¿El cuento del señor que fue a una isla distante donde se decía que habían diamantes por todos lados ya conoces?
Resulta, que cuando después de un viaje peligroso, finalmente llega, se encuentra con que era verdad: en las veredas, en las calles, en el césped, por doquier, brillaban diamantes que estaban al alcance para llevarse la cantidad que uno quisiera.
Obviamente el hombre empezó a llenar bolsos y bolsos, para traer a casa en su retorno y compartir con su amigos y así mejorarle la vida de una vez a todos en su pueblo.
Hasta que se cruzó con alguien que le preguntó qué hacía y por qué, ya que los diamantes no tienen valor en absoluto sino que la grasa de pollo, “shmaltz”, es lo que cotiza en serio en esta isla.
Después de comprobarlo incrédulo, pagando con un diamante en el almacén y siendo rechazado, empezó a sumarse a la moda local y juntar, vender, comprar y amasar grandes fortunas de aquel shmaltz tan codiciado allí.
Cuando volvió al pueblo con el barco lleno de la “grasa dorada” y feliz de que ahora si estarán todos felices y salvados en su pueblo, se despertó a la realidad de que no era grasa sino diamantes lo que fue a buscar con sacrificios a esa isla distante. Después de buscar con esfuerzo debajo de toda la grasa encontró un diamante por ahí enterrado que le trajo a él y a los suyos algo de consuelo.
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En la Torá leemos esta semana sobre Iaacov y su encuentro con su hermano Eisav.
Eisav es el prototipo del enfoque en lo externo, en la apariencia, la fachada, la imagen. Eisav representa el impulso de seguir a las modas del momento, esperando que nos traigan felicidad y satisfacción real.
Iaacov por otro lado, es el ejemplo de quien recuerda en todo momento quién es de verdad, de dónde viene y hacia dónde va. Es la capacidad de discernir entre lo atractivo y lo bueno. Entre lo divertido y lo correcto. Entre lo que de verdad vale y lo que es una placer pasajero.
Y entoces Iaacov le dice a Eisav, y nos deja un mensaje a cada uno de nosotros de cómo hablarle a nuestro “Eisav interior”: “Yo viví con Laban” - o sea, no estoy viviendo en una burbuja sino estuve viviendo en el mundo material, y en la casa del más astuto de los estafadores y despotas de la época, y no obstante, “cumplí las Mitzvot” - no me dejé llevar por el glamour y la atracción de todo aquello que cotiza en ese ámbito, sino que, me mantuve enfocado siempre en lo que de verdad vale. Nutrir a mi alma y a la de mis hijos, fortificando el nexo eterno entre nosotros y entre nosotros con Hashem. Nada cotiza igual. Ni cerca. Nada se compara con ese placer, con esa satisfacción. Nada se compara con la verdadera riqueza del judío: “idishe najes”.
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Este año de Hakhel es propicio para juntar a la familia y compartir con nuestros seres más queridos, aquello que de verdad nos llena, que de verdad nos une y nos ayuda a cumplir con nuestro propósito aquí aprovechando el tiempo que tenemos en la “isla de diamantes”, nuestra vida aquí abajo.
¡Lejaim!
Shabat Shalom.
Mendy