Israel

Epifania en Eilat II

Por Emilio de Pedro

La mañana siguiente se levantó – Ruth dormía hasta tarde, como siempre – y se fue derecho al chiringo del viejo polaco. Antes de hacer ninguna estupidez(ninguna más de la que voy a hacer, corrigió), se acercó por el costado y miró con detenimiento las fotos de aviones. Había de todo, pero más grandes que las demás – no mucho – sobresalían la de un MiG-21 y la de un Phantom israelí. Suspiró profundo, y se dirigió al mostrador de frente; para su alivio y para su susto, el viejo polaco estaba ahí. 

- Buen día señor; ¿otra vez por acá? – le dijo el viejo polaco, sin sonreír.

-  Privyat, tovarichKamenev. Kak tvoydela? – dijo Jorge, que había ensayado la frase en ruso unas diez veces mientras se dirigía al chiringo.

La respuesta del viejo fue instantánea; lo siguiente que Jorge vio fue el agujero negro de una 9 mm(que nunca vio aparecer) que apoyada de costado sobre el mostrador le apuntaba directo a la barriga. No había nadie a unos cincuenta metros a la redonda. Qué manera idiota de morir, pensó Georgie. 

-  Bueno, si nos vamos a poner así… - dijo Georgie, furioso consigo mismo. – Oiga, Kamenev (perdido por perdido, vamos hasta el final, pensó), no soy de ningún servicio de espionaje; solo quiero saber su historia – dijo, tratando de que no se le aflautara la voz y de no hacerse todo encima.

-  Es claro que no es espía – dijo el viejo, sin mover la pistola de donde se hallaba. – Es un imbécil nomás; un espía ya me hubiera matado, pero no se hubiera dado a conocer como Ud. 

-   Y es claro que Ud. es Kamenev – dijo Jorge, al que no le faltaba esgrima verbal, aunque tuviera miedo. -Solo Kamenev se hubiera enojado así –agregó. 

-  ¿Qué sabe Ud. sobre Kamenev? – le dijo el viejo, sin mover la pistola

-  Sé que es usted. Se que antes de ser un señor que atiende un chiringo en Eilat, fue un piloto de combate que me hizo perder una apuesta. Lo que no se es como aquél Kamenev se transformó en este Kamenev.

-  ¿Y de dónde saca que fui piloto de combate?

-  Las fotos del MiG y del Phantom; el aspecto militar; la mentira de que es polaco (bluffeó) y la reacción inmediata cuando le hablé en ruso. 

-   ¿Pero cómo es que sabe la historia de Kamenev? – dijo el ruso, cuyo aire de frialdad no conseguía esconder la sorpresa y su propia rabia por haber caído en un truco tan tonto.

Ahí Jorge le contó qué hacía en Eilat, de su viaje y su encuentro con Ruth, como para ir ganando en aplomo; y le contó la historia del concurso sionista; de la pregunta, de cómo había perdido “por su culpa, ¿sabe?” y de cómo se le había venido eso ayer a la mente al verlo. Debe creer que soy idiota, y tiene razón además, pensó. Para fingir una seguridad que no sentía, prendió un cigarro; cuando exhaló el humo, vio que la pistola había desaparecido, y que el ruso sonreía – su boca al menos. 

-   Usted es idiota, ¿verdad? –le dijo el ruso, como si le leyera la mente. – Me dice que está con una mujer que lo quiere y a la que quiere (“no le dije eso” pensó Jorge), que está empezando algo, ¿y viene a arriesgar un tiro en la barriga por semejante estupidez?–

-¿Y a Ud. que le importa? – Georgie estaba algo irritado con ese piloto viejo devenido consejero sin que nadie le preguntara nada.  - ¿Es o no es Kamenev?

-  Claro que soy Kamenev – el Kamenev que a Ud lo desvela, al menos… 

Acto seguido, el ruso abrió una botella de ron, se sirvió un vaso largo, le sirvió a Jorge otro, con un gesto imperioso; prendió un cigarro negro y empezó a hablar. Hablaba a buen ritmo, casi apurado, sin pausas, pero sin desesperación, en buen castellano salpicado de inglés y de alguna expresión en hebreo que Jorge no entendió ni quiso entender porque la historia seguía fluyendo. Había mucho de absurdo en ese viejo piloto ruso abriéndole su vida en Eilat a las 9 am con un ron y tabaco de por medio, pensó, mientras Kamenev hablaba… mi vida en la URSS… Gagarin… los Halcones Rojos… pobreza, disciplina, sueños de volar… Fuerza Aérea Roja… vamos a destruir al capitalismo… Gagarin murió… si, volé sobre Praga en esos días… la voz del viejo abundaba en detalles, hasta que llegó al punto que Jorge quería saber

-  Y ahí estaba yo, Yorrgue (le salía así pronunciar su nombre), volando un MiG-21 egipcio sobre el desierto del Sinaí. Había mucho de absurdo en eso (“ese viejo me lee la mente”) y me daba cuenta en ese momento, de estar lejos de mi patria, en nombre del socialismo, liderando un escuadrón contra los judíos, que no querían pelear y vaya si sabían hacerlo, para alentar a los egipcios, que no tenían muchas ganas de pelear y no tenían ni idea. Nada, que salieron de todos lados como un tifón y nos dieron una paliza atroz. Vi uno encima mío, maniobré y ahí nomás sentí el golpazo de un misil y vi pasar una Estrella de David azul por mi cara y sentí el fuego y mi mano accionó la palanca y mi asiento voló libre y ahí estaba sentado colgando de un paracaídas sobre el desierto mientras mis camaradas caían como moscas. Vi uno que caía con el paracaídas abierto desde mucha más altura que yo, muerto – probablemente por la descompresión al eyectarse desde tan alto. Y algo se me rompió dentro mío. Nunca supe qué; pero para el momento en que golpeé el Sinaí había dejado de ser un piloto de combate. Probablemente lo idiota de la muerte de ese hombre; o acaso el estar colgando sobre un desierto que no era mío, peleando por gente que no me quería contra gente que no me odiaba. 

