En comunidad

La lejana victoria: no le ganarán a Israel

Por el ex Presidente de la República Dr. Julio María Sanguinetti

  

Para Hamás la victoria sería hacer desaparecer a Israel. Nunca podrán. O, como decimos en “La Trinchera de Occidente”, de ocurrir su defección, aunque fuera solo parcial, Europa se incendiaría de terrorismo islámico.

Para Israel -como decía nuestro amigo Shimon Peres- la victoria es la paz. La única y real victoria, por la que ha luchado a lo largo de los 75 años de existencia. Cada vez que se acerca a ella, sus enemigos se encargan de frustrarla. Así estamos desde 1948, cuando se crearon los dos Estados, el judío y el árabe, y el odio a aquel frustró la existencia de este, que hubiera ahorrado los sufrimientos padecidos y los conflictos de hoy.

No olvidemos que en 1956 Israel se enfrentó a Egipto cuando este cerró el Canal de Suez y provocó la campaña del Sinaí, luego de que se expulsaran 50 mil ciudadanos judíos. Ni la fulminante guerra de los Seis Días, en 1967, respuesta al cierre de los estrechos de Tirán por Egipto y Siria. Son drásticamente derrotados, se unifica Jersualén, lugar mayor de la tradición judía y cuna del cristianismo. Es en ese momento que Israel ocupa Cisjordania y esta polémica franja de Gaza, hasta entonces bajo dominio egipcio.

En 1973 vendrá el ataque en el día de Yom Kipur, en que una vez más Israel tendrá que luchar por su sobrevivencia frente a la sorpresiva agresión de cuatro estados árabes. La paz comenzó a alumbrar en 1978 con los acuerdos de Camp David entre Beguin y Sadat, que llevarán a la paz con Egipto, hasta hoy felizmente mantenida. El terrorismo islámico, implacable, se cobrará la vida de Sadat, e instalado ahora en el Líbano, incendiará la región. Vendrán luego las intifadas y otras desgracias hasta que en 1993 se firmen los Acuerdos de Oslo entre Israel y la OLP, que le valen el Premio Nobel a Isaac Rabin, Shimon Peres y Arafat. También cuesta el precio de la vida de Rabin, ahora a cuenta de fanáticos judíos. Es en ese tiempo, 1994, en que se firma la paz con Jordania.

Los Acuerdos de Oslo fueron un formidable paso, una aproximación a lo que debería ser el soñado Estado árabe si se hubiera seguido el camino de la construcción y no el de violencia. Para entender cuán frustrante es ese camino, bastaría recordar el ataque a las Torres Gemelas en aquel triste setiembre de 2001 en que no podíamos creer lo que la televisión nos mostraba desde el corazón de Nueva York como si fuera una película de cine catástrofe.

Así llegamos al 2005, en que Israel, en el llamado Plan de Desconexión, le entrega a la Autoridad Palestina los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza. Esa entrega significó que se evacuaran de Gaza 21 colonias judías como expresión inequívoca de su voluntad de paz. Esa entrega la hizo el primer ministro Ariel Sharon, un “halcón”, el mismo que en 1967, al mando de una división de tanques, había conquistado ese territorio. Esta fue -esa vez- la primera vez que los palestinos tuvieron alguna presencia en ese territorio, que nunca antes habían administrado.

Desgraciadamente, esa contribución no llevó a la paz. Dos años después se instaló Hamás en Gaza, expulsando a la Autoridad Nacional Palestina, constantemente agrediendo a Israel, armando episodios como la llamada Operación Retorno, en que desde Gaza, intentaron avanzar por mar sobre territorio israelí.

No mencionamos otras agresiones, pero este relato importa para desmentir esa falacia hipócrita de quienes equiparan la agresión terrorista a las acciones defensivas, legítimas por definición, de un Israel que sufre la muerte de cientos de ciudadanos civiles, sorprendidos en un día de celebración del modo más cruel y sanguinario. Ejemplo cumplido de esa falsedad es el comunicado del Partido Comunista uruguayo, que elude la palabra terrorismo como lo ha hecho una vez y otra vez, equiparando además el ataque a la defensa. O el comunicado del Frente Amplio, que “exhorta a las partes directamente involucradas en el conflicto a suspender su acciones”, como si Israel no tuviera el derecho a defenderse, a eliminar las infraestructuras militares de Hamás y enfrentar a los terroristas infiltrados en su territorio, que hasta masacraron con impiedad a un grupo de jóvenes que disfrutaban de una fiesta musical en una zona cercana a Gaza.

Vendrán ahora las monsergas consabidas sobre la “desproporción” de la respuesta israelí, desde una izquierda que nunca apoya al único Estado verdaderamente democrático de la región y se abraza a los movimientos más reaccionarios, violentos y arcaicos, que someten a sus mujeres a una subordinación medieval. Se hablará del pueblo de Gaza “oprimido” como si Israel no le hubiera entregado el territorio y como si la opresión no fuera, precisamente, la de Hamás, que desconoce a la Autoridad Palestina y de facto somete a ese pueblo a vivir en el conflicto y la miseria.

Israel alcanzó la paz con Egipto. Con Jordania. El reciente Pacto de Abraham selló la paz con los Emiratos y Bahréin. Se estaba avanzando con Arabia Saudita, el guardián de la llama sagrada. Es en ese contexto que se lanza esta agresión criminal. No solo es un ataque a Israel. Tiene el inequívoco sentido de impedir que se avanzara más en ese camino de la paz, que tanto ha ayudado a los Estados que otrora fueran a la guerra y pagaran el penoso costo de derrotas, con su siembra de pesares.

Una vez más, Israel luchando por sobrevivir. Una vez más, nuestro país junto a él, como lo fue desde el primer día. No estamos todos los uruguayos, desgraciadamente. Pero sí casi todos.

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