El éxito del drama televisivo israelí “Shtisel” ha sorprendido a más de uno.
Por Daniel Kripper
Al final se trata de una telenovela acerca de una familia ultra ortodoxa en el barrio de Gueúla, un bastión jaredí (así se denominan estas comunidades) de Jerusalén, que poco o nada tiene en común con la mayoría de los espectadores judíos de Netflix.Shtisel es un nombre común en ese ambiente. En el film se retrata la saga multigeneracional de los Shtisel en todo su colorido y particularidades socio-religiosas.
A la cabeza de la misma está Shulem, profesor de Talmud y director de la Yeshivá, un viudo que impone su patriarcal autoridad sobre todos y cada uno de los miembros de la “mishpoje” o gran familia de hijos y nietos.
De todos ellos sobresale su hijo menor Akiva, llamado Kive en laserie. A diferencia del resto, él presenta un reto al ethos y a la autoridad de los ancianos de la tribu. Su pasión por el arte y la pintura lo confronta con situaciones dilemáticas que lo atormentan y abruman. En este conflicto de lealtades resuenan ecos del conocido libro de Jaim Potock, “Mi nombre es Asher Lev”.
No entraré en más detalles para no pecar de spoiler, baste decir que se trata de una serie que cautiva justamente por las imágenes de ese mundo insular y exótico para la mayoría de los espectadores, tanto judíos como gentiles. Ellos son “los otros”, los de los peies (patillas largas y enruladas) y las pelucas, con quienes generalmente no interactuamos ni tenemos contacto.
Ellos representan una comunidad tan hermética como de otro tiempo. A nivel ideológico son anti-sionistas declarados (por ejemplo, se prohíbe a alumnos de la Yeshivá a mirar por la ventana a una escuadra de aviones en Yom Haatzmaut, el día de la Independencia de Israel. Y también anti-jasídicos, segregan a una hija por haber contraído enlace con un reciente convertido de Jabad, una secta rival.
No se lo idealiza ese mundo ni se lo embellece artificialmente. En sus dos temporadas se nos muestra los personajes que dan vida a la trama de relaciones humanas con todos sus encuentros y desencuentros, sus alegrías y pesares, sus conflictos y sus acuerdos amorosos.
Sus escenas parecen extraídas de los cuentos de Sholem Aleijem, adaptadas en el popular musical “El violinista en el tejado”, sobre la vida en los “shtetls” o villas judías de la Europa del Este anterior a la Shoá.
La actuación magistral de los actores que representan los personajes de este drama es digna de mención, más aún teniendo en cuenta que ellos son “jilonim” o judíos laicos en la vida real. Dov Glikman en el rol de Shulem y Mijael Aloni como Kive, son sus principales protagonistas. No me puedo imaginar la cantidad de horas de preparación y ensayos que habrán dedicado para encarnar con realismo a figuras tan distintas de su cultura y formación. Por ello la serie suena auténtica en la medida que trata de reflejar fidedignamente los usos y costumbres de esa sociedad ultraortodoxa. Ha llamado la atención que la misma ha sido vista con interés incluso por miembros de esa colectividad a través de internet (en un ambiente en el cual los programas no estrictamente religiosos según sus parámetros están vedados).
La serie, dirigida por Alon Zingman, ha sido premiada por la Academia de Cine de Israel, y altamente elogiada en los círculos más diversos.
Una mención especial acerca del idioma hablado, una fusión singular del hebreo con el idish, un dialecto típico de la cultura y educación de los jaredim o ultra religiosos en barrios como Meá Shearim o Bnei Brak en Israel, o Williamsburg en Brooklyn, Nueva York. En lo personal debo confesar que escuchar los diálogos en el original me resultó un disfrute extra.
Al ver Shtisel decido poner entre paréntesis por un rato mis prejuicios y opiniones respecto del tipo de judaísmo que muestra, tan disímil al mío, como así también a la influencia política de su bloque en la imposición de sus reglas en la normativa religiosa del estado de Israel.
Durante su proyección no podemos dejar de encariñarnos con sus personajes y emocionarnos con sus afectos, sus amores y desamores.
En suma, la serie nos permite atisbar, por detrás del velo de costumbres y de un estilo de vida peculiar, la compleja dinámica humana de sensibilidades que, en el fondo, no difieren tanto del resto del mundo.
Daniel Kripper
Autor de: Vivir con Mayúscula
danielkripper.com