-  ¿Y entonces?

-  Y entonces caí cerca de un fortín; la línea Bar-Lev, le decían, supe después. No tenía problemas en entregarme prisionero, pero no quería ser prisionero tampoco si podía evitarlo; me iban a devolver tarde o temprano. Quiere mi suerte que me acerco con cautela y escucho a dos reclutas hablando en ruso entre sí. Me acerqué y les hablé con autoridad. Que era piloto de la USAF haciendo de agresor en ejercicios secretos con la Fuerza Aérea israelí; que había tenido un accidente y que necesitaba que de incógnito me mandaran a retaguardia sin dar parte a nadie porque era parte del ejercicio; que hablarles en ruso también era parte del ejercicio. Les agregué tres o cuatro frases en inglés y con satisfacción comprobé que no entendían nada. Nada, que justo empieza un cañoneo egipcio y me suben sin más trámite a un convoy de camiones que de casualidad salía para El-Arish. Llegamos de noche; ahí fue nada largarme del camión antes de entrar a la base y robar ropas y algún dinero. 

-  ¿Y por qué Eilat?

- ¿Y por qué no? Yo quería estar lejos de donde algún ruso me viera; pero también quería estar lejos de las autoridades israelíes. Era desertor, pero no traidor. Así que no me agradaba mucho que el Tzahal me echara el guante encima. Nada, que fui haciendo autostop hasta Eilat; en inglés quebrado explicaba que era finlandés – eso funcionaba. 

-   ¿Y luego?

-  Y acá me conocí con una chica cuyos padres eran rusos; ella me enseñó el hebreo. Nunca me creyó la historia de que era un piloto ruso derribado y desertor, así que a la segunda vez le dije que era una broma; que era finlandés nomas, y piloto. Durante un tiempo me gané la vida como pude. Después, vino la guerra de Yom Kippur y no me fue difícil mentir que había perdido mis documentos en combate. Ahí sí, pude ponerme de piloto civil en Eilat. 

-  ¿Y el castellano?

-  Mi primera esposa falleció en los noventa; ahí me casé con una chica venezolana que había hecho aliá. Ella me enseñó el castellano y el ron. 

-  ¿Y ella sabe?

-  Claro que no; si esta historia le parecía fantástica a mi primera mujer, a la segunda le parecería digna de un mitómano. Kamenev murió al tocar el piso del Sinaí; su amiga esa la tal Maga y ese tal Porat estaban equivocados, después de todo. Aquel Kamenev murió. Para mi actual esposa soy un finlandés que se enamoró de Eilat. ¿Quién va a pedirle a uno que le enseñe finlandés, después de todo…?

- ¿Y lo de que era polaco?

- Le contesté en modo automático; fue para sacármelo de encima… Es irónico; si le hubiera dicho finlandés Ud. me hubiera seguido cargoseando en ese momento, pero no hubiera llegado de vuelta hasta aquí.

-  ¿Y por qué la URSS nunca reconoció su muerte?

-  Porque aparentemente uno de mis camaradas me vio tocar el piso sano y salvo; y aparentemente pidieron mi devolución, pero los israelíes les dijeron “se habrá desintegrado, que se yo”. Lo cierto es que en algún momento se enteraron de que estaba aquí, y mandaron un comando de la KGB a terminarme, por desertor. Lo que sigue es digno de un cuento de EphraimKishon: los rusos se equivocaron de camino y entraron en Ramallah; los árabes los tomaron por judíos y les dieron la paliza de su vida, y solo la policía los salvó del linchamiento. Nada, que les dio tanta vergüenza que informaron a Moscú que yo había muerto y que habían visto mi tumba, con tal de volver sin ser castigados. Pero nunca dejé de tener miedo de que me volvieran a buscar. La próxima vez que quiera hacerse el listo, recuerde que hay gente que puede apuntarle en la barriga con una 9 mm – dijo, dio la última pitada a su tabaco, y se quedó mirando al piso. 

Jorge se quedó en silencio. No sabía que más hacer o decir. Prendió un cigarro, mientras buscaba algo que agregar, y de nuevo la voz eslava, en español gutural:

- Ud. vino acá sin saber que buscaba; y llegó a mí buscando una verdadtotalmente irrelevante. En el medio le apunté con una pistola, y probablemente, si es tan listo como para sumar dos más dos y llegar a encontrarme sin querer, debe haber encontrado dentro suyo también una verdad muy relevante. Ahora lárguese de acá que tengo que trabajar, y haga algo con eso. No vuelva cuando quiera, ¿sí?

Dicho eso, el ruso se levantó, algo encorvado, y se fue atrás del mostrador. La mujer hacía rato que ya estaba atendiendo a la gente de la playa.

Jorge llegó al hotel, cargado de ron y apestando a tabaco, subió al cuarto y ahí estaba Ruth, en calzón y remera tomando un café en la mesita. Antes de que le pudiera preguntar nada, la abrazó con ternura, la bañó con su aliento a ron y cigarro y, mientras ella abría grandes los ojos, primero de sorpresa y luego de alegría, le dijo:

-  Te amo, Ruth. Te amo. 

 

 

 

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