Por Israel Diament
(N. de Red: Israel Diament vive en Jerusalem junto a su esposa Elaná y su hija Raaiá Ahuvá . Trabajó durante largos años en la educación judía para la diáspora y en la actualidad se dedica a la traducción de libros judaicos al español. Activó de jovencito en Betar Uruguay).
Iom Haatzmaut siempre produce entre todos nosotros una gran emoción. En lo personal, si bien nací cuando nací el Estado de Israel ya existía, tuve el privilegio de poder compartir con familiares y amigos de la familia de la generación de mis abuelos que me transmitieron de primera mano los horrores de la vida en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, y a su vez, de la generación de mis padres recibí también testimonios directos, con todas las diferencias del caso, de cómo el surgimiento de la mediná, “la medíne” decían con tono idish, cambió de manera sustancial la manera en la que eran se veían a sí mismos y eran vistos por los demás en la diáspora. La independencia de Israel le devolvió a los judíos el rubor a las mejillas y les permitió ir por la vida más seguros física y psicológicamente, amén de ser más asertivos confiados. Ya no éramos una hoja a la deriva del viento.
Un cúmulo de cosas buenas comenzaron a sobrevenir sobre nosotros en el novel estado. El idioma hebreo volvió a ser de uso diario y le permitió a la población israelí un reencuentro directo con nuestras fuentes. Los niños, al leer sobre una flor o un árbol en la Biblia salen al patio de sus casas y lo ven, lo palpan. Un niño de ocho años puede leer la Torá y entender más o menos de qué habla. El descenso demográfico judío producto del Holocausto y de la asimilación tuvo en Israel un cambio de tendencia fenomenal. Vivimos en un país joven y dinámico. Contamos con un sistema educativo riquísimo en su variedad de oferta, un sistema de salud occidental moderno con coberturas sin parangón a nivel mundial en determinadas áreas. En términos generales, la vida en Israel es maravillosa, aunque a veces tensa. Tensa hacia adentro y hacia afuera.
En años recientes la tensión interior se agravó significativamente, las disputas ideológicas y políticas hicieron mella en la sociedad en general y en muchos casos inclusive afectaron las relaciones a nivel familiar e interpersonal. Gente dejó de hablarse, familias dejaron de juntarse. Hoy, tras haber capturado documentos en los túneles de Gaza, sabemos con certeza que uno de los factores que impulsaron a Hamás a invadir el 7 de octubre fue la percepción de que la división interna que imperaba en la sociedad israelí generaba la posibilidad de hacer colapsar al país. La amenaza interior potenció a la exterior. Nuestra fortaleza milenaria, la cultura del debate y la argumentación acalorada en aras de llegar a la verdad, que va desde Abraham hasta el Talmud y desde la yeshivá al comité directivo de cualquier comunidad judía en el mundo, se volvió nuestra debilidad.
La guerra nos devolvió a las verdades fundamentales, a las premisas básicas que dieron lugar al establecimiento de este país, y a su vez puso en evidencia que es necesario volver a reconfigurar algunos de sus aspectos. Tras casi ocho décadas, hay que reformar la casa o bajar una actualización del programa. En lo personal, y creo que reflejo un sentir de muchos, considero necesario una suerte de “New Deal”. Una renovación del pacto social.
El expresidente del Estado de Israel Reuvén Rivlin describió a la sociedad israelí como organizada en diferentes tribus. En su momento generó polémica, pero a cualquier lector del Semanario Hebreo le resulta claro que dependiendo de qué opción de vida hayan hecho sus hijos o parientes radicados en Israel, su experiencia de visita del país resultará muy diferente. Somos un país heterogéneo, no una hay escuela pública, hay cuatro diferentes, todas gratuitas y obligatorias: secular, religiosa, jaredí y árabe. Somos una sociedad rica en contenidos, y para que la diversidad sea un factor de florecimiento y progreso y no un talón de Aquiles, es necesario que nos reencontremos, y para ello, considero humildemente que es preciso que tomemos conciencia de tres cuestiones.
1) El verdadero enemigo está afuera y no adentro. El 7 de octubre dejó en claro que la peor de las discusiones entre nosotros puede terminar en una discusión acalorada o en un portazo, pero el enemigo de afuera es brutal, quiere asesinarnos, violarnos y quemarnos vivos. El comandante del ejército Herzl Haleví expresó que, si el Hezbolá hubiese invadido en paralelo con el Hamás, ambos grupos se habrían encontrado en Tel Aviv. Las guerras intestinas son las más ensañadas, porque a uno le enerva aquel a quien conoce. Pero tenemos que internalizar la realidad concreta, un hermano, por más rival ideológico que sea, es un hermano. Asumámoslo.
2) Juntos somos prósperos, separados colapsamos. Cada una de las corrientes o tribus de la sociedad israelí cultiva diferentes virtudes. El día tiene 24 horas, y no es posible que todos se dediquen a todo con excelencia. Por ello, es preciso que nos quede claro que ninguno de los sectores por separado puede mantener al país en pie y funcionando ni numérica ni cualitativamente. No quiero enumerar las carencias de nadie, pero esta guerra puso de manifiesto que solo cuando combinamos las virtudes de todos, nuestros enemigos retroceden. El sueño de un Israel sin tal o cual grupo que me disgusta no va a ser. Seamos adultos y asumámoslo.
3) Es preciso volver a repartir los deberes, las responsabilidades y la conducción. El esquema anterior al 7 de octubre ya no resulta sustentable. Urge que más personas carguen con el peso de la defensa del Estado, el sueño de tener un ejército pequeño y tecnológico e incluso profesional ya no se condice con la realidad. Tal como parece, nos esperan un par de años más con desafíos de seguridad, resulta indispensable que todos los sectores de la población participen. Hay que volver a distribuir las noches de vigilia entre más padres. Por otra parte, diferentes focos de poder que van desde el Comando General del Ejército hasta el Supremo Rabinato de Israel, y desde los sindicatos portuarios hasta la Suprema Corte o la Fiscalía no pueden seguir funcionando como compartimientos estancos manejados por grupos cerrados en los cuales un amigo trae al otro. Hay que cortar y volver a repartir. Asumámoslo.
Quiero creer que las dolorosas bofetadas que recibimos hagan surgir una dirigencia joven y renovada en todos los sectores ideológicos. Rezo porque de la camaradería de las noches de guardia y de combate surja un nuevo consenso israelí sobre los fundamentos básicos de nuestra existencia aquí. Estimo que va a llevar unos años, no muchos. Este Iom Haatzmaut valoro más que nunca que tenemos un país en el cual vivir y florecer, y más que nunca pido porque logremos reencontrarnos para reconstruirnos. Tenemos un pueblo maravilloso, nos espera un futuro increíble, todas las proyecciones lo indican, pero para efectivizarlo tenemos que marchar hacia él juntos, en fraternidad y con la tranquilidad de espíritu que el sistema que nos nuclea es razonablemente justo y nuestros derechos están razonablemente protegidos.
Quiera HaShem que pronto los soldados y los secuestrados puedan volver a casa, a sus familias, que los heridos sanen y quienes perdieron a sus seres más queridos puedan encontrar pronto consuelo, quizás, en el hecho de que por el mérito de su sacrificio hoy aprendimos a ser mejores. Que podamos ser dignos de su esfuerzo y su dolor, y disfrutemos en paz del milagro de nuestro resurgimiento. ¡Yom Haatzmaut Sameaj!