Acaba de empezar un nuevo año, hemos festejado Rosh Hashaná. Este año en especial puedo tener la oportunidad de presenciar en nuestro querido Israel estos días festivos que marcan el fin de este año por lo mucho que hemos atravesado. El país busca pasar la página y encontrar mejores cosas en los años que nos siguen. Y a pesar de que hay que pasar la página y buscar mejores vivencias a partir de ahora en Israel y en el mundo judío en general, hay aprendizajes que no deben quedar en el capítulo pasado de nuestra historia; conductas, ideas y experiencias que nos han estado ayudando y nos ayudarán a crecer como pueblo en caso de tenerlas presentes y no dejarlas en el olvido por el hecho de querer borrar de nuestras memorias el 5784.
Estos últimos seis meses que viví en Israel noté una fuerza, un espíritu de resiliencia que no debe desvanecerse de manera tan rápida. Sí, es cierto que hay conflictos sociales y políticos, pero al final del día, la mayoría de personas se dan cuenta que, si este año nos trajo una lección, es a no odiar nunca un hermano, y separar las ideas de las personas que las expresan.
A modo de anécdota, me pasó hace unas semanas que tuve un debate bastante intenso con uno de los profesores que tenía junto a mi kvutzá en cierta etapa de mi plan de Shnat Hajshará. Dos perspectivas opuestas totalmente y conceptos muy diferentes que hicieron que la conversación subiera de tono. Intercambiamos puntos de vista por cuarenta y cinco minutos, hasta que dijimos: Hasta acá. No porque la discusión no llevaría a ningún lado, sino porque ambos entendimos que, antes de tener razón, lo que ambos deseábamos era seguir respetándonos a pesar de todo; nos dimos un abrazo y nos enorgullecimos de haber tenido un debate tan interesante, intenso, y aun así, no “guardar rencores” como suele pasar con el prójimo en caso de hacer chocar las ideas de cada uno. De esta forma es que me sentí muy feliz de haber tenido tal charla y superar el enojo personal con alguien que, si bien es cierto que sus opiniones me parecían hirientes e incorrectas, sigue siendo mi hermano. Primera lección que no debemos borrar junto a las desgracias de nuestro año: sobreponer el amor gratuito entre hermanos ante las ideas que cada uno posea.
Otro suceso particular que observé en mi increíble estadía en Israel, es que cada individuo encontró un propósito por el cual luchar. Luchar en el plano de redes sociales, como en protestas en la calle, fundando organizaciones de hasbará (esclarecimiento), de honrar la memoria de los caídos y otros muchos objetivos en pos de la libertad, florecimiento y prosperidad de Am Israel.
Los judíos pudimos encontrar ese fragmento de idealismo y de activismo que tanto se estuvo perdiendo en los últimos años, fragmento que en cada uno es muy diferente y puede tener un sentimiento encontrado distinto del de los otros.
Personalmente, mi “fragmento” de activismo por nuestro pueblo ya lo había encontrado, pero este año me propulsó aún más a la decisión de hacer aliá al terminar mi etapa en el Betar y de hacer más y más, tanto en la tnuá a la distancia como en las instancias que este año nos presenta cada no mucho tiempo. Conozco amigos que se unieron a nuevas organizaciones, o conocidos que no estaban siquiera vinculados al mundo judeo-sionista, y las tragedias de la guerra y del 7 de octubre hicieron que retornen a su verdadera identidad y encuentren un ideal dentro suyo que los motiva a mantenerse en este camino. Por lo que, la segunda lección que recibo para este año es a no esperar la tragedia para encontrar un propósito, un ideal que nos impulse a levantarnos cada día de la cama y aportar un grano de arena por el sionismo y por nuestro pueblo y patria ancestral del pueblo judío.
Por último, la tercera lección que aprendí es aprovechar al máximo las oportunidades que se nos presentan en la vida. El hecho de que mi programa en Israel haya existido y no se haya cancelado por la guerra no es algo simple, y estaré agradecido de por vida a quienes hicieron que funcione. En la cotidianeidad en Israel me puedo olvidar por momentos de la suerte que tengo de estar aquí, con mis amigos, conociendo tanta gente y lugares diferentes que me permiten crecer como persona y como judío. Este año nos trajo desgracias que interrumpieron sueños, proyectos de vida y planes a futuro. Por lo tanto, es tarea nuestra reconstruirnos, no solo a nivel de pueblo sino individualmente, donde cada persona puede evaluar sus objetivos de vida y expectativas a futuro, recordando aprovechar el presente al máximo, valorar a nuestros seres queridos y no estirar al siguiente año lo que podemos hacer ahora. No es un memento mori – recuerda que morirás – sino un “recuerda que estás viviendo”. Resumiendo, esta tercera y última lección que me gustaría compartir es la de vivir con fuerzas, con intensidad y al gusto de cada uno, porque no debemos esperar a una masacre, o a una cancelación de viaje o al antisemitismo emergente en el mundo para ser quienes somos y vivir como cada uno de nosotros quiere vivir.
Por supuesto que quiero agradecerle a Ana Jerozolimski por la oportunidad de compartir un pequeño mensaje para este 5785, y siempre darme el espacio. No puedo cerrar de otra forma que no sea deseando a todos un año de proyectos, de ideales, de acción; un año de amor y muchas emociones lindas; un año de unión familiar y reconciliación, y un año de mucha, pero mucha vida judía floreciente y en crecimiento. Usemos este terrible año para evaluar qué pasamos de página y qué decidimos dejar con nosotros.
¡¡Shaná Tová Umetuká!!