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Revelaciones en camino a Ramallah

Esperando la reunión con el Presidente palestino.

Escribo estas líneas desde la sala de prensa en la Muqataa, la central de gobierno en Ramallah, donde periodistas de diferentes medios del mundo esperamos que sea la hora de entrar al planeado encuentro con el Presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas (Abu Mazen), organizado por la Foreign Press Association.

La Muqataa en Ramallah
La Muqataa en Ramallah

 

Cabe suponer que no habrá grandes sorpresas, ya que hace semanas que él y su gente se manifiestan contra el gran evento de estos días, el así llamado Taller Económico en Manama, Bahrein, que el Presidente Abbas ha dicho “es un intento de hacernos renunciar a nuestros derechos a cambio de dinero”. Es importante escuchar directamente su campana y tratar de entender su lógica, aunque nosotros no la compartimos, ante todo porque consideramos que perjudica a los propios palestinos. Pero es una de las partes relevantes y hay que conocerla.

Pero ese es un tema aparte. Ya lo hemos tratado en un editorial escrito días atrás y lo volveremos a hacer desde distintos ángulos en otro momento.

El tema de esta nota es otro. Es compartir algo de las opiniones que uno oye aquí en el terreno y que casi no aparecen en los medios.

Para llegar a Ramallah, a corta distancia de Jerusalem, opto por tomar siempre un taxi con un conductor árabe por cualquier problema que pueda surgir, que pueda manejarse a la perfección con el idioma, que yo domino  muy parcialmente, y para no tener que estar atenta a lo que pasa alrededor mientras también tengo que manejar.

Fue apasionante conversar con Taha, un joven árabe de Jerusalem oriental, que compartió conmigo sus opiniones, en forma abierta y sincera, críticas tanto a Israel como a la Autoridad Palestina.

En términos generales, me decía, está contento con su vida, trabaja, mantiene asu familia, no tiene mayores problemas. Está casado, es una persona creyente, tiene tres hijos y hace 20 años es taxista.

Tiene críticas sí a revisaciones de seguridad que tiene que pasar por ejemplo cuando va al aeropuerto a buscar clientes que llegan del exterior, o en determinados lugares en los que puede haber una revisación especial. Se queja si le revisan en forma demasiado exhaustiva el coche a pesar de que como residente en Jerusalem oriental tiene cédula israelí (todos los árabes de Jerusalem Este la tienen aunque no tengan ciudadanía sino residencia permanente). “Ven un coche con matrícula israelí ¿para qué tanto lío? ¿Para qué me tienen que dar vuelta el coche?”, se pregunta retóricamente, lógicamente molesto.

“Es por seguridad”, tratamos de comentarle, “no por ti en especial”. “Si revisan de mala forma, eso no aporta la seguridad”, responde, y le damos la razón. “Lo interesante es que los que revisan a menudo con malos modales, son funcionarios de empresas privadas que tienen a cargo por ejemplo un determinado puesto de control, no el ejército”, comenta.”Los soldados actúan bien”.

A pesar de esas críticas, dando que nos estaba llevando a Ramallah, del lado palestino, comenta: “De todos modos, prefiero esto, con todas las cosa que me molestan, que ahí”. “Esto”, es Israel. “Ahí”, es Ramallah, el lado palestino. Lo deja muy en claro. “Tengo cosas que criticarle a Israel, aunque sé que hay , como en todos lados, gente  buena y gente mala. Pero seguro prefiero vivir debajo del zapato israelí, que del lado palestino”.

Taha nota que no me sorprendo.

“Ya conoces la situación. Del otro lado, tanto en Ramallah como en Gaza, lo que buscan no es servir al pueblo. Quieren sólo el dinero, reciben millones y millones de donantes extranjeros y no los dedican al pueblo sino a sus cofres”.

Le comentamos que vamos a la Muqataa a una rueda de prensa con Abu Mazen y  hace un gesto de desprecio. “Seguramente va a hablar de la conferencia en Bahrein”, agrego. “¿Te parece bien que rechace el plan de Trump de entrada, que lo haya rechazado antes de saber qué dice?. Le preguntamos. “Trump es amigo sólo de Israel”, responde. “Quiere que los palestinos renuncien a Jerusalem y al derecho del retorno”, agrega. Le comentamos que tampoco un gobierno de izquierda en Israel aceptaría el retorno de los refugiados. Y agregamos que nunca entendimos por qué el liderazgo palestino exige el retorno de los refugiados a lo que hoy es Israel. Si realmente quieren un Estado propio, comentamos, deben querer que sus hijos vayan a ese Estado, para construirlo debidamente y desarrollarlo.

Taha nos mira como preguntándose si hablamos en serio. “¿No entendiste todavía que a ellos lo que les importa es que llegue el dinero? Es todo corrupción. No es un Estado lo que quieren”.

Llegamos a la Muqataa, sin resolver el conflicto árabe israelí, o israelo palestino. “Ya me contarás si Abbas dice algo nuevo”, me saluda Taha al despedirse, entre en broma y en serio.

Los soldados de la guardia presidencial, uniforme camouflage y boina entre roja y violácea, muy parecida a la de los paracaidistas israelíes, son amables y estrictos. Nos ven tomar una foto y aclaran que no se puede, que es una zona militar. Le mostramos la máquina, que sólo tomamos un cartel con la foto de Abbas, y no las barracas de abajo, que al parecer son de la guardia. Sonríen y dicen que no hay problema.

Adentro, nos llama la atención Nauras, una joven de hermosos rasgos, parte de la guardia presidencial, con hijab y boina.

 

La próxima nota, ya será con Abbas.

Ana Jerozolimski
(23 Junio 2019 , 14:00)

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