Cultura

Leímos a Cynthia Ozik en el Club de Lectura de B'nai B'rith

Este mes con el club de lectura de  B'nai B'rith leímos algunos cuentos de Cynthia Ozick, escritora mujer, con un humor ácido muy disfrutable. Su judaísmo le sale por los poros y se manifiesta en mucha parte de su obra.

Les recomiendo en lo personal la lectura de Cuentos reunidos qu eno tiene desperdicio. Son cuentos largos, casi podrían ser pequeñas novelas. 

Ozick nació en Nueva York en 1928 y creció en el Bronx, donde sus padres, emigrados rusos que habían huido de los pogromos y del hambre, se ganaban la vida con una farmacia que también era oficina de correos y expendedora de bebidas. Para paliar los embates de la Gran Depresión, y estar al día con sus deudas y el alquiler, los Ozick trabajaban 17 horas seguidas, de 9 a 2 de la mañana.

Cynthia fue criada entre frascos de pócimas, el yiddish de su abuela y un fuerte apego a las tradiciones judías, que nutren buena parte de sus cuentos, novelas y ensayos

Ozick estudió en las escuelas públicas de la ciudad. En su año preescolar sufrió ataques antisemitas, entre otras cosas por no cantar las canciones navideñas. Fue gran alumna, activa en múltiples actividades en su escuela –sólo para mujeres–, todas vinculadas con escribir y editar. Dice que su inquebrantable vocación de ser escritora apareció en el mismo momento en el cual supo que era un ser consciente. O sea, en su primerísima infancia.

Como muchas jóvenes con destino literario, entre las primeras lecturas que la impactaron estuvieron Jane Eyre de Charlotte Brontë y Mujercitas de Louisa May Alcott. A los 15 años leyó los poetas románticos ingleses y guarda esa memoria como una de las experiencias más impactantes de su vida. Ha dicho: "Vivir sin poesía es, en realidad, nunca haber vivido".

Estudió latín y también alemán. El segundo por una mera casualidad. A los alumnos castigados por reprobar álgebra se los mandaba a aprender la lengua de Goethe, Schiller y Heine. Ozick los leyó, fascinada, sin advertir en el momento una catastrófica ironía. Años después, este oasis de plenitud inconsciente se terminó cuando hizo el cálculo y se dio cuenta de que ese tiempo había coincidido con los cuatro años de la Segunda Guerra Mundial y, más desesperante para ella, con la vida de Anna Frank, quien para Ozick sería una de las grandes escritoras del siglo XX.

Aunque el judaísmo es central a la identidad y para la obra de Ozick, su maestro, su primera y más fuerte influencia fue el novelista Henry James. Extraña pareja. Si uno tuviera que imaginarse un autor diametralmente opuesto a Ozick bien podría ser James, miembro de facto de la aristocracia de Nueva York y Boston de la segunda mitad del siglo XIX, titán de la novela realista, absurdamente prolífico en el género epistolar, de crónicas de viajes, autobiografía y crítica literaria, aparte de la novela. Estilista exquisito de las bellas letras, analista del choque cultural entre Europa y los Estados Unidos, homosexual en un tiempo donde se tenía ocultar porque, entre otras cosas, era ilegal y se pagaba con la cárcel.

Escritora noctámbula (“cuando salgo de noche pierdo todo un día de trabajo”), y firme defensora del trabajo autoral en territorio desconocido (“hay que escribir sobre lo que uno no sabe”), Ozick es también famosa por haber rechazado la expresión “escritora mujer” ya desde el apogeo del movimiento feminista de los años 70. “La gente me pregunta cómo puedo rechazar la expresión ‘escritora mujer’ y no la expresión ‘escritora judía’”, dijo en 1997. “Es una pregunta absurda, ‘judío’ es una categoría de la civilización, la cultura y el intelecto, y ‘mujer’ una categoría de la anatomía y la fisiología. Es burdo confundir vastos movimientos culturales e intelectuales con la capacidad de tener hijos”.

Para los que están por inciarse en su escritura, están disponibles ahora en traducción al castellano sus formidables Cuentos reunidos (Lumen); su gran y extraña novela Los papeles de Puttermesser (Mardulce) y una colección fundamental de ensayos titulada Metáfora y memoria (Mardulce). Estos tres tomos, justamente en la tríada de géneros sobre la cual ejerce su maestría Ozick, son la mejor introducción posible a esta mujer de letras cuyas preocupaciones centrales son la naturaleza de la vocación del escritor y las influencias literarias, y el significado moral, político, filosófico y artístico del Holocausto y la identidad judía. En la obra de Ozick entran memorias de su infancia, paisajes de Nueva York, deseos cotidianos, viajes. En fin, la vida entera filtrada por el arte de una sensibilidad particular. Y además Ozick, hay que subrayarlo, es de la secta de escritores que quiere creer en la literatura como una religión absoluta, por encima –pero integradora– de todas las creencias y actividades humanas.

Cuentos reunidos contiene diecinueve relatos, algunos verdaderas nouvelles . Entre el drama y la sátira, las tradiciones y la modernidad, alternan rabinos que se vuelven animistas, burócratas que copulan con ninfas, jasídicos que desprecian a los no jasídicos, y ancianos impotentes ante las nuevas generaciones del judaísmo.

Pero aún por encima del estilo, lo que destaca sobremanera en Ozick es su exploración sobre la condición humana. La cuestión de la identidad judía es el eje fundamental de estos relatos, algo que, unido a su forma de escribir, posiblemente la haga algo inaccesible.

"El rabino pagano" narra el suicidio de Isaac Kornfeld un rabino que progresivamente fue perdiendo su fe. Es un antiguo compañero de clase quien, interesado en los pormenores, se entrevista con la viuda del rabino.

 Así empieza: “Cuando supe que Isaac Kornfeld, un hombre devoto y lúcido, se había ahorcado en el parque municipal, metí una ficha en el torniquete del metro y fui a ver el árbol” 

Cabría mencionar que Isaac se colgó pocas semanas antes de cumplir los treinta y seis años, en la cúspide de su renombre; y el rector, claro está, no conocía toda la historia. Juzgaba por la reputación de Isaac, que en ningún otro momento alcanzó mayor relevancia que justo antes de su muerte.

Por lo mismo juzgaba yo, y me quedé perplejo al enterarme de que aquel dechado de talento y sorpresa intelectual al final no había llegado más allá de la segunda rama de un delicado roble joven, con raíces recias como las garras de un grifo expuestas en el suelo húmedo"

Los cuentos que seleccionamos para esta lectura fue "El Rabino pagano", "Envidia, o el yiddish en América" y "Virilidad". 

El intercambio entre los asistentes al Club fue muy rico y concluímos en que vale la pena leer a esta autora por su humor, por su judaísmo y porque es muy buena escritora.

 

 

 

Janet Rudman
(29 Julio 2022 , 17:38)

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