Leer Haaretz (en su edición en inglés on-line) me resulta cada vez más difícil. Como cuando leía “Brecha” o cuando ojeo “La Diaria”: leo para que me incomode.
Una amiga de la infancia recordaba hoy, en medio del acoso de tweets en relación al acoso de misiles sobre (el sur de) Israel, los buenos tiempos en que escuchábamos “Voz de Sión en el Uruguay” del siempre recordado José Jerosolimsky Z’L, con su impecable castellano acompasado a su idish ancestral. Eran tiempos de fuentes “confiables”, relatos ponderados, imbuidos de un sentido de “lo recto y lo bueno”, la justicia de nuestra causa. No había “fake news”, mucho menos redes sociales. Las fuentes eran privilegio de unos pocos; ellos nos daban certezas. Mi padre, por su parte, leía “Maariv”, en hebreo, en una edición que llegaba cada semana en papel de avión; era su lectura de fin de semana. Ese es mi recuerdo: no una voz sino un cauto silencio ante la complejidad de los hechos.
Hoy a todos nos alcanza el furor de la información y deformación desatada en los medios on-line, en Facebook, y sobre todo en Twitter: la metralleta de la palabra fácil e irresponsable, la metáfora perfecta del mundo que es verbo y no se detiene jamás. En estos días, @twitter nos cuenta los misiles de a uno, de a diez, de a cien, y los muertos de igual modo. Entiendo a mi amiga de la infancia; todos preferimos que nos cuenten un cuento.
Hablé con familia en Israel. Pregunté si la opinión pública asociaba este nuevo ataque a Iom Haatzmaut y especialmente a Eurovisión que, a diferencia del Día de Independencia, no se celebra cada año. La respuesta es inequívocamente afirmativa. La pregunta que atraviesa la opinión pública es si acaso esto se sabía, si había forma de prevenirlo, negociarlo, evitarlo. Si después del carnaval electoral, en medio de días de duelo como Iom Hashoá y Iom Hazicarón, con un evento jaqueado desde que Neta Barzilai lo ganó el año pasado, se justifican los cientos de cohetes lanzados con ferocidad implacable sobre un amplio y densamente poblado territorio israelí. Este martes 7 de mayo al atardecer comenzará el Día de Recordación de los Caídos en Guerras y Atentados Terroristas en Israel; Hamas se aseguró de sumar, hasta el momento en que escribo esto, cuatro víctimas más. El repertorio de historias y tragedias del que disponen los medios israelíes es pasmoso; y crece inexorablemente.
Pese a todo, Israel persiste en ser un país “normal”, “un país como todos”. Si ganó Eurovisión, será pues el anfitrión de Eurovisión, tal como marcan las reglas; con Madonna incluida, y a pesar del BDS. La pregunta que cabe hacerse respecto de un país cuya legitimidad está permanentemente cuestionada (único caso en el mundo), que vive en un estado de guerra ininterrumpido desde antes de su fundación formal, que dedica recursos humanos y materiales inconmensurables a su seguridad (servicio militar obligatorio de tres años, servicio de reserva, impuestos), y cuyas fronteras no son precisamente “transitables”, es si acaso Eurovisión es tan importante en su agenda como para generar la vulnerabilidad que hemos visto en estos días. No lo sé con certeza estadística, pero me atrevo a imaginar que muchos israelíes se lo cuestionan.
Al mismo tiempo, y tal vez en esto radique la eventual respuesta a mi pregunta, llevar adelante Eurovisión es importante y vale los riesgos porque en el fondo no hace ninguna diferencia. Eurovisión ocurre con suerte una vez cada veinte años (1978, 1979, 1998, 2018), pero Hamas ataca cada año y una guerra en la frontera de Gaza sucede cada dos a cuatro años. El problema no es qué cantamos, sino que cantemos. Dos mil años de historia prueban que la versatilidad y adaptabilidad judía condujeron a los judíos a la muerte y, paradójica e irónicamente, a su supervivencia. Probablemente el afán “normalizador” de lo judío no surgió como prioridad hasta el Iluminismo, pero una vez instalado, no se detuvo más. ¿Qué es el Sionismo sino la normalización del status político del pueblo judío?
Supongo que ver el tema desde esta perspectiva diaspórica no es lo mismo que verlo desde Israel, mucho menos desde Sderot o Nirim o Gan Iavne. Tal vez muchos, por un rato, cambiarían Eurovisión por una existencia sin amenazas, sin pánico, sin corridas a los refugios, sin muerte. No es lo mismo ser idealista desde un apartamento en Pocitos que serlo desde Tel-Aviv o Ashkelón. Hay lujos que unos podemos darnos mientras los otros no pueden dormir. De poco vale la pregunta “qué haría si en su ciudad cayeran cuatrocientos misiles en 24hs” cuando la única ciudad del mundo con esa estadística es Sderot; la pregunta no es sólo retórica, es inútil.
El rabino Eliezer Shemtov en un reciente post en Facebook propone que los judíos que no vivimos en Israel cumplamos mitzvot “que tienen poderes y objetivos protectores declarados” (tzedaká, tfilim, y mezuzá). Como yo no soy hombre de mitzvot, seguramente no como las entiende mi amigo Eliezer, quiero proponer otra acción muy “judía” que no contradice ni desmerece las anteriores: conversemos. Llevemos adelante lo que me gusta denominar como una “buena conversación judía”: no una conversación halájica ni una conversación cabalística, sino una conversación ética: sobre valores, conductas, desafíos, tensiones y conflictos. Del mismo modo que en Israel aprenden a vivir con Eurovisión y misiles, con alta tecnología y atentados con cuchillo, con alta seguridad del Estado y una libertad absoluta del individuo, aprendamos nosotros a vivir como judíos sin culpa ni justificación, sin creernos perfectos y libres de toda falta, reconociéndonos imperfectos pero perfectibles. Tan sólo hablemos: sea en torno de una mesa de Shabat, sea en un Acto comunitario, sea en nuestras sinagogas o en nuestros movimientos juveniles. Hablemos acerca del desafío de ser judíos.
A los misiles no se les responde hablando, sino como dijera Amos Oz Z’L, “con garrote”. Éste no está en nuestras manos. Usemos nuestra conversación judía para construir Judaísmo, ese que los misiles quieren destruir.
Fuente: tumeser.com