En comunidad

Convivencia: reflexión, acción y esperanza

Discurso de Gerardo Sotelo como orador en la Acto de la Convivencia en memoria de David Fremd Z"L

Estimadas amigas y amigos, gracias por permitirme participar en este homenaje a David Fremd, a ocho años de su asesinato. Los organizadores de este acto han querido que esté centrado en la convivencia, lo que pareció una excelente idea.

Hablar de convivencia en este homenaje y en este momento particular de la historia, nos permite reflexionar, requisito indispensable antes de actuar con el propósito de prevenir que crímenes como los de Davidvuelvan a ocurrir.

Permítanme comenzar con una anécdota personal.

Hace algunos años, mientras preparaba un trabajo sobre el libre albedrío, me encontré con una noticia inquietante.

Un grupo de investigadores en Neurociencia había comprobado en un laboratorio que, unos diez segundos antes de tomar una decisión, nuestro cerebro activa una serie de patrones que determinan la elección, sin nuestra participación consciente. Dicho de otro modo, lo que creemos que es una decisión tomada a conciencia, es una construcción de la actividad cerebral, que no controlamos.

Podríamos llegar a una conclusión dramática o nihilista, sepultar definitivamente cualquier aspiración de ser personas libres, declararnos del todo inocentes y cruzar los dedos deseando fervientemente que, esa matrix fisiológica, nemotécnica y química a la que llamamos “cerebro”, tome las mejores decisiones o, al menos, no nos ponga en aprietos.

Visto por el lado positivo, ahora sabemos a qué punto nuestra "conciencia" está condicionada por la memoria y la experiencia, ese cúmulo de datos sobre lecturas y cantos, placer y dolor, abrazos y agravios, cortesía y desprecio, triunfos y derrotas, golpes y abrazos, en los que pudo haber transcurrido nuestra vida. 

No podemos controlar las decisiones que toma nuestro cerebro, pero tenemos aún la chance de decidir sobre lo que ponemos o dejamos que entre allí, en términos de afectos, experiencias, ideas y doctrinas y perspectivas sobre la vida, sobre nosotros mismos y sobre los otros. Es allí donde se juega, en buena medida, el sentido que le demos a la convivencia y al prójimo.

Esta conexión se vuelve aún más relevante cuando consideramos la importancia de la convivencia en la construcción de sociedades pacíficas y armoniosas, cómo nuestras decisiones individuales impactan en la forma en que nos relacionamos con los demás y cómo podemos cultivar un ambiente de respeto y comprensión mutua.

 

 

 

La palabra "convivencia" proviene del verbo latino "convivere", que significa "vivir juntos"; y siendo más específicos en el análisis semántico, significa “experimentar juntos o en compañía la acción de vivir”.

La convivencia implica, entonces, relaciones interpersonales y coexistencia entre individuosdistintos, que comparten un espacio vital, en el que mantienen vínculos de largo plazo, comparten experiencias y establecen normas y acuerdos.

De modo que no puede haberconvivencia sin una actitud de apertura y aceptación del otro, de reconocimiento de su dignidad y de respeto por sus derechos, libertades y singularidades. 

Para el filósofo Emanuel Lévinas, el otro es aquel que nos interpela desde su diferencia, una realidad que nos llama a una ética de responsabilidad y apertura, fuera de cualquier intento de posesión o dominación, tanto material cuanto espiritual.

Esta mirada tiene profundas implicancias en las decisiones que tomemos, especialmente en un contexto de tensiones sociales que surgen de la convivencia entre personas con orígenes, creencias, experiencias y proyectos de vida diferentes.

Si establecemos un diálogo genuino en lugar de intentar la imposición de nuestras creencias, podremos ayudar a reducir las tensiones que derivan de estas diferencias, resistir la tentación de simplificar nuestra mirada del otro a estereotipos o prejuicios, escuchar su vozy ver a cada una de estas personas como un ser único y valioso.  

Pero volvamos por un instante a David y las circunstancias en las que ocurrió su muerte, trayendo al presente todos los hechos que pasaron, en Uruguay y en el mundo en estos ocho años, hasta llegar al pasado viernes 8 de marzo, cuando asistimos, entre atónitos y espantados, a unas manifestaciones groseramente antisemitas, protagonizadas por jóvenes compatriotas, con una simbología y una semántica que nos hizo recordar la Alemania de 1930 y 1940.

En medio de estos crímenes inspirados en el odio, es natural que surjan preguntas sobre las posibles motivaciones, y que nos despierte un sentimiento de indignación y dolor

Aunque puede ser difícil comprender las acciones de una persona que comete un acto tan atroz como el que le costó la vida a David, preguntarnos sobre las posibles razones del odio no siempre nos lleva a un lugar confortable, pero nos ayuda a reflexionar sobre cuestiones trascendentes.

¿Qué factores contribuyen a la intolerancia y el odio?

¿Cómo influyen los prejuicios en la radicalización hacia posturas extremistas?

¿Cuál es el papel de la educación en la prevención de la intolerancia y el fomento de la convivencia pacífica?

