Ernesto me conquistó con su galantería y su humor ácido. Nos conocimos en pandemia. Mientras todos sufrían por la soledad, nosotros aprovechamos para conocernos vía twitter, primero. Teníamos algunos amigos en común. Todos argentinos por supuesto. Jugamos mucho con la virtualidad. Me escribía por interno cada vez que yo decía “Islas Fakland” y yo me corregía al toque. Yo le preguntaba por el gobierno de Onganía y cómo había sido haber nacido en plena dictadura militar.
Después usamos whatsapp, instagram, zoom, pasamos por todo lo virtual del planeta. Me di cuenta que estaba enganchada con él, cuando me dijo, a boca de jarro, que no quería tirarse un lance. Un hombre de 40 en 2020 me hablaba como si estuviéramos en los 2000. Yo estaba harta de happen, de tinder, una buena forma de conocer gente intrascendente.
La primera vez que nos vimos fue cuando se abrió la frontera entre Uruguay y Argentina. Tenía tanto miedo de verlo y que mi fantasía terminara en un minuto. Miedo de que fuera un desastre en la cama. La primera vez que nos vimos fue en un taxi, él iba a Carrasco al banco y yo venía de Ciudad Vieja de una reunión con un nuevo cliente. Dio vuelta el taxi para buscarme y me dejó en Punta Carretas. Nos dimos un beso rapidito y nos encontramos en El Berretin para cenar. Después fuimos a su apartamento, tomamos un café y un vino blanco con chocolate amargo. Nos contábamos quiénes eran los conocidos de twitter que no aparecen con su nombre. Nos reímos mucho, había una tensión muy fuerte. Nos reímos mucho la primera vez. Fue un encuentro de dos almas, no me importaron mis kilos de más ni mis alergias. Nos bañamos juntos en nuestro primer encuentro. Conversamos acerca de qué champú usamos. Esto parece material para el libro “El fin del amor” de Tamara Tenembaum. Para nosotros, marcó el comienzo de un amor.
Me sentí como una adolescente, no podía creer que tenía frente a mí a un amor con mayúscula. Es alto, grandote, cuando me abraza fuerte, viajo al paraíso. Su mirada es directa. Nuestra historia parece una película como “Tu tienes un email”, de los 90 o 2000, y la época de series como Sexo en la ciudad que tenían un check list de lo políticamente correcto. Lo disruptivo era esperar al amante con sushi sobre el cuerpo. Siempre fue una fantasía sexual mía, con Ernesto no se puedo, porque si algo odia y yo amo. es el sushi
Si, Ernesto es el amor de mi vida. Ya cumplí cuarenta, y nunca pensé en volver a enamorarme. Al mes, me mudé a Buenos Aires. Alquilé mi departamento de Punta Carretas y me fui con muchos libros y una valija de ropa a Palermo. Mis amigas pensaban que estaba demente. Trabaja para una empresa yanqui de productos agrícolas. Yo soy redactora free lance, así que me da igual si estoy en Barcelona o Buenos Aires. Tiene un único defecto, trabaja demasiado.
Hoy fue un día largo. Atiendo una cuenta chilena de pañales para adultos y la Encargada de Marketing me rebotó tres piezas de contenido. Estoy muy cansada pero doy la jornada por finalizada. Son las diez de la noche. Ceno sola mirando una serie muy estúpida de Netflix.
Para Ernesto es tardísimo pero la jornada no ha terminado. Le llevo café. Me gustaría aprender a cebarle el mate como le gusta.No sé qué hacer para convencerlo que duerma aunque sea un rato. Me acerco descalza. Oigo el ladrido del perro del decimo piso, la del tercero grita cuando le ve la cara a Dios, son las dos de la mañana y cada sonido se escucha a la n. Y él sigue ahí dale que va, siento el golpeteo del teclado. Ni música escucha de noche.
Le alcanzo un paquete de frutos secos y una ensalada de frutas sin jugo para comer sin sacar la mirada de la pantalla. Tengo puesto un camisón negro de seda cortito que lo vuelve loco. Me paro detrás de él y le doy besos en la cabeza. Se da vuelta y sonríe con los ojos negros chiquititos y rojos por las horas de trabajo.
—¿ Estás de viva? Tengo que entregar al Gerente de Recursos este informe a las 10 de la mañana.
— Trabajas demasiadas horas. No es humano. Me voy a dormir.
Me fui a la cama angustiada. Este hombre no tiene fin de de semana libres, siempre le surge un nuevo cliente al que no sabe negarse. Su defecto es que es un fanático del trabajo. Le gustan las cosas simples de la vida, un asado con amigos, ir al mar, recorrer las librerías de la calle Corrientes. Le gusta cantar y me canta “Imagine” al oído cuando estoy de mal humor y me río.
A veces, siento que mi vida consiste en esperar que Ernesto termine un informe. Cuando termino de trabajar, salgo sola. Me despejo, me tomo un taxi y voy hasta Palermo Soho, me como un sándwich de pastrami, entro en Eterna Cadencia a ver si tienen algún libro nuevo y vuelvo a casa. Igual confieso que extraño Montevideo, yo vivía frente al Shopping de Punta Carretas, como amaba ir final de la tarde al Bar Tabaré a saborear un completo con una amiga entrañable.
Nos llevamos tan bien que me da miedo. No nos gustan para nada las mismas cosas, pero compartimos la lectura leyendo libros distintos. A veces leo a Mairal y le comento una frase. Mi cuento preferido es “Hoy temprano”, cómo me gustan los viajes de iniciación. Miramos series cada uno en su tablet. A él le gustan las de acción, a mí no. Encontré una nueva en HBO Max que se llama “Somebody Somwhere”, que trata de una mujer de mi edad en Kansas.
Conocer a Ernesto fue lo que me dejó la pandemia, no sé cuánto tiempo estaremos juntos.