Israel

El diplomático y la vida de una joven como símbolo de un pueblo

Por Daniel Rodríguez

(El autor, periodista en El País, es hijo del Embajador Enrique Rodríguez Fabregat, diplomático uruguayo identificado con el gran apoyo a la creación de Israel)

El Embajador Enrique Rodríguez Fabregat

 

La chica, de unos 22 años, estaba débil, demacrada y sus posibilidades de sobrevivir tenían un gran signo de incertidumbre. Pero, recibió una visita, que en su estado de indefensión nunca imaginó pudiera ocurrir. Un catedrático y diplomático de un país lejano, del que ella quizás solo tenía una idea difusa, llegó hasta el Hospital Rotschild, situado en Viena, para darle un giro inesperado a su vida. La joven no podía creer que el representante de un país sudamericano se preocupara por su estado de salud y le diera renovada esperanza como parte de una misión poblada de obstáculos para plantear una solución al drama de Medio Oriente y asegurar que dos pueblos -el judío y el árabe de la Palestina del Mandato Británico- pudieran convivir en armoniosas relaciones.

 El diplomático habló con los médicos en un hospital que tenía capacidad para 800 pacientes, pero estaba desbordado por 4.000 personas internadas. No eran pacientes habituales, sino sobrevivientes de los campos de exterminio  nazis. El diplomático fue informado por los médicos que la joven necesitaba un antibiótico que era difícil de obtener. Se dirigió a la chica y le aseguró que retornaría para ayudarla. Unas dos horas después, ante el asombro de los médicos y la paciente, el diplomático reapareció con el antibiótico. Le pidió que lo tomara cada ocho horas para restablecer su salud y cumplir su sueño –como el de los otros miles que habían logrado sobrevivir a la barbarie- de forjar una nueva realidad vital en las tierras de Medio Oriente en las que el pueblo judío tiene una historia milenaria. “Sabré si usted tomó todo el medicamento y cuándo llegará al nuevo Estado”, le señaló el diplomático en amistosa advertencia. La joven se recuperó y llegó al Estado que poco después fue creado por resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas, el 29 de noviembre de 1947.

Ese diplomático era mi padre, Enrique Rodríguez Fabregat.

 

Rodríguez Fabregat con jóvenes de la colectividad judía uruguaya, en Montevideo. Logramos reconocer, sentado a su derecha, a Israel (Chito) Fosman y del otro lado, de pie, a su hermana Renée.

 

DOS GRANDES LOGROS.

Como representante de Uruguay ante Naciones Unidas y miembro de UNSCOP –la comisión del foro mundial que buscó una solución para Palestina- mi papá –actuando siempre en coincidencia con el presidente Luis Batlle Berres, quien fue su líder político y con el que tenían entrañable amistad- no solo planteó el Plan de Partición que fue aprobado por la Asamblea General, sino que insistió en la necesidad ineludible de recorrer unos ámbitos en Europa que estaban identificados por un eufemismo –Displaced Persons Camps- que no eran otra aterradora realidad que los lugares donde habían funcionado los engranajes criminales del nazismo que asesinaron a millones de judíos. Rodríguez Fabregat siempre estuvo en minoría con cada planteo que hizo en Unscop, pero gracias a la estrategia que trazaron con el presidente Luis Batlle y su habilidad negociadora, terminó prevaleciendo tras duras discusiones. Así fue con el planteo del Plan de Partición y con su exigencia de hablar con los sobrevivientes del holocausto, unas 210.000 personas que estaban en condiciones inicuas dos años después de la derrota del nazismo. En todo momento hicieron frente común en Unscop con el embajador de Guatemala, Jorge García Granados. 

 

Rodríguez Fabregat (derecha) y García Granados (izquierda), conversando con alguien a quien no logramos identificar

 

Había tenido conocimiento, a través de periodistas y por sus contactos con el gobierno de Estados Unidos, de la situación inadmisible en que se encontraban esas personas, que después de sufrir años de horror, tenían como única morada edificios en ruinas y como único alimento caldos de color amarillento. Un informe encomendado por el presidente Harry Truman al decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Pennsylvania, Earl G. Harrison, describió la situación sin omitir detalle.

UNÁNIME

Después de una ardua lucha interna en Unscop, mi padre logró que la comisión recorriera los llamados campos de desplazados en tres países europeos, porque sostenía que el pueblo judío, en su dispersión obligada –subrayaba obligada- siempre mantuvo la unidad, pese a ser sometido a las pruebas más extremas. En los encuentros que tuvieron con todos sobrevivientes, el deseo expresado fue unánime: todos querían ir a vivir a Palestina, en las tierras donde estaban sus raíces históricas. “Todos expusieron ese deseo y esa voluntad”, dijo mi padre en uno de los tantos relatos que me hizo y me permiten ser testigo privilegiado de su labor en Unscop.

En el histórico discurso que hizo en Naciones Unidas para argumentar y fundamental el Plan de Partición, mi padre  preguntó al conjunto de naciones si se pretendía dejar librado el destino de los judíos que habían sufrido la peor persecución “a una suerte de lotería de caridad internacional, promoviendo el buen corazón de Naciones Unidas, para que reciban y acojan en grupos, en lotes, a los que sobrevivieron en los campos de exterminio”.

La respuesta se produjo con la aprobación por mayoría del Plan de Partición, por el que se recomendaba la creación del Estado Árabe (que hoy se llamaría Palestino) y el Estado Judío (Israel).

Mi padre siempre lamentó que solo se pudiera hacer realidad la mitad de la resolución, de la que surgió el Estado de Israel, en tanto el Estado árabe quedó aplazado –pese a las claras  definiciones que expone el texto del Plan de Partición- porque el Estado de Israel, que surgió a la vida de las naciones independientes hace 74 años –en función de lo aprobado por Naciones Unidas- fue invadido por las Fuerzas Armadas de seis países árabes. Mi padre nunca tuvo animosidad por los pueblos árabes y persa, sino como hombre de paz buscó que en una zona explosiva del mundo reinaran las relaciones armoniosas. Siempre destacó los aportes del mundo árabe a la cultura y la ciencia. 

LIDERAZGO.

Siguió vinculado a Israel a lo largo de los años y pudo ver en varios viajes al avance del país. Siempre lamentó que solo se aplicara la mitad del plan. Pero, se hubiera sentido reconfortado por los acuerdos de paz entre Israel y varios de sus vecinos que surgieron a lo largo de los años. 

Rodríguez Fabregat en la Embajada de Israel en Montevideo, junto a David Ben Gurion . A su lado, Aída   que trabajaba en la embajada

 

Siempre expresó su orgullo y asombro por la capacidad que ha mostrado el pueblo judío para construir una democracia en Medio Oriente y un país que lidera en investigación científica, medicina y las nuevas tecnologías que transforman al mundo.  Los desafíos siguen siendo enormes.

En las dos visitas que realicé a Israel, pude comprobar con emoción esos logros, que son fruto del trabajo de varias generaciones, desde la primera de todas que retornó de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, en la que se encontraba la joven del hospital de Viena.

 

 

 

Daniel Rodríguez, invitado de visita a Israel en el 2007 al cumplirse 60 años de la resolución de la Partición de Palestina , con el entonces Presidente Shimon Peres en Beit Hanasí (Foto: Ariel Jerozolimski)

 

  

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