Y la pregunta más inquietante: nosotros, cualquiera de nosotros o de nuestros amigos, que no somos personas violentas ni alentamos la intolerancia o el desprecio hacia los demás, ¿qué estamos haciendo al respecto? ¿Cómo podemos contrarrestar estos mensajes destructivos?

La búsqueda de respuesta a estas preguntas nos lleva al siguiente punto: el complejo universo de las decisiones que adoptamos sobre lo que podemos hacer, lo que debemos hacer y también, lo que no debemos hacer.

A propósito de esto último, digamos sin vueltas y para que nadie se confunda, que la convivencia con personas de diferentes creencias y prácticas también tiene un límite, que está en la protección de los derechos fundamentales y la seguridad de los miembros de la sociedad. 

La alarma ante la proliferación de discursos extremistas que incitan al odio y la violencia nos obliga a tomar las medidas más rigurosas para combatir la radicalización y el reclutamiento hacia ideologías violentas.

Nadie está obligado a convivir con quienes proclaman a los cuatro vientos su intención de exterminarlo. Todas las personas, organizaciones, comunidades y Estados tienen el derecho y la obligación de defenderse, previniendo, evitando, repeliendo y, llegado el caso, neutralizando las agresiones que ponen en riesgo la vida y la libertad de las personas. 

La enseñanza cristiana de "poner la otra mejilla" frente a las agresiones, no puede ser una excusa para la inacción o la tolerancia frente a la violencia extrema.

Esta poderosa enseñanza moral de Jesús tiene su correlato en las otras dos grandes religiones abrahámicas. En el libro de los proverbios o Mishlei, se aconseja darle de comer y de beber a nuestros enemigos, y en el Corán, se nos dice que, si repelemos el mal con el bien, aquel con quien teníamos enemistas “se convertirá en (nuestro) amigo más devoto”.

Sin embargo, el aprendizaje moral implícito en la misericordia y el sacrificio, adquiere su valor verdadero si el agresor está cometiendo un error; es decir, si tiene los mismos valores que sus víctimas, y sólo se está comportando de forma irreflexiva. Este requisito no está presente en la acción de los extremistas, quienes, lejos de ello, atacan a sabiendas de lo que hace porque persiguen deliberadamente la muerte del otro.

Si bien los textos religiosos promueven la misericordia, la compasión y el perdón, también reconocen el derecho a la autodefensa. Es esencial distinguir entre responder con misericordia a un error y defenderse ante una amenaza deliberada a la vida y la libertad.

En términos generales, podemos distinguir dos grandes grupos de personas según su respuesta ante las exigencias de la convivencia: las que responden con gratitud y las que anteponen sus agravios

Las personas agradecidas, sienten y expresan gratitud y aprecio ante las acciones de los demás y ante sus circunstancias vitales. Suelen ser personas educadas, que muestran cortesía, respeto y empatía hacia los demás, e incluso altruistas, brindando ayuda sin esperar recompensa y a veces arriesgando su propia seguridad.

Estas personas contribuyen a crear un ambiente cálido y son una fuente de inspiración para promover el respeto y el apoyo mutuos.

Por otro lado, se encuentran los agraviados, aquellas personas que buscan reparación por el daño que se les ha causado, que pueden llegar a buscar venganza contra quienes consideran responsables de sus desgracias.

Individuos agraviados pueden manifestar su resentimiento a través de conductas antisociales o violentas, lo que afecta negativamente la convivencia en la comunidad.

Además, las personas que se sienten agraviadas pueden experimentar dificultades para establecer relaciones positivas con otros miembros de la sociedad, lo que suele generar tensiones y conflictos interpersonales.

El sentimiento de agravió influye en la convivencia y destaca la importancia de abordar estas cuestiones para promover un ambiente de respeto y cooperación.

Es un error considerar que la sociedad se divide simplemente entre delincuentes y ciudadanos honestos. Esta división es solo una manifestación superficial de una división más profunda y significativa: el mundo se divide entre personas agradecidas y agraviadas, que proyectan en la convivencia su autopercepción sobre la realidad.

Como resulta fácil de comprender, no puede haber una convivencia duradera y pacífica en una comunidad en la que exista una gran cantidad de personas que se sienten agraviadas. 

En todo el mundo, y también en nuestro país, hay demasiadas personas con dificultades económicas severas y limitaciones para acceder a un nivel de vida digno. Estas privaciones y marginalizaciones generan dolor y resentimiento, lo que contribuye a la sensación de agravio.

Sin embargo, la mayoría de las personas que se sienten agraviadas no recurren a la violencia ni abrazan ideologías de odio. Es posible que experimenten carencias emocionales y afectivas, junto con la convicción arraigada desde su infancia de que sus vidas carecen de valor.

Por otro lado, aquellos que expresan su agravio y odio con violencia no suelen tener problemas directos con sus futuras víctimas, sino con su propio pasado, donde aprendieron a resolver conflictos, grandes o pequeños, mediante la violencia.

Aunque mitigar las raíces del agravio no eliminará por completo la violencia ni los crímenes de odio, sin duda disminuirá su número y su impacto al privarles de acólitos y ejecutores.

Los discursos de odio son de diverso origen y temática, pero comparten algunas características.

