Entrevistas

Una entrevista con la memoria de la familia Abend Kunkes

Uruguaya e israelí, Ana Abend rescata la memoria familiar con una historia real atravesada por la Shoá, la genealogía y la historia judía. Nacida en la comunidad judía de Montevideo, amante de los perros y los niños, comparte su viaje emocional de búsqueda, legado y raíces.

¿Cuándo empezaste a interesarte por la historia de tu familia? ¿Qué significa para vos el legado familiar?

Empecé a interesarme por la historia familiar el día que falleció mi papá, hace 26 años. Él era el único de su familia que quedaba con vida. Por el lado de mi mamá, solo quedaban ella y su hermano. Fue en ese momento que comenzó mi búsqueda, y siento que nunca va a terminar.
Para mí, el legado familiar significa dejarles a mis sobrinos, a sus hijos y a las futuras generaciones toda la historia de nuestros antepasados: desde Europa hasta Uruguay, y desde nosotros hacia Israel.

 
¿Alguna vez soñaste con escribir un libro?

Sí, hace muchos años que sueño con escribir un libro para niños, o incluso una serie de libros sobre niños y perros. Nunca lo llevé a la práctica, pero quién te dice que algún día no lo haga.
Lo que nunca imaginé fue que esta búsqueda personal se convirtiera en un libro como el que escribí, ni que terminaría tomando decisiones tan importantes. Durante mucho tiempo me sentí estancada, no lograba avanzar con la historia de mis ancestros y casi abandono. Pero la vida me sorprendió, como cuento en un capítulo del libro.
La decisión de escribirla definitivamente surgió después de leer El corredor polaco, que me ayudó a completar el rompecabezas que me faltaba.

 
Después de investigar y encontrar documentos, ¿entendiste por qué tu papá no quería hablar de su pasado en la guerra?

Sí. Como muchos sobrevivientes, mi papá no hablaba de su pasado. Ni siquiera solo de la guerra, sino del pasado en general. Lo mismo pasaba con la familia de mi mamá.
Creo que miraban hacia adelante, tratando de evitar el dolor y darnos una vida más liviana, sin cargar con esa mochila tan pesada.

 
¿Cómo te parece que tu papá lidiaba con sus propios fantasmas?

No sé bien cómo lidiaba con ellos, porque nunca hablaba del tema. Ni siquiera quiso presentar los documentos necesarios para recibir la pensión alemana que le correspondía como sobreviviente. Los llenó recién de grande, y solo porque un gran amigo lo animó. Pero nunca los envió.
Creo que eligió dejar todo eso a un lado. No lo mostraba, no lo hablaba. Yo solo sabía que no teníamos familiares. Contaba muy poco, apenas datos puntuales.

 
¿Cómo fue para vos la experiencia de viajar por primera vez a Budapest?

Fue una experiencia muy, muy emocionante y significativa, especialmente porque fui con mi hermana.
Pudimos buscar los lugares de nuestra historia: la casa donde vivía papá, el shil donde mi abuelo era jazán, recorrer las calles, visitar el gueto donde estuvo papá… Hacerlo juntas fue muy fuerte.
Después volví dos veces más. Y aunque en el último viaje dije “basta”, la verdad, ni yo me lo creo.

 
¿Qué pasos le recomendarías a alguien que quiere empezar a investigar su genealogía?

Primero que nada: preguntar. Preguntar mucho. Aprovechar mientras haya alguien con vida en la familia, aunque sea un pariente lejano o incluso amigos de la familia.
Yo no lo hice a tiempo, pregunté muy poco. Empecé la búsqueda desde el presente hacia el pasado, cuando Internet recién comenzaba, allá por 1999.
En ese momento recurrí a museos y archivos. Hoy, con tantos archivos digitalizados y recursos en línea, es mucho más accesible. Hay que animarse a empezar.

 
¿En qué momento del proceso de escritura te sentiste más vulnerable o perdida?

Durante la escritura no me sentí perdida, pero sí muy vulnerable. Fueron ocho meses de revivir 25 años de búsqueda, a los que creía haberle puesto punto final después del viaje intenso a Polonia en 2019.
Escribir fue remover todo otra vez. Me emocionaba, pero también me entristecía. Pensaba todo el tiempo en mis sobrinos, en sus hijos, en dejarles este legado.Y también en el Museo Judío que abrirá en Uruguay en 2026, al que doné el original del libro y su traducción. Porque fuimos parte de una comunidad judía que existió acá, y de nuestra familia ya no queda nadie.

 
¿Qué fue lo que más satisfacción te dio en todo este camino?

Ver que tantos años de búsqueda y trabajo tuvieron un sentido. Sentir que dejé algo, que cerré un ciclo. Yo soy la última que lleva los apellidos de mi papá y mi mamá, así que esto también es una forma de que no se pierdan.

 
¿Cómo reaccionaron tus sobrinos al ver que tenían una tía que no se achicaba ante las dificultades para conseguir documentación?

Durante mucho tiempo, mis sobrinos —que eran chicos— ni sabían que yo tenía este proyecto de vida. Recién hace un año, cuando les conté que estaba escribiendo el libro, fueron tomando dimensión.
Algunos todavía no lo leyeron, pero quienes sí lo hicieron, me dijeron que les gustó mucho.
Ellos saben que cuando me propongo algo, voy hasta el final. Ya lo vieron en otras cosas, como cuando organizamos la campaña en diciembre 2023 o cuando me encargué de gestionar la ciudadanía húngara para todos.
Durante la escritura, también les conté que quería donar —o más bien prestar— al museo de la Shoá el talit de mi abuelo, que tiene más de 110 años. Nadie se opuso. Mis sobrinos y mi hermana viven más el presente y el futuro que el pasado, pero entendieron que para mí, esta historia era fundamental. Lo que empezó como una curiosidad, con la muerte de papá, terminó absorbiéndome por completo. Me costaba dejarlo, aunque a veces me agotaba emocionalmente. Escribir el libro fue un esfuerzo enorme, remover preguntas sin respuestas —¿por qué no contaron nada?, ¿por qué no pregunté de chica?— pero también una gran satisfacción. Porque al final de todo, este es el legado de nuestra familia.

Talit donado por Ana Abend para el Museo de la Shoá de Montevideo

Janet Rudman
(11 Junio 2025 , 18:08)

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