Por Fabián Alvarez
Desde hace unas semanas ya, con el advenimiento de un nuevo 27 de Nisán, el pueblo judío en el mundo se preparaba para conmemorar una vez más Iom Hashoá. En este marco surge una campaña de expectativas fuertes acerca de una propuesta provocadora. ¿Cómo registraría una joven sus experiencias durante la Shoá si en vez de papel y lápiz hubiese tenido un smartphone?
Con una puesta en escena de época soberbia y con actuaciones que no decepcionaron los actores narraron en primera persona y de forma íntima la historia de Eva, que es la de muchos judíos húngaros. En 1944 abruptamente su vida cambia y vive, con la rapidez de la era de la información, el proceso de degradación hasta lo infrahumano y la muerte que vivieron muchísimos húngaros a quienes los nazis persiguieron tarde pero con la maquinaria de exterminio ya aceitada para ser implacable.
Pueden darse debates académicos eternos acerca de cómo abordar la Shoá.
El primero es si hubiese sido verosímil que las víctimas judías conservasen sus teléfonos cuando lo primero que hicieron los nazis fue incomunicarlos (aunque con resistencia, periódicos y radios clandestinos). Responderlo es intentar ser futurólogos aunque podríamos decir que quizás no pero pasarían de forma clandestina extrapolando realidades que si ocurrieron en aquella época.
El segundo tiene que ver con la frivolización de la Shoá y a este respecto si uno lee diarios de víctimas de la Shoá ha medida que narran el horror cuentan aspectos más triviales de su vida porque la vida es así. Los judíos durante toda la Shoá mantuvieron su condición humana incluso en aquello que los hacía frívolos, o que, mejor dicho los hacía sentirse vivos. Se enamoraron, se rieron de sus miserias, lloraron, sufrieron, resistieron, algunos vivieron y otros no. Y somos nosotros los que debemos contar su historia. Contarla completa.
El tercero tiene como eje central al debate histórico entre la visión de Claude Lanzmann (Z’L) quien planteaba que no se debería hacer ficción sobre la Shoá y así lo dejó claro con su monumental documental Shoah y Steven Spielberg que, de forma verosímil y documentada recreó aquella época y creó la Lista de Schindler. Entre quienes somos de la escuela de Spielberg, algunos creemos que mientras las historias sean al menos verosímiles y permitan contar lo que ocurrió son herramientas y otros que utilizan a la Shoá como fondo para contar otras historias o crean narrativas imposibles con tal de conmover al público. Dentro de este último grupo se encuentran filmes como El niño de pijama a rayas o La vida es bella, películas que tocan el alma pero que meten en un brete a quienes enseñamos Shoá por sus innumerables desaciertos.
El último debate académico es quizá el que una a todos los anteriores y es el del lenguaje. La historia de Eva en @eva.stories está contada con un lenguaje audiovisual que quienes somos de la generación sub 30 conocemos pero quienes son realmente los dueños son quienes tienen menos de 18 años. La utilización de texto, de emoticones y de filtros en las filmaciones, acompañando las escenas, es lo que hace distinta a una película como El Hijo de Saúl filmada como desde la mirada del protagonista a @eva.stories. Y ese lenguaje está pensado para conmover y para unir emotivamente al joven con Eva, con la que a priori no tiene nada en común. Los jóvenes del mundo ¿por qué deberían identificarse y sentir empatía por un Eva en blanco y negro, vestida como sus abuelos, de otro país y de la que poco sabe? ¿Qué la hace ser como ellos? El lenguaje audiovisual permite ver a Eva como si fuesen ellos mismos o alguien a quien conocen y eso cala hondo en el alma.
Llegar al corazón de una generación donde hay tanta violencia que corremos el riesgo de volvernos apáticos es una misión en sí loable y creo que esta iniciativa es válida y valiosa como experiencia en esa dirección. Sin embargo quienes educamos en Shoá debemos entender el peso de dicha herramienta y saber que simplemente abrió la puerta del corazón para que nosotros podamos enseñar y, juntos, construir un mundo mejor.