 

Podemos distinguir, entre estas, la simplificación de la realidad, la apelación a emociones básicas y primarias, la identificación de grupos o individuos a los que culpan de los problemas y sobre los que promueven la idea de que constituyen una amenaza para la sociedad o la creación de un enemigo común.

La responsabilidad de luchar contra las causas de los agravios y promover una cultura de aprecio mutuo, agradecimiento, educación y empatía, es compartida por las familias, las organizaciones de la sociedad civil y el Estado. Cada uno de estos actores tiene un papel importante que desempeñar.

Pero ningún discurso que se realice en este marco puede dejar de aportar, junto a la indignación y el dolor, un llamado a la esperanza y la acción.

Es esencial implementar una serie de acciones que aborden las raíces del problema y fomenten valores como el respeto, la tolerancia y la aceptación de la diversidad, porque como sabemos, ninguna comunidad está vacunada contra este tipo de prédica y de crímenes. 

Debemos ser más decididos en incluir programas educativos que aborden la intolerancia y promuevan la empatía y el respeto por el prójimo, la aceptación de las diferencias y la resolución pacífica de los conflictos. Así como se aprende a expresar con violencia las diferencias en el espacio público, se aprende a manifestarse pacíficamente en rechazo a la intolerancia, la discriminación y el discurso de odio.

Debemos apoyar y fomentar espacios de diálogo intercultural e interreligioso, donde las personas puedan compartir sus experiencias, entender las perspectivas de los demás y encontrar puntos en común.

Debemos contrarrestar los discursos maximalistas que simplifican tanto las causas de los problemas como las posibles soluciones, fomentando narrativas que, aún aceptando la complejidad de las sociedades modernas, celebren la unidad en la diversidad y la comprensión mutua.

Debemos abordar las causas subyacentes de la desigualdad y la exclusión y combatirlas, para reducir la vulnerabilidad de ciertos grupos, especialmente frente a discursos extremistas.

Los medios de comunicación y los líderes políticos tenemos la responsabilidad de promover un discurso público basado en la veracidad y el balance; más que eso, debemos tener una conducta modélica en cuanto al respeto hacia el diferente, evitando difundir mensajes que inciten al escarnio, la discriminación, el odio y la violencia. 

La polarización política y la falta de representación equitativa son desafíos importantes que pueden obstaculizar la convivencia. La intensificación de las diferencias políticas, especialmente en año electoral, puede dificultar el diálogo y la cooperación, generando conflictos en la sociedad.

En suma, la promoción de la convivencia pacífica requiere un esfuerzo colectivo (en el que cada actor tiene un papel importante que desempeñar) pero supone también la implementación de acciones contundentes en el marco de la ley, como la vigilancia en línea y fuera de líneaparala identificación temprana de grupos radicales, y el abordaje de las raíces profundas del extremismo, como las ideologías o credos que fomentan el odio, la desigualdad y la exclusión social. 

Las autoridades y especialmente el sistema de justicia deben aplicar la ley de manera firme, de manera que, quienes inciten a la violencia o cometan actos violentos, sepan que enfrentarán las consecuencias legales. No debe aceptar la convivencia con ningún agravio, ni los de la marginación y la pobreza extrema, ni el de la violencia intrafamiliar, ni los que derivan de los discursos de odio racial o religioso.

No debemos aceptar la convivencia con discursos y conductas que expresan odio, Por el contrario, tenemos la obligación moral de enfrentarlas y derrotarlas. 

Para Fernando Savater, toda la ética se resume en tres virtudes: “coraje para vivir, generosidad para conviviry prudencia para sobrevivir”, 

Vivir plenamente requiere coraje para enfrentar los desafíos, para perseguir nuestros sueños, para defender nuestras creencias y valores, pero también para aceptar nuestras limitaciones,reconocer nuestros errores, convivir con ideas, culturas y formas de vida diferentes a las nuestras.

La convivencia es un arte que requiere generosidad, entendida como la virtud de escuchar, entender y cooperar con los demás. 

Finalmente, la prudencia es la virtud de la moderación, de evitar los extremos, de protegernos de los riesgos que amenazan nuestro bienestar y supervivencia.

Pero no estamos en esto apenas para sobrevivir sino para prevalecer. La construcción de una convivencia fructífera y duradera, de un mundo en el que cada persona se sienta valorada, respetada y útil, no es solo un ideal utópico; es una necesidad urgente.

El escritor William Mc.Raven decía: “Si quieres cambiar el mundo, tiende tu cama por la mañana”. Hacer lo que se debe hacer en cada momento, podrá parecer un grano de arena en el desierto de la exclusión, la discriminación y el odio, pero no es así. Recordemos el verso de Atahualpa Yupanqui, “la arena es un puñadito, pero hay montañas de arena”.

La dimensión de nuestra influencia y nuestras acciones no es grande ni pequeña; es cuanto podemos aportar para que las cosas vayan un poco mejor. Es lo que la memoria de David Fremd y de tantas víctimas de la barbarie extremista merecen. Es, por lo tanto, lo que debemos hacer.

Muchas gracias

 

 

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