Por el ex-legislador uruguayo Ope Pasquet, del partido Colorado
El antisemitismo que hoy vuelve a manifestarse en varias partes del mundo y en Uruguay también, me merece el mismo rechazo que me ha merecido siempre. Condenar a un colectivo formado por millones de personas a partir de un estereotipo negativo hecho de prejuicios y fobias, es tan irracional como injusto. Cuando esa condena genera además emociones y sentimientos que movilizan conductas intolerantes y agresivas, ya se entra en el terreno de lo que es peligroso para la convivencia democrática y afecta directamente no solo al grupo que es objeto y víctima del prejuicio, sino a la sociedad de la que ese grupo forma parte.
Para una democracia liberal como lo es la uruguaya, el respeto a la persona es un valor central y superior, absolutamente incompatible tanto con el antisemitismo como con cualquier otro prejuicio análogo (contra los gays, contra los inmigrantes, contra los “planchas”, etc.). Cada persona vale por lo que ella es, por lo que piensa y hace, y no por pertenecer a un grupo determinado a causa de su origen, sexo, color de piel o religión. Estos conceptos son parte del abecé democrático, y si los olvidamos nos estamos olvidando de lo que son las bases mismas del Uruguay.
Es obvio que la guerra en Medio Oriente y en especial, en Gaza, ha generado críticas muy duras contra el gobierno de Israel. Pero una cosa es criticar a un gobierno por las políticas que desarrolla -algo que hacen hoy mismo muchos israelíes cuyos hijos están en el ejército y peleando en esa guerra- y otra, muy distinta, es condenar globalmente a un pueblo; lo primero es perfectamente legítimo, pero lo segundo es irracional, injusto y dañino.
El antisemitismo debe ser rechazado y combatido, no solamente por respeto a las personas a las que afecta ese prejuicio enfermizo y perverso, sino en defensa de la salud democrática de la sociedad. En esto, en la salud democrática de la sociedad, al Uruguay le va la identidad nacional.