Por Gerardo Stuczynski
El jueves amanecí con una dolorosa noticia: mi gran amigo, guía y maestro Mauricio Oberlander había fallecido.
Si bien no gozaba de buena salud y hacía poco más de un año vivía en Israel, la noticia de su desaparición física estremeció a sus familiares, a los muchos amigos que supo cosechar y, en lo personal, me conmovió profundamente.
La vida me dio la oportunidad de despedirme, ya que pude encontrarme con él el mes pasado en el hospital Meir de Kfar Saba, donde estaba internado. Charlamos largamente poniéndonos al día sobre todos los temas, donde por supuesto ocuparon un lugar preponderante las novedades de su comunidad judía uruguaya que tanto quería.
Mauricio pertenecía a las filas del Betar y fue el presidente del Likud Uruguay desde su fundación. Era un nacionalista auténtico, un sionista recalcitrante como nos gustaba autodefinirnos. Una persona cabal, un idealista que vivió de acuerdo a sus principios, que siempre antepuso los intereses generales de su comunidad o de su pueblo a los suyos propios. Fue uno de los líderes más importantes e influyentes de la historia de nuestra comunidad. Un dirigente desinteresado, abnegado y sagaz que supo lidiar con las dificultades, erigiéndose en un verdadero ejemplo de vida para las jóvenes generaciones.
Su orgullo nacional y pasión sionista dejaron su impronta, tanto en la colectividad judía uruguaya que lo vio nacer, como en el movimiento sionista mundial donde supo destacarse y brillar. Sus convicciones, acciones y realizaciones contribuyeron a delinear el perfil actual de la comunidad judía del Uruguay y a fortalecer al pueblo judío y al Estado de Israel que tanto amó y que fue su última morada.
Sus logros y trayectoria han sido reconocidos por propios y extraños, por compatriotas y personas de todo el mundo, por gente común y por los más destacados dirigentes políticos uruguayos e israelíes, muchos de ellos parlamentarios, embajadores, ministros, presidentes y varios primeros ministros.
Mauricio tuvo una enorme influencia en mí y me ha dejado valiosas enseñanzas en muchas áreas de la peripecia humana. En las diferentes funciones comunitarias que desempeñé, tanto a nivel nacional como internacional, siempre conté con su apoyo, visión y sabiduría, imprescindibles para enfrentar responsabilidades para las cuales no existen cursos preparatorios ni carreras universitarias.
No todas las personas tienen el privilegio de tener un gran mentor en sus vidas. Yo lo llamaba “Morí Ve Rabí” que en hebreo significa “mi maestro y rabino”. Según la tradición judía un rabino es en realidad un maestro y cuando una persona elige a su rabino está escogiendo a su consejero de vida. Pero la expresión era graciosa, no por su connotación religiosa, sino por las personas de quienes la adopté. Es que así lo llamaban muchos políticos importantes de Israel como Salai Meridor, ex presidente de la Agencia Judía y de la Organización Sionista Mundial y embajador en Estados Unidos, o Danny Danon ex ministro de ciencia y tecnología y actual embajador ante las Naciones Unidas, entre otros.
Pocos meses antes de su “aliá”, su ascensión a Israel, estuvo presente en el lanzamiento de mi libro Historia de Israel. Le costaba trasladarse, pero muchas horas antes del acontecimiento estaba pronto y con la ayuda de nuestro común amigo Miguel Kurlender, llegó muy temprano y se sentó en la primera fila. Todo el evento le brindó la satisfacción y felicidad que siente un padre por la obra de su hijo. Tuve en esa ocasión la oportunidad de agradecerle y brindarle un reconocimiento público.
Creo que si él mismo tuviera que definirse, lo hubiera hecho del mismo modo que su referente ideológico, el ex primer ministro Menajem Beguin, quien se consideraba a sí mismo “simplemente un judío”.
Mauricio partió de este mundo dejándonos un legado que honraremos afianzando nuestro compromiso con los valores en los que él creía. Para quienes tuvimos la dicha de conocerlo seguirá por siempre ocupando un lugar especial en nuestro recuerdo y en nuestro corazón.