Israel

Pese a todo, Israel resiste

Por Junior Aguirre Gorgona

N. de Red:  El autor, Junior Aguirre Gorgona, de Costa Rica, tiene una Maestría en Derechos Humanos y en Educación, es Profesor de Historia Hebrea y Política Global en el Instituto Dr. Jaim Weizmann . Es interesante señalar que se trata de un estudioso de la  temática judía y de Israel, que no profesa la religión judía.

 

Pese a las profecías que se ciernen sobre el Estado judío por las numerosas amenazas con las que tiene que lidiar y las no pocas tensiones y diferencias internas que son parte de su diario vivir, lo cierto es que Israel —aun envuelto en la incertidumbre de la guerra, las tensiones internas y la presión internacional— continúa siendo una economía vibrante y una sociedad resiliente que desafía la lógica del colapso. 

Según estimaciones de World Economics, el Producto Interno Bruto de Israel en 2024 alcanzó los 559 mil millones de dólares en términos de paridad de poder adquisitivo, y se proyecta que supere los 574 mil millones en 2025. Este crecimiento se produce a pesar de una situación geopolítica marcada por conflictos armados, boicots en foros internacionales y la creciente presión diplomática.

Pero los números en bruto solo cuentan una parte de la historia. Lo verdaderamente destacable es que esta solidez económica no se apoya únicamente en el gasto militar, sino en sectores altamente sofisticados como la biotecnología, la ciberseguridad, la inteligencia artificial y el desarrollo agrícola sostenible. En Tel Aviv y Haifa se concentran centros de innovación que rivalizan con Silicon Valley, atrayendo inversiones de gigantes tecnológicos globales y manteniendo a Israel como una "start-up nation" por excelencia.

En un mundo en que la volatilidad política suele ahuyentar al capital, Israel ha logrado un equilibrio difícil: mantener la confianza de los mercados sin sacrificar completamente su soberanía política ni sus prioridades de seguridad. El dato parece un oxímoron: Israel, inmerso en una guerra abierta con Hamas, es el quinto país más feliz del mundo según el World Happiness Report 2024, con una puntuación de 7.341. ¿Cómo es posible?

La explicación va más allá de lo material. La sociedad israelí ha desarrollado mecanismos culturales, familiares y comunitarios para sostener la vida cotidiana en medio de la adversidad. Hay un sentido fuerte de propósito colectivo, una red de apoyo mutuo que surge en tiempos de crisis y una resiliencia emocional heredada de generaciones que sobrevivieron al exilio, a pogromos, al Holocausto y a múltiples guerras.

El kibutz, el ejército, las universidades, las sinagogas y hasta los cafés de Jerusalén o Tel Aviv actúan como núcleos de cohesión, resistencia emocional y celebración de la vida. La felicidad israelí, en este contexto, no es ingenua ni hedonista: es una afirmación existencial frente a la amenaza.

Pero es que además, Israel ha hecho de la innovación una política de Estado. Desde sus comienzos, ha invertido en ciencia y tecnología no solo como motores de crecimiento económico, sino como herramientas de supervivencia. En áreas como la desalinización del agua, la defensa antimisiles, el software médico y la inteligencia artificial, Israel es pionero.

Durante las últimas décadas, el gobierno israelí ha incentivado la creación de start-ups mediante exenciones fiscales, acceso a capital de riesgo y asociaciones con universidades. Este ecosistema ha generado más empresas tecnológicas per cápita que cualquier otro país del mundo. En plena guerra, muchas de estas compañías siguen operando, investigando y exportando conocimiento al mundo. En palabras simples: mientras algunos profetizan la caída, Israel sigue escribiendo algoritmos que definirán el futuro.

Otro dato a tomar en cuenta es el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Israel se encuentra entre los más altos del mundo. Este indicador, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), combina esperanza de vida, educación y nivel de ingresos para medir el bienestar de una población. Israel no solo supera ampliamente la media global, sino que lo hace con una población profundamente heterogénea: judíos de origen europeo, africano, asiático, comunidades árabes israelíes, drusos, beduinos y migrantes. Lograr niveles de vida elevados en una sociedad tan diversa, en una región tan inestable, no es un logro menor. Además, este desarrollo se refleja en servicios públicos eficientes, hospitales de clase mundial, una red educativa sólida (especialmente en matemáticas y ciencias) y una expectativa de vida superior a los 82 años.

Por otro lado, contrario a lo que muchos analistas pronosticaban, la guerra actual con Hamas no ha llevado a Israel a una recesión. Según The Times of Israel, el crecimiento del PIB para 2024 fue del 1%, por encima de lo esperado, gracias a tres factores clave: Una posición fiscal saludable antes del conflicto, producto de años de crecimiento sostenido. Un sistema financiero moderno y regulado, con reservas internacionales suficientes para mantener la estabilidad monetaria. Un sector privado dinámico que ha sabido adaptarse a emergencias y que mantiene operaciones incluso durante ataques con cohetes o movilizaciones militares.

Esto no significa que no existan tensiones: la inflación, el déficit fiscal y la incertidumbre sobre el futuro del conflicto generan presión. Pero Israel ha demostrado que su economía está estructuralmente preparada para la resistencia.

Finalmente, aunque los desafíos internos y externos son significativos, Israel continúa demostrando una capacidad notable para mantener su estabilidad económica, social y emocional. En un mundo donde los imperios caen con rapidez, la persistencia del Estado judío no puede explicarse solo en términos políticos. Es también una narrativa, una identidad forjada en la adversidad, una convicción colectiva de que la historia aún no ha terminado. Y mientras los profetas del apocalipsis escriben su sentencia, Israel —con todos sus errores, contradicciones y desafíos— sigue escribiendo con determinación y esperanza la suya.

 

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