Ya se sentía el aroma de primavera aunque el frío del invierno todavía seguía firme.
Leonardo corría por los alrededores del gran lago como lo hacía habitualmente día por medio.
Estaba por cumplir los cincuenta años y se contentaba con trotar cinco kilómetros en las primeras horas del día así antes de las diez de la mañana ya estaba duchándose para comenzar la jornada de trabajo.
Se había separado hacía cinco años pero llevaba una excelente relación con su esposa.
Lena no había podido tener hijos entonces adoptaron una niña Betsy, que con sus jóvenes veinte años ya trabajaba en una importante obra musical en Brodway desde hacía dos temporadas.
A pesar de estar en el coro su carrera pintaba un brillante futuro como actriz y bailarina con el estilo de la escuela de Bob Fosse.
De pronto, un dolor en el pecho hizo que bajara la intensidad del trote y aminorando la marcha se aproximó a uno de los bancos del parque.
Llevando su mano hacia el lugar de la puntada se sentó, respiró hondo varias veces quedando su mente en blanco y desvaneciéndose por unos instantes.
Cuando recobró el conocimiento y abrió los ojos, a su lado estaba sentada una mujer que le hablaba tratando de hacerlo reaccionar
- ¿Se siente mejor, puede oírme?
-¿Cómo?
- ¡Que si me escucha!
-Sí, sí... ¿qué me pasó?
- Parece que se desmayó... ¿siente dolor?
- ¡No, estoy bien!
Trató de incorporarse con dificultad, entonces la vio y le dijo:
- Aunque me siento un poco mareado.
- ¿Vive lejos?
- No, en aquellos departamentos de allí
- Yo lo acompaño
Desde el corredor se oían los ladridos de Franklin reconociendo los pasos de su dueño.
- Es mi hijo
Abrió la puerta y el boxer se le tiró encima lamiéndole la cara con mucha emoción.
- Está muy mal educado... ¡Quédate quieto, tenemos visita!... Siéntate por favor y disculpa el desorden pero no esperaba recibir a nadie.
El departamento era muy cómodo y la vista que ofrecía el ventanal era una fabulosa panorámica de las montañas reflejándose en las frías aguas gran lago.
No pudo más que exclamar:
- ¡Qué hermosa vista!
El hombre entró a su habitación y desde allí gritó:
-¿Te gusta? ponte cómoda y sírvete algo que en el bar hay de todo, yo me ducho en cinco minutos, ¿no estás apurada verdad?
Cuando fue a contestarle la puerta del baño se cerró y sin saber cómo se había encendido el equipo de música en donde J. Lennon cantaba su formidable "imagine".
Su primer impulso fue irse pero antes de tocar el picaporte volteó su cabeza a la derecha adonde estaba el bar y haciendo con sus hombros un gesto de “que me importa” pasó del otro lado de la barra.
Abrió el frigobar y sacó una lata de gaseosa light.
Luego de destaparla fue nuevamente hacia el ventanal.
Cuando terminó Lennon y Joan Baez comenzó el próximo tema.
Leonardo salió en una muy afelpada bata color blanco con un escudo en el bolsillo que lucía el emblema de Washington University.
- Seattle se pone muy lindo en esta época del año ¿verdad?
- Si es cierto ¿se siente usted mejor? entonces ya me voy.
- ¿Qué es eso de está? No me hagas sentir viejo. Soy Leonardo Mapleton pero para los amigos Leo y ya que me salvaste la vida para ti soy Leo. ¿Tu nombre?
- No importa, me voy.
- Espera quiero saber a quien le debo la vida.
- Usted no me debe nada.
- ¡Tú!
- Bueno tú estás de salud mejor que yo. Ah y soy Lea Simpson.
- No lo puedo creer eres tocaya mía.
- No lo había pensado ¡ya me voy!
- Ahora que estropeé tu deporte quiero compensarte invitándote a cenar algún día o quizás a correr juntos a no ser que te comprometa. Solo quiero ofrecerte mi amistad ¿puede ser?
- Está bien, otro día, veremos.
- Espera ¿me das tu teléfono?
Leo tomó su celular y esperó.
Ella luego de pensarlo se le pasó.
Él puso en su mano una tarjeta.
- Como ves soy abogado y nadie es perfecto. Te llamaré y otra vez gracias por salvarme la vida dijo abriéndole la puerta mientras estrechaba su mano.
“Lea y Leo… “No sólo somos tocayos también somos colegas dijo ella sonriendo mientras se alejaba rápidamente.
Su hija estaba pasando unos días en Seattle y luego de recorrer Market Place fueron a almorzar cangrejo a un tranquilo restaurante del puerto.
