Janet Rudman

Janet Rudman

Me gusta leer y escribir. Encontré en la lectura y la escritura una forma de canalizar mi esencia. Leo con la misma pasión con la que tomo café. Me gusta escribir sobre historias mínimas. He trabajado en varios proyectos editoriales uruguayos que construían identidad judía: Kesher, TuMeser, Jai y ahora formo parte del staff de SemanariohebreoJai.

Columna de opinión

Un accidente terrible

Me enteré por el informativo de canal 4 del accidente de Marita. No dijeron su nombre, la describieron como una señora de mediana edad. Marita tenía treinta y cinco y parecía de treinta. Fue un ocho de enero. El tránsito estaba muy lento. Manejaba muy despacio,  cuando sintió un ruido seco.  Atropelló a una niña de diez años,  que murió en el acto. La niña iba en bicicleta  por el borde de la  senda para ciclistas. Se cayó y Marita no la vio  y se la llevó puesta. No era posible que la hubiera visto. ¿Qué estaba haciendo Dios en ese momento?  Según me contó Gaby, Marita quedó en shock, después de declarar en la policía, se internó, ella solita, en una clínica para pacientes psiquiátricos  Conocía sus puntos débiles y sabía que le urgía ayuda profesional. La clínica estaba en un área rural de la ciudad,  tenía un programa con terapias de grupo e individuales. Ofrecía actividades  agrícolas. Ella eligió  la cosecha de puerros, tiraba de ellos hacia arriba y los sacaba.  Meter las manos en  tierra la vinculada con las cosas simples de la vida.  Fue su primer contacto con puerros en vivo y en directo. Su relación con ellos había  consistido en comerlos  en tartas de la rotisería.

Al mes, Marita volvió a su casa. La fue a buscar su amiga Gaby. No hablaron ni una palabra del accidente. Ese febrero, no llovió ni un día y el calor era húmedo. Marita era del team invierno.  Los días calurosos permanecía  adentro con el aire acondicionado al mango. Como era traductora literaria,  su ida al trabajo consistía en entrar en su escritorio y salir de él para buscar  café. Algunas veces, se entusiasmaba con algún texto y se olvidaba de comer. Era una devoradora de libros. Empezó en la editorial Anagrama con un contrato parcial  y luego se ganó un lugar en el staff de traductores del español al inglés. No sé si la excusa era el calor, pero Marita salió lo indispensable durante el resto el verano. Tenía un balcón con una hamaca paraguaya. Con el frescor de la tarde, se tiraba a leer. Recibía muchos mensajes y llamados a los cuales contestaba con monosílabos.

En marzo, Marita salió de su guarida. La convocaron en Escaramuza para dirigir junto con la escritora Cata Bertón un taller de lectura. Estaba feliz de la vida. Le dieron libertad total para seleccionar libros y autores.  Por su mente pasaron libros  de nombres como   Alejandro Zambra, Gabriela Cabezón Cámara y Eduardo Halfon.  Con Cata  fueron compañeras de un taller literario y se hicieron compinches de escritura.

El encuentro con Felipe fue inesperado. Había ido sola al  lanzamiento del  libro “Visiones para Emma” del escritor uruguayo Daniel Mella.   Conocía a Felipe desde la época de la facultad. Siempre le había parecido atractivo, nunca tuvo la menor chance con él, siempre andaba pegado a alguna chica. Se le prendían como garrapatas.  Le hizo una seña para saludarla  de lejos. Cuando se acercó, la besó en la mejilla  y la invitó con una cerveza. El bar estaba abarrotado de gente. Cuando llegaron a la barra,  Marita pidió una cerveza con albahaca y limón.

 

Janet Rudman
(11 de Noviembre de 2020 a las 23:56)

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