Friedrich Perschak

Friedrich Perschak

Lector, muy lector.  Desde hace años participo de talleres de escritura y lectura.  Estudiar Tora me lleva de la mano a mi identidad judía. Desde que me acuerdo, he leído.  En un verano, cuando tenía 9 años, mi padre nos dio a mis hermanos y a mí, libros para leer en la hora de la siesta;  ese fue el verano de Stefan Zweig. Desde ese momento mi relación con la literatura nunca se rompió. Todos los libros son buenos para ser leídos, todo lo vivido para ser narrado y para ser visto en el cine. La comunicación literaria como mi forma de vida.

Columna de opinión

En blanco y negro

La primera vez que vi la foto fue en Santa Mónica, California.

Estaba con un amigo volviendo desde San Francisco, y la idea era llegar a Los Ángeles para pasar la noche; hacía calor, necesitábamos comer algo, ir al baño, y no queríamos pagar más por el parking, por eso preguntamos donde había un bar cerca, nos mandaron a un complejo industrial que estaba del otro lado de la autopista. Sospechamos si ir hasta allí, desde donde estábamos se veían solamente unos depósitos viejos con las paredes pintadas con grafitis.

Recuerdo que pensé que parecía una fábrica de armas de los años cuarenta. Era igual a como me imaginaba donde habría trabajado la madre de Kennedy Toole en la “La biblia de neón”; pero ahora era un complejo de galerías de arte. En cada uno de los barracones había una exposición distinta, además de una cafetería  con baño. 

Mi amigo fue a ver una exposición de arte conceptual malayo y yo a la galería de Peter Fetterman. Completamente desconocido para mí; entré allí por el  cartel que decía que había aire acondicionado.

Fue una de esas sorpresas que te dan los viajes. En la puerta, en un pedestal iluminado por un único haz de luz, estaba el libro gigante que la editorial Taschen hizo con las mejores fotos de AnnieLeibovitz y más atrás una máquina de hilar lana oxidada, donde apoyaron fotos en blanco y negro, enmarcadas en madera color natural. Entre ellas la foto de Truman Capote en su sillón sonriendo con cara de viejo lascivo; la foto de Mandela en su celda mirando a través de una ventana con rejas blancas, la imagen de Albert Einstein con los pelos parados y sacando la lengua, el beso en la plaza del ayuntamiento de París. El perfil de Winston Churchill con cara de enojado estaba junto a Frank Lloyd Wright con sombrero mirando también por la ventana.  Hemingway en rompevientos de lana. Vi a Rosa Parks sentada en un asiento para blancos, y a Andy Warhol saliendo de una alcantarilla en Nueva York.

Todas fotos icónicas. Pero la que más me llamó la atención fue la del padre de Ana Frank cuando volvió a Ámsterdam luego de ser el único de la familia que sobrevivió. La habitación está vacía. Luz incipiente y marginal.  Al fondo se ve una escalera y una puerta rota. Polvo y tristeza. Se lo ve en la foto apoyado en una columna de madera negra, junto a una viga que sostiene el techo. Esta de perfil con la cara desolada y melancólica, muy blanca, demacrada, mira hacia la luz que entra desde la derecha; tiene una pierna doblada como si intentara sin éxito dar un paso al frente. Bajo el marco de madera, una inscripción que decía: Otto Frank At Anne Frank House (1960).

Me estremeció esa foto.  Cuando tenía 20 años participé de un grupo de teatro que había en la Kehila, la primera obra que representamos fue “El diario de Ana Frank”,  ya no me acuerdo quien nos dirigía ni cómo se llamaba el que hizo el papel del padre; pero esa foto allí colgada en un barracón parecido al de un campo de concentración me impactó. Seguro que ninguno de los que actuábamos habíamos visto esa foto, pero la imagen era idéntica al recuerdo que tengo del padre de Ana en el escenario. Mi papel era el del padre de Peter, el amigo de Ana de la otra familia que se escondía en la buhardilla. 

Al salir junté unos folletos de la exposición, los tengo en el estante donde guardo los mapas, guías y diarios de viaje;  comencé a seguir en Facebook a la galería. Cada tanto veo desde casa las distintas exposiciones que allí organizan.

Lo que sentí esa tarde de calor, allí parado frente a la foto no lo había sentido cuando con 22 años fui a visitar el museo en Ámsterdam. Ni estando en la misma habitación donde se escondían, sentí el dolor y el sufrimiento que desprende la foto allí colgada.

Anoche, antes de dormirme vi en el celular otra colección de fotos impactantes. “Fotos con humanidad”; así era el título de la publicación en Instagram. Según el autor, habían elegido fotografías históricas, donde el mensaje principal era lo ridículo de la situación mostrada en blanco y negro, el sin sentido de algunos momentos del siglo XX. Así es que en esa colección estaba el retrato de Ruby  Bridgesla primera niña negra en ir a una escuela de blancos, rodeada de policías con su portafolio en la mano;  la de un soldado ayudando a saltar a un niño el muro de Berlín; la foto de como llevan preso a un travesti en  Nueva York en el año 1932;  la imagen de un lector contratado que lee el diario a empleados mientras trabajan en una fábrica de cigarros cubana en 1910;  la del barco de guerra entrando al puerto con la cubierta llena de soldados volviendo a casa tras la Segunda Guerra Mundial en 1945; el instante en que Sofia Loren y MarcelloMastroiani se besan en la azotea entre sábanas blancas de la película “Una jornada especial” de EttoreScola; encontré sorpresivamente una vez más la foto del padre de Ana Frank apoyado en la columna negra. 

Soñé con la foto de Otto.

Me desperté hoy temprano con el recuerdo del sueño muy presente y nítido. Vi que sacaba junto a mi madre de una caja de galletas enormes fotos antiguas, entre ellas vi otra vez la de Otto Frank,  vi a Primo Levi en su mesa frente a la máquina de escribir, vi Charlotte Salomon muy seria en su autorretrato, vi aVíctor Frank, antes de encontrar la felicidad. Vi a Borges jugando con su Aleph. Vi la foto de HannahArendt, en Jerusalén durante el juicio a Eichmann.  Vi a Irene Nemirovsky con su tapado de piel. Estaba también la foto de Clara y Marika en Bratislava, y vi la foto de mi padre, subiendo una cuesta en La Paz cuando llegó desde Viena a Bolivia. Todos tenían el mismo rostro, todos con cara de holocausto.

Tuve que prender la computadora y escribir todo esto de forma urgente antes de que se olvide.

“Afiche de la obra de teatro El diario de Ana Frank del grupo de teatro de la Keila.
Dedicatoria para Friedrich Pershak

 

 

Friedrich Perschak
(8 de Enero de 2021 a las 15:31)

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