflorando dentro de ella el carácter rudo y bruto de su padre. Ella se convirtió de la noche a la mañana en la persona que agarró las riendas de esa familia siendo la más temida para cualquier integrante de esta. 

Se suponía que lo que Matilde opinaba con sus gestos era palabra sagrada y ni que hablar la fuerza de sus silencios. 

Pero Lea fue para Matilde su descarga a esos silencios. 

Sí esta niña comenzaba su vida siendo lo que hoy llamaríamos un niño golpeado en una causa caratulada como “Violencia Doméstica” y severamente castigada por la ley.

Lea era una niña muy tranquila. 

De piel blanquísima y una adorable sonrisa. 

Cuentan que cuando pudo sentarse sola la pasaba en la puerta de la peluquería de papá Agustín (el judío o rusito) sonriéndole a cada uno que pasaba por la vereda. 

Era tan calmada que más que algún vecino comentaba maliciosamente que la hija del peluquero era bobita o retrasada mental y culminaba con un piadoso 

¡Pobrecita es loquita la nena!

El carácter de Agustín era por demás tranquilo, aunque con la chispa de todos los peluqueros. 

Ya Matilde (la goy  y esta va a ser la última vez que uso este término para Matilde la madre de Lea) había hecho arreglos para construir una casa además de un salón adelante para la peluquería. 

El “rusito Agustín” no daba abasto en la peluquería trabajando hasta los feriados y todo el dinero extra se ponía en ladrillos. 

Las veces que lo encontraba el año nuevo haciéndole el servicio a un par de clientes que de allí no se movían hasta que se les cortaba el pelo, sin embargo, él siempre con algún chiste y trabajando con una sonrisa en la boca. 

Pero hasta la persona más calmada del mundo en algún momento llega a perder la paciencia y esto pasó aquel día en que la mayor de las hermanas de Matilde se tomó algunas atribuciones con Lea.

Fue a primera hora de la tarde en que pasaron por la peluquería para decirle chau a papá porque iba a llevar a pasear a Lea. 

La tía preferida le había cosido con sus propias manos un vestidito digno de la mejor tienda para niños del país. 

Lea parecía hija de una reina. Hasta Matilde sonrió un poco; sí nada más que un poco al ver a su hija vestida tan hermosa.

Pasaban las horas y Agustín a veces tijera en mano otras veces navaja o brocha enjabonada, sacaba la cabeza para mirar para el lado del centro impaciente tras haber dado una o más vichadas al reloj.

Al fin una señora con una niña en brazos allá a dos cuadras daba vuelta la esquina y dirigía sus pasos hacia la casa. 

De a poco vio que se acercaba más pero no pudo reconocer a su hija porque su cuñada le había cortado a Lea el pelo bien cortito sin pedir permiso a nadie. 

¡Para qué! 

El peluquero cambió de cara, quedó poseído como nunca le había pasado fue la única vez que se le escuchó gritar y vociferar malas palabras hasta en Yiddish.

La tía de Lea asustada al verlo navaja en mano le dio a la niña a un cliente y escapó rumbo a su casa contestando en un tono más bajo, pero de enojo algo que luego se arrepintió pero que el peluquero indignado escuchó clarísimo le llamó 

“judío de mierda”

Este era uno de los conjuros vaticinados por la tía Esther o María el día de su casamiento con la goy. 

Aquello de que llegaría el momento que en esa familia alguien se lo refregaría en la cara con esta misma expresión

¡judío de mierda!

Pero esto no quedó así porque no pasó más de un año y Lea estaba siendo bautizada por la iglesia católica a escondidas de Agustín pero en compañía de la familia no judía en pleno llevando luego a la niña a una casa de fotos para retratarla con un crucifijo colgando de su cuello. 

Foto que no se escondió pero que Agustín haría como que no se había dado cuenta. 

Lo cierto fue que para ese entonces ya en la casa mandaba Matilde y éste lo asumió de por vida sin escuchársele decir al respecto esta boca es mía. 

Para él la religión era irrelevante y decidió pasar por bobo quizás para preservar el matrimonio de forma inteligente. 

Ese era Agustín, papá de Lea, la que en unos años le daría un vuelco a esta historia que ni siquiera el más ferviente creyente hubiese imaginado. 

En  aquellos primeros cinco años Lea recibió los mimos necesarios de cualquier bebé que se precie de ser muy querido y  jugaba en el fondo de la casa a enterrar a la abuela que siempre estaba enferma y no terminaba de morirse.

Con el segundo embarazo de mamá Matilde a Lea se le complica la vida.

Empezó la niña a mirar de reojo y a preguntarse acercándosele algo más de lo debido para analizar el porqué de la panza todos los días más crecida de su mamá.

Continuará

Ruben Kurin
(2 de Febrero de 2022 a las 16:10)

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