Foto: Fuerzas de Defensa de Israel
A las 4 de la madrugada hora local, entró en vigencia el alto el fuego entre Israel y Hezbolá, aprobado unas horas antes por el gabinete en Israel y anunciado con tono festivo por el Presidente Joe Biden desde Washington. Formalmente, es un acuerdo entre Israel y Líbano, pero todos tienen claro que lo que determinará su éxito será lo que decida Hezbolá, con o sin incentivos desde Irán. Uno de los grandes símbolos de que eso es lo que cuenta, es que formalmente, el gobierno en Beirut aprueba el acuerdo recién este miércoles de mañana, aunque el alto el fuego ya ha comenzado.
Israel cumplirá lo pactado. No tenemos dudas que ese es su interés. Pero si hay violaciones de parte de Hezbolá, tanto en términos de disparos hacia territorio israelí o de esfuerzos por reconstruir su infraestructura terrorista en el sur del Líbano, Israel asegura que reaccionará y no permitirá que eso ocurra. Ese es el desafío principal, que Israel cumpla lo que anuncia, que no haga la vista gorda y que no se tiente a contenerse para no arruinar todo. La implementación es mucho más importante que la redacción exacta de los incisos del acuerdo.
Ya horas después de entrar en vigor el alto el fuego programado para 60 días, el ejército israelí tuvo que disparar en advertencia hacia 8 coches y una moto con hombres de Hezbolá que estaban por entrar a la aldea Kléa en el sur libanés. Es uno de los lugares destruidos por Israel durante su operativo terrestre ya que de hecho era un comando terrorista repleto de armas e instalaciones armadas, instalado todo en medio y debajo de las casas civiles. Su ubicación, a muy escasa distancia de la localidad fronteriza israelí Metula, la convertía en especialmente peligrosa.
Según lo pactado, en 60 días se debe completar la retirada de las tropas israelíes del sur libanés, pero se estima que esta podría comenzar paulatinamente muy pronto y terminar antes del plazo indicado.
El ejército de Líbano y el gobierno en Beirut exhortaron a la población a abstenerse por ahora de regresar a sus casas, evacuadas por advertencias israelíes. Pero a Sidón, Tiro, Nabatíe y Beirut, ya han comenzado a volver. Cabe suponer que eso se debe a que la gente sabe que si Israel se comprometió a un alto el fuego, lo cumplirá.
El ejército de Líbano es desde ahora el encargado formalmente de “limpiar” el sur del país de las infraestructuras armadas de Hezbolá que Israel no alcanzó a destruir, aunque ha hecho un trabajo impresionante al respecto. A decir verdad, suena casi ridículo plantearlo. El ex jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel, hoy una de las figuras centrales en la oposición , Teniente General (retirado) Gadi Eizenkot, se preguntó retóricamente si acaso es un chiste afirmar que el ejército libanés se encargará de ello.
El ejército libanés ha demostrado durante casi dos décadas que no tiene interés ni tampoco la capacidad necesaria para hacerlo. Aproximadamente la mitad de sus soldados son chiitas y aunque no estén vinculados a Hezbolá, cabe suponer que no harán esfuerzos especiales por desarmarlo.
El potencial para demostrar que esta aseveración es equivocada- ojalá así sea- depende de la población libanesa que está presa de Hezbolá e Irán desde hace cuatro décadas y ve que su país pasó de ser “la Suiza de Medio Oriente” a un estado fallido. En los últimos meses aumentaron considerablemente las voces dentro de Líbano –especialmente de figuras cristianas-criticando a Hezbolá por haber arrastrado al país a una guerra que no quería y que era interés de Irán y de la organización terrorista. Aunque Israel procuró avisar casi siempre a la población antes de atacar blancos de Hezbolá instalados en medio de civiles, evidentemente hay serios daños y la población sufrió principalmente en lo relacionado a su necesidad de desalojar sus viviendas, que en muchos casos ya no existen. Pero la traducción de esa comprensión sobre el daño causado por la guerra en una actitud diferente que enfrente a Hezbolá en el plano interno, no es automática. Y de eso depende que la situación en Líbano cambie en forma tajante. Por ahora, Hezbolá sigue siendo parte del mapa político libanés, con 29 legisladores en el Parlamento, y no está por desaparecer. De fondo, Irán seguirá tratando de armarlo y de devolverle el poderío militar que Israel le destrozó.
Israel no tiene duda ninguna que Hezbolá no dará el brazo a torcer, que hará todos los esfuerzos posibles por reconstruir su infraestructura y su arsenal que han sufrido un enorme golpe de parte de Israel. Probablemente en los primeros tiempos se limite a hacerlo más allá del río Litani, no en el sur libanés, para permitir que se calme la situación. Pero no hay razones para pensar que ha cambiado su ideología ni que Irán, su patrón, haya renunciado a la meta de destruir a Israel.
El tiempo que dure el alto el fuego debe ser usado por Israel para prepararse con nuevas energías para la eventualidad de una próxima guerra, y más que nada para lidiar con Irán, hoy muy debilitado pero aún aferrado a su ideología fundamentalista islámica que ve en Israel un blanco a destruir.