Israel

Israel a los 77, un aniversario difícil de celebrar

Por el periodista Nelson Fernández Savlidio

N. de Red:  Nelson Fernández Salvidio es periodista uruguayo (1962) con una trayectoria de 42 años en periodismo de diarios, revistas, radios y canales de televisión; es docente universitario y escritor de varios ensayos sobre política, economía y democracia. Es gerente de noticieros de Canal 10 de Montevideo, columnista corresponsal en La Nación de Buenos Aires, columnista en revista Forbes y Azul FM, e investigador asociado de CERES.

 

 

Israel vive otro aniversario de su independencia y las condiciones de la época no le permiten celebrar como correspondería; el Estado y su gente atraviesan una etapa dura, con la amargura de una guerra y en la que muchas familias sufren cada día con la incertidumbre de los suyos, que permanecen secuestrados por una organización terrorista. Un movimiento que no solo ejerce el poder destructivo de una banda de su naturaleza, sino que además maneja los hilos de la victimización, de tal forma de confundir a muchos, y de hallar una extraña solidaridad.

No tiene explicación que movimientos que se expresan como feministas den respaldo al movimiento terrorista de Hamas y a otras organizaciones similares de esa zona, que ejercen el impiadoso trato cruel contra mujeres, como es difícil encontrar en otras partes del mundo.

Mucho menos se explica la reacción dada en universidades.

Además del cercano dolor de la invasión criminal con homicidios, vejaciones, destrucciones y raptos de personas como rehenes, Israel sufre una campaña internacional de discriminación.

Aunque eso no sea nuevo, luego de octubre de 2023 se ha intensificado en muchos lugres del mundo, con manifestaciones contra Israel, en un fenómeno que excede los márgenes de la denuncia política tradicional y que otra vez más, se desliza peligrosamente hacia nuevas formas de antisemitismo. 

Nuevas formas, viejas prácticas.

El fenómeno es complejo y bastante extendido y replantea los problemas que hay sobre la frontera delgada entre la crítica legítima a un país y a sus políticas y decisiones, y el odio hacia la identidad de una nación.

Una guerra es un una tragedia no deseada y las causas son siempre complejas y polémicas; en este caso hay un conflicto que se arrastra en el tiempo y  es aun más complejo porque implica consideraciones de diferentes motivaciones e inspiraciones.

Ningún país, ningún gobernante, está exonerado de críticas, e incluso las críticas más ásperas son necesarias en un debate, porque exige al criticado a que responda con argumentos. Pero una cosa es el cuestionamiento, la crítica, los conceptos duros, y otra cosa es una campaña de discriminación y la transmisión de odio, para generar más odio.

Duele más cuando esos actos irresponsables surgen de ámbitos que comprenden a personas que están en formación y educación, en centros académicos en los que la investigación profunda y seria debería ser la vida interna, con razón, con emoción, pero con honestidad.

Inexplicablemente, jóvenes privilegiados por estudiar en las mejores y más caras universidades del mundo, se sienten revolucionarios por incurrir en acciones adolescentes insertas en reflejos de inspiración fascista, que reflejan odio puro y duro, y nada tienen de razonamiento, de análisis y de emisión de una opinión. 

Reproducen un plan de otros, que ni siquiera conocen, que juegan un partido que les es ajeno; los ideólogos se ríen de esos jóvenes, y no tan jóvenes que caen en una campaña que tiene atrás de todo, a los que dan respaldo a organizaciones terroristas.

Eso que se vive en el mundo llegó a Uruguay, justo en un país formado totalmente por inmigrantes de diversas nacionalidades, costumbres, religiones y extractos socioeconómicos, que fue hogar para todos, dando cobijo a ellos, que se nutrió de conocimiento y esfuerzo, de aportes de inversión y de mano de obra, de sueños y de angustias, todos conviviendo en el mismo espacio en forma civilizada.

¿Esos estudiantes, esos profesores de universidades de países de primer mundo y también de otras regiones, están a favor de Hamás, Hezbolá y otros?

Es difícil entender la motivación de cada uno de los que adhiere a esas olas discriminatorias y antisemitas, pero es claro que hay gente que tiene posturas de odio y otros que siguen modas con irresponsabilidad absoluta.

No es que no se pueda discrepar con Israel o con cualquier país; no es que no se pueda criticar e incluso hacerlo con dureza, sino que una cosa es la posición de cada uno y la argumentación que le lleva a eso y otra cosa es la reacción destemplada que emerge sin consideración alguna, sino con la reacción irracional, que agrede e incentiva a las peores conductas sociales. 

La creciente demonización del Estado de Israel ha adoptado métodos propios de propaganda, ajenos al análisis político y expresan varios síntomas

Están las acusaciones falsas o desproporcionadas, sobre lo que implica la dura guerra, pero que no tienen base racional y que no identifican matices ni cuentan con datos rigurosos.

Además, están las comparaciones abusivas con el nazismo, con pancartas que aluden a figuras que no soportan el mínimo análisis y son un insulto inaceptable.

También está la expresión de negación del derecho a existir, con discursos que parecen focalizarse en un gobernante de turno para ocultar el objetivo verdadero que es la desaparición del Estado de Israel.

En medio de todo eso, se cae en los ataques y amenazas a sinagogas, a escuelas judías, a cementerios o comercios de judíos.

Y también se cae en el despreciable método del boicot académico y cultural contra artistas, científicos o estudiantes israelíes.

Todo eso lo podemos ver en una nueva ola de hostigamiento generalizado a una comunidad global.

Históricamente, el antisemitismo se presentó bajo formas religiosas y conspirativas, y hoy muchas expresiones del antisemitismo usan como excusa la política de Israel para canalizar odio hacia los judíos como colectivo.

Mientras, las redes sociales -que se ha convertido en una cloaca gigante- han amplificado este fenómeno de forma exponencial y ahí viralizan imágenes sacadas de contexto, videos falsos, mensajes incendiarios y teorías conspirativas.

Las comunidades judías en muchos países denuncian un aumento sorprendente de agresiones verbales, amenazas físicas y vandalismo, generadas desde octubre de 2023, y esto genera miedo en familias. Eso también es terrorismo.

No se trata de silenciar críticas, de esconder protestas o de tapar expresiones cuestionadoras de la política del gobierno de Israel, sino que trata de advertir de una campaña sucia de organizaciones que expresan y fomentan odio.

El aniversario de Israel encuentra a ese país y a su gente, en medio de una etapa áspera, amarga y de todo lo que acarrea una guerra.

Creer que eso es un problema de partes en conflicto es un error: el problema grave -aparte de la gravedad en sí mismo de lo que es el terrorismo- está en una ola que se expande en el mundo y que tiene consecuencias imprevisibles: el fomento al odio y la complicidad de los que se suman a ello sin asumir responsabilidad en una práctica aberrante.

Siempre hay que estar en alerta frente a expresiones de estas características, que la historia ha dejado lecciones sobre los riesgos que implica.

Duele todo esto; no parece fácil de replegarse, pero hay que estar atentos para no caer en la red generadora de odio. 

 

 

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