Por Salomón (Lalo) Vilensky, uruguayo israelí
Soy uruguayo. Nací en Uruguay, me eduqué en Uruguay, crecí con los valores de ese país que siempre se caracterizó por la tolerancia, la apertura y el respeto por el otro. Hace 45 años decidí emigrar a Israel, no escapando, no huyendo, sino eligiendo. Y sigo llevando a Uruguay en el corazón, con orgullo y con afecto.
Pero últimamente, con mucho dolor, veo que algo se quebró.
En las redes, en los medios, en los comentarios, escucho cosas que no puedo creer. Que los judíos somos los culpables de todo. Que si hay guerra en Medio Oriente, la culpa es nuestra. Que si Israel se defiende, estamos matando inocentes. Que todos los judíos pensamos igual, que no hay matices, que somos una masa sin pensamiento propio.
Y ahí está otro de los errores. No hay un solo molde, no hay una sola voz, no hay una única manera de ser judío. Hay diferencias, hay debates, hay discusión. Como en cualquier pueblo. Y también hay dolor. Mucho dolor.
Hace pocos días, me contactaron del noticiero Subrayado para preguntarme simplemente cómo se vive en Israel cuando te están cayendo misiles desde Irán. No era una nota política. No opiné sobre gobiernos, no señalé a nadie, ni acusé a nadie. Hablé como ser humano. Como alguien que vive bajo amenaza constante, que entra con su familia a un refugio a medianoche, que ve caer restos de misiles a pocos metros de su casa. Eso fue todo. ¿Y cuál fue la reacción? Insultos brutales. Agravios personales. Desprecio sin límites. Por hablar de lo que vivo, por existir.
Nos acusan de haber provocado el ataque del 7 de octubre. Como si nuestras familias no estuvieran corriendo a refugios todas las noches. Como si los nuestros no hubieran sido asesinados, secuestrados, violados. Como si eso no hubiera pasado. Y como si no siguiera pasando: todavía hay rehenes presos en Gaza, encerrados en sótanos, en agujeros, sin luz, sin atención médica, sin un mínimo de humanidad. Y a ellos, pareciera, ya nadie los recuerda. No importan. Lo que importa es hablar de Gaza. Pero nadie dice que miles de personas salieron de Gaza ese día para masacrar familias enteras, para quemar vivos a niños, para violar mujeres.
Y ahora resulta que también somos responsables de que Irán quiera una bomba nuclear. Como si los iraníes no vinieran persiguiendo y matando judíos mucho antes de este conflicto. Desde la AMIA, desde atentados terroristas en todo el mundo, han venido atacando judíos, no israelíes: judíos. Porque para ellos no hay diferencia. Y para algunos en Uruguay, parece que tampoco.
Nos echan en cara ser ricos, o ser pobres. Ser avaros, o ser derrochadores. Ser de izquierda, o ser de derecha. Todo da igual, porque el problema, parece, es simplemente “ser judío”.
Y lo más absurdo: hay quienes proponen que a los uruguayos que vivimos en Israel se nos quite la nacionalidad. ¿Por qué? A los uruguayos que se van a vivir a Argentina o a España, nadie les cuestiona su identidad. Siguen siendo uruguayos. Y está bien que así sea. Pero los que venimos a Israel, de repente, dejamos de serlo. ¿Cuál es la lógica? ¿Cuál es el límite del odio?
Algunos incluso creen que los judíos fuimos los culpables… ¡hasta de la dictadura uruguaya! Como si en aquel tiempo no hubiéramos sido de los primeros en ser perseguidos y encarcelados.
Uruguay no era así. Uruguay fue siempre refugio. Fue siempre casa. Fue el lugar que recibió a mis abuelos cuando huían del horror. Fue el país que nos enseñó a respetar al otro.
Hoy, en cambio, pareciera que hay que esconderse. Que hay que pedir disculpas por ser quien uno es. Que hay que justificar hasta la propia existencia.
No. No acepto ese Uruguay. No acepto ese discurso. No me voy a callar.
Los judíos no somos culpables de todo. Y tampoco somos todos iguales. Somos tan diversos, tan humanos, tan contradictorios como cualquier otro pueblo.
Y sobre todo: tenemos el mismo derecho que todos a vivir, a defendernos y a ser tratados con dignidad.
Este no es un reclamo político. Es un grito contra el antisemitismo, así, con todas las letras. Porque cuando se empieza por los judíos, siempre se sigue con alguien más. Y porque cuando el odio se instala, todos perdemos.
Con dolor, pero también con esperanza
Salomón “Lalo” Vilensky
Uruguayo, israelí