Lea estaba con una amiga tomando una bebida en la barra esperando lugar cuando lo vio por el espejo.
No podía ver a la mujer que lo acompañaba porque estaba de espaldas a ella.
La curiosidad pudo más y se dirigió hacia el baño.
Cuando regresó pudo ver que era muy joven y bastante bonita.
Trató de pasar lejos pero tres meseros empujando un carrito con una torta llena de velitas encendidas hacían homenaje a un comensal cantando en un acento muy irlandés el tema de "feliz cumpleaños".
No tuvo mas remedio que pasar por al lado de la mesa por la que no quería y cuando pensó que no fue reconocida sintió.
- Lea Simpson
Disimuló y dando vuelta la cabeza como asombrada contestó:
- Hola doctor Mapleton... ¿cómo está usted?
- Esperando tu llamada luego de haber dejado inútilmente cantidad de mensajes en tu contestadora pero no importa. ¿Estás almorzando aquí?
- Estoy esperando una mesa.
- Acompáñanos te presento a mi hija Betsy. Esta es la chica que me salvó la vida ¿recuerdas que te conté?
- Mucho gusto, parece que mi padre por fin se enamoró porque no hace mas que hablar de ti.
- Pero si nos vimos tan solo una hora en toda nuestra vida.
- Él es así muy apasionado y riendo continuó, aquí hay suficiente lugar acompáñanos.
- No quiero molestar y estoy con una amiga.
- Hay sitio para todos insisto. Me voy a Nueva York mañana temprano y no quiero irme con cargo de conciencia de que dejo a mi papá solo.
- Está bien dijo haciéndole señas a la amiga para que se acercara.
Al otro día al volviendo del aeropuerto de Tacoma por la autopista y después de haber despedido a su hija, marcó en su celular el número de Lea.
Esta vez contestó.
Hacía dos meses que salían como amigos.
Había charlas caminatas y largas sobremesas en Starbucks.
Fue en aquél domingo volviendo de la exposición que la universidad de Washington ofrecía en el edificio Melinda Gates sobre fotografía. Tomando por la pronunciada bajada del barrio universitario hacia el Village en silencio hasta llegar al inmenso local de Barnes & Noble el que todavía en aquella época no se había convertido en una galería de tiendas y luego de ubicarse en una mesa contra la baranda que daba a la gran biblioteca, ella le dijo
- Creo que te amo.
Él la miró anonadado maldiciéndose por no haber hablado antes entonces Lea continuó
- No podemos seguir viéndonos Leonardo.
- ¿Cómo? ¡No entiendo!
- He luchado mucho en mi vida, no sabes nada de mí y prefiero dejar las cosas como están ahora ¡No, no me hagas preguntas, por favor! Quiero que dejemos todo en suspenso, ten confianza en mi y perdóname.
Tomó su cartera se marchó.
Respetando su decisión sin entender, la miró alejarse sin poder hacer nada.
Dejó pasar una semana y la llamó.
El contestador ya no funcionaba.
Volvió a intentarlo dos y tres días seguidos con el mismo resultado y decidió ir personalmente.
Entró en el edificio y el conserje le dijo que el departamento estaba vacío y que los ocupantes se habían marchado, que no sabía adónde.
Sin mucha explicación este le dio a entender que no conoció mucho a sus ocupantes porque los mismos vivieron poco tiempo allí.
Asombrado salió a la avenida quedando totalmente distraído y con su mirada puesta en la nada.
El zumbido del monorriel que velozmente se dirigía a la terminal de Space Needle pasando casi por encima de su cabeza lo volvió a la realidad y decidió ubicarla por intermedio del colegio de abogados.
Fue inútil porque no figuraba como profesional registrada.
Era imposible, esa mujer no podía haberle mentido de esa forma y ¿para qué, por qué?
Así, se le ocurrió ir a lo de su ex esposa que trabajaba en un departamento perteneciente a la corte penal.
Esa oficina, estaba relacionada con el FBI y también con la policía.
Necesitaba averiguar que había pasado con la chica.
- ¿Tienes alguna foto?
- No llegamos a tomarnos ninguna nuestra relación fue de muy poco tiempo.
Después de hacerle unas cuantas preguntas prometió que iba a tratar de ayudarlo.
La hija en común fue el próximo tema de lo orgullosos que estaban de la chica Comentaron lo bien que ambos llevaban esa relación de amistad y se despidieron con un beso en la boca.
Un beso de dos seres que se aman sin pasión solo con cariño aunque si lo prolongaban más podrían llegar a “hacerlo” como otras veces pero optaron por despedirse y comunicarse nuevamente cuando surgieran novedades.
