Nuevamente , como en tantas otras ocasiones, comparto vivencias desde la emergencia del hospital Hadassah Ein Kerem de Jerusalem. Tuve que llegar aquí esta tarde por razones familiares y como siempre, ando con las antenas prendidas captando imágenes interesantes, de esas que suelo decir que quien sólo lee sobre Israel en los diarios o ve informativos en la televisión, probablemente no las imagine o no las crea.
Y también hoy aclaro, como seguramente lo hice otras veces, que esto no apunta a presentar a Israel como un paraíso ideal – lejos está de ello – sino simplemente como muchísimo mejor de lo que lo pintan sus enemigos. Y sin duda, a pesar de las tensiones internas - y no faltan, no solamente entre judíos y árabes sino entre los propios judíos – Israel es una sociedad multifacética en la que conviven sectores muy variados de población. Claro que en las noticias salen más que nada los extremos, los estallidos, los problemas, que también son parte de la realidad. Pero lo que se ve menos en los titulares y en televisión, es justamente lo más fuerte, lo más común: la normalidad de la vida diaria.
Pero con estas líneas, no queremos referirnos únicamente a lo que solemos llamar el espacio público compartido por judíos y árabes, sino al mosaico israelí en general que incluye por cierto a judíos laicos, religiosos “light” y ultraortodoxos (haredim) con sus variados matices. También a algunas características típicas de su sociedad como lo común del voluntariado –notorio en los hospitales - y cierta falta de formalismo que genera un sentimiento de familiaridad por ejemplo cuando no pocos médicos se presentan solamente con su nombre de pila. Tienen por cierto su identificación colgada, con el nombre completo, pero al hablar, muchos dicen solamente el nombre propio.
Entramos a la emergencia y en la primera oficina en la que hay que anotarse, hay tres funcionarias. Una lleva el hijab musulmán sobre la cabeza y a su lado otra tiene una cadena con una pequeña cruz . No alcanzamos a distinguir nada especial en la tercera. Judía quizás, no lo sé. No necesariamente.
En el triage, la habitación en la que toman la presión, la fiebre, lo básico, un enfermero árabe. De allí, a la espera que nos reciba un médico en lo que se llama la emergencia ambulatoria. En el espacio contiguo, ese microcosmos al que hacíamos referencia. Se oye de todo: hebreo en distintos acentos, idish en boca de algunos ultraortodoxos, árabe y hasta una pareja religiosa hablando en portugués.
Nos atiende una médica con acento que no nos resulta claro, y dos estudiantes de 4° año de medicina. Cuando llega la cirujana , se identifica como Sapir, sin grandes títulos ni honores. Pienso en lo bueno de la cercanía que inspira esa falta de formalismo, pero también pienso que corresponde decir el nombre completo, por más que lo tenga colgado en la placa de plástico sobre su uniforme verde.
Entre los análisis, los distintos estudios, la tomografía, volvemos a cada rato a la sala de espera. Algunos personajes van cambiando, pero el “paisaje” general no se torna en ningún momento homogéneo ni monótono. Las cabezas con hijab de las musulmanas aparecen junto a las de la religiosas judías con su forma distinta de cubrirlas y los sombreros de los ultraortodoxos.
A cada rato aparecen las típicas carretillas de los voluntarios que ofrecen algo para comer y tomar a quien lo desee, gratuitamente por cierto. Hay variedad. Galletitas, bizcochos, saladitos, bebidas gaseosas, té, café. No nos sorprende en absoluto ver en ese primera mesa rodante bien equipada, dos voluntarias de Jabad, y les contamos del gran trabajo que hace Jabad en Uruguay.
Un rato más tarde, aparece otra, esta vez de la organización voluntaria Ezer Mitzion. Nos sorprenden porque no ofrecen solamente alguna cosa rápida, sino porciones calientes de “jamín”, lo que en una cocina ashkenazí se llama simplemente “cholent”. ¿Cholent en una carretilla rodante de voluntarios en Hadassah? Eso sí que es novedad.
En pocas horas, esas iniciativas voluntarias pasaron 4 ó 5 veces. Siempre eran otras personas. Todo sin cobrar ni un shekel a nadie.
El tiempo pasa y como hay que dar reporte a la familia y amigos, se va gastando la batería del celular. Divisamos un enchufe al que podemos conectar el cargador. Está muy alto. Un hombre todo vestido de negro, típico atuendo ultraortodoxo, ve que trato de calcular si llego y se ofrece presuroso a ayudarme. Sin esperar mucho la respuesta, se trepa al asiento, extiende su mano para que yo le alcance el celular, sonríe y yo agradezco. Y yo, ineludiblemente, pienso en los prejuicios que unos tienen de otros, y en cómo detrás de ellos, de las etiquetas que solemos poner a los demás, está simplemente la gente.
Por el parlante, llaman desde la urgencia por nombre a quien debe entrar. Muhamad se mezcla con Israel y Yaakov el religioso con mi hijo menor Alon, que ahora cuento es el motivo de la visita. Confirman que tiene apendicitis. Al quirófano pues. En menos de una hora, lo recibe ya en el pre-operatorio el enfermero Zu´abi y minutos después viene el Dr. Carlson, si es que capté bien su nombre, de Camerún, el médico anestesista. Habla en muy buen hebreo y noto que escribe su reporte también en hebreo. Lo aprendió al parecer sin problema en los 5 años que hace que está en Israel. Luego se acerca Svetlana, parte del equipo, evidentemente, por su nombre, oriunda de alguna de las repúblicas de la ex URSS. De la emergencia 4 pisos más arriba, donde empezamos el recorrido de hoy, vienen la primera médica cuyo nombre aún no sé, la cirujana Sapir que lo revisó, y todos lo alientan. Zu´abi, el enfermero árabe, trata de combinar su explicación sobre lo que es el apéndice con alguna broma para distender la tensión.
Y entre los nervios de madre y mi siempre presente atención a los fenómenos sociales que me rodean, mientras miro en los televisores prendidos las noticias sobre la tensión política y la nueva manifestación planeada para este sábado de noche contra el gobierno, pienso que en medio de todo, está la gente que simplemente quiere vivir.
Terminó la operación. Afortunadamente, todo pasó bien. Lo operó una cirujana por cuyo nombre debe ser árabe cristiana, ayudada por la ya mencionada Sapir, judía, anestesiado por el médico de Camerún. Y no puedo dejar de pensar que hace unas horas, combiné una entrevista para el jueves próximo con el Dr. Abdallah Watad del centro médico Sheba-Tel Hashomer, que a sus 35 años se convierte pronto en el Profesor más joven de Israel. Y en la entrevista que hice esta mañana con Gil Hovav, bisnieto de Eliezer ben Yehudá, renovador de la lengua hebrea, al haberse señalado recientemente el centenario de su fallecimiento.
Tras contarme en detalle cómo su bisabuelo alcanzó el impresionante logro, único en el mundo, de devolver a una lengua sacra dormida durante 2.000 años la condición de lengua hablada en el diario vivir, le comenté que a mí me sigue emocionando cuando veo y oigo a niños que por el color de su piel entiendo que son hijos de inmigrantes judíos de Etiopía, ya nacidos en Israel , hablando en perfecto hebreo con acento "sabra" o sea de los nativos de esta tierra. Gil Hovav se llevó la mano al corazón, sonrió y asintió con la cabeza y nos dijo cómo en su rutina, a menudo, en su vida diaria, en hebreo, siente que vive en un país que es, con todos sus problemas, un verdadero milagro.