Habían pasado dos años y no hubo forma de que pudieran encontrar rastros de la misteriosa dama.
Leo no podía olvidarla, se había enamorado y estaba seguro que ella también de él.
Betsy entró en la avenida Lexington con su veloz motoneta como todos los días.
Llegaba tarde al ensayo si no apuraba la marcha.
En Nueva York a esa hora el tránsito estaba imposible.
Cuando fue a doblar por la cuarenta y siete hacia Brodway el frágil vehículo patinó cayendo al pavimento.
El casco protegió su cabeza que fue a pegar contra el cordón de la vereda.
La gente comenzó a amontonarse a su alrededor sin que nadie se atreviera a tocarla.
Cuando los paramédicos llegaron ella abrió los ojos y entre las caras que la miraban pudo ver un rostro conocido.
- ¡Lea! exclamó y volvió a cerrarlos.
Leonardo y Lena llegaron al hospital.
El viaje desde el aeropuerto había sido más largo y desesperante que el vuelo desde Seattle.
Preguntaron por la habitación de la hija y subieron corriendo.
Betsy estaba sentada en la cama con una mano vendada desde el hombro hasta la muñeca y algunas raspaduras en la frente leyendo una revista.
Al verla se tranquilizaron.
Luego de besarla y abrazarla vino el reproche materno:
- Te dije que no compraras esa moto.
Esa noche su padre se quedó en el hospital.
De pronto Betsy lo miró.
- ¿Cómo estás, mi amor te duele?
- ¡La vi papá, la vi!
- ¿Qué viste?
- A Lea, está aquí en Nueva York. Ella fue quien me ayudó, vino con la ambulancia hasta aquí y creo que llenó los papeles del ingreso. Yo estaba sin conocimiento y muy confundida pero es seguro que era ella.
- ¿Y adónde está?
- Desapareció al saber que yo estaba fuera de peligro.
En los papeles de internación figuraba un nombre y un teléfono que luego de mucho rogar a la recepcionista pudo anotar.
Llamó por teléfono y una voz femenina atendió.
- ¿Lea?
Hubo un prolongado silencio y luego se cortó la comunicación.
Volvió a marcar y le dio ocupado.
No tenía dudas era ella.
Miró la dirección, paró un taxi y se la dio al chofer.
- Es en Nueva Yersey.
- Vamos para allá rápido
- ¡Usted manda y paga!
Era una típica casa vieja de Nueva York.
Pagó el taxi y subió los escalones corriendo para aprovechar la salida de una persona antes de que se cierre el gran portón que daba a la calle.
Buscó el número 102 y tocó timbre.
La puerta se abrió y vio a un hombre en silla de ruedas que le dijo
- ¿En qué lo puedo ayudar?
- Busco a Lea Simpson.
- Aquí no hay ninguna Lea y yo soy el señor Simpson.
- Perdone soy de Seattle y tengo esta dirección
- ¿De Seattle? Pase por favor. Hace dos años en Seattle fui operado y estoy muy agradecido a esa ciudad. Pero pase hombre siéntese ¿un café? Claro no es como los de allá pero tan mal no me sale.
Leonardo miró hacia un costado y en una repisa estaba la foto de Lea.
Cuando la tomó en sus manos el hombre le dijo:
- Es Luisa, mi esposa. En este momento salió, fue a trabajar. Gracias a ella que aguantó desde que me dieron el balazo hasta que me operaron la columna, los casi cuatro meses que estuve en coma allí en Seattle.
Perdimos todo. Ella sola alquiló un apartamento y abandonó sus estudios casi cuando había terminado la carrera de abogada.
La pobre lo dejó todo por mí.
Ya me habían desahuciado y gracias a ella a Dios y por supuesto a Seattle estoy vivo. La amo tanto que no sabría qué hacer si me dejara.
Sabe, teníamos un brillante futuro hasta que en aquél asalto esa la maldita bala encontró mi espalda.
Ahora estamos nuevamente mejorando nuestra situación y espero que no esté conmigo por lástima porque ella me ama, estoy seguro.
Perdón estoy hablando yo solo y no le pregunté que se le ofrecía.
- Es que quería agradecerle que ayudó a mi hija pero tengo que irme, dele mi sincero agradecimiento.
- ¿Su nombre?
-No importa, soy el padre de Betsy Mapleton, es la chica a la que ayudó.
Desde la fabulosa vista de Manhattan hasta estar volando sobre el monte Rainier, el Santa Elena y contemplar por la ventanilla del taxi nuevamente el Space Needle no hizo mas que pensar en Lea y en ese matrimonio que no quiso abandonar por lástima o por amor, nunca lo sabría, lo que sí sabía era que él ahora sí la había perdido